Llevo años intentando convencer a muchas personas de que el proteccionismo es contraproducente para el país y para el mundo. Ya no sabía qué hacer. Leía y escuchaba a los pocos economistas e intelectuales que defienden el libre comercio y que promueven la eliminación de los aranceles y cualquier traba burocrática para la importación o exportación de mercaderías. Sus argumentos son por demás convincentes.
El proteccionismo genera privilegios, los privilegios generan precios altos y productos de baja calidad, y esta combinación empobrece a los consumidores. Intentaba demostrarle a los proteccionistas que el nacionalismo, la patria y la bandera, no son más que excusas de aquellos que no quieren competencia, y sin competencia, no se puede ser competitivo (valga la redundancia).
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Que no, me decían. Que el otro día despidieron a 50 de acá y a 100 de allá. Que esto es porque se redujo un arancel o porque se abrió un poco alguna importación. Veían una gota, pero no veían el océano de oportunidades que el proteccionismo destruye. Es decir, se les quita la posibilidad a millones de personas de poder ahorrar para invertir y producir, debido a los altos costos que genera esta política, por lo que solo se privilegia a unos pocos. Si no se le da a la gente la posibilidad de competir, es muy sencillo afirmar que no puede hacerlo, y es la excusa perfecta de cualquier gobierno “sabelotodo” para imponer sus restricciones y recibir aplausos por ello, ya que lo adornan con todo tipo de frases demagógicas tan conocidas que no tiene sentido repetirlas. Venden la piedra “ahuyenta tigres” y muchos la compran.
Como bien afirmaba el economista y legislador francés del siglo XIX, Frédéric Bastiat, es muy difícil explicar lo que no se ve en la economía. Los demagogos precisan basarse en lo que se ve, que suele además estar asociado al cortoplacismo.
Son enemigos de los análisis en profundidad y del largoplacismo. No obstante, Bastiat expresó con exquisita ironía en una genial carta a los diputados de su país, que los fabricantes de velas deberían oponerse también a esa “intolerable competencia de un rival extranjero colocado, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente después de que él sale, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a él y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, es colocada de golpe en el estancamiento más completo”. Ese “enemigo” era el sol.
No había forma de hacerlos entender a los protectores de la industria nacional. Si ni siquiera Bastiat los convencía, menos iba a poder hacerlo un “don nadie” como yo. Sin embargo, todo cambió cuando llegó el amigo Donald, quien con su discurso nacionalista y proteccionista, se llevó las críticas de todos los nacionalistas y proteccionistas no estadounidenses. Listo. Tantos años de esfuerzo, tantos debates, tantas formas distintas en las que intenté sin éxito alguno convencer a la gente de que el libre comercio es mejor, para que en pocos segundos, Donald los haga cambiar de parecer. “¡Los limones!” “¡Llévate nuestros limones!” “¡No seas turro!”, le piden hoy al presidente estadounidense.
“¡El muro!” “¡Por Dios!” “¡Ese muro criminal!”, gritan ofuscados ahora todos esos que dicen estar a favor de “derribar los muros y construir puentes”. ¿Puentes? ¿Para qué? Si prefieren comprarle a un connacional y despreciar a cualquier extranjero que quiera vender algo, por más que luego se quejen de los altos precios. ¿Cuál es el problema del muro para ellos?
El problema no es el muro en sí, sino las políticas de los “derechos (positivos) para todos y las cosas gratis para todos” de los que muchos quieren escapar para dirigirse a países donde no tienen tantos beneficios “gratuitos”. ¿Estarán locos? ¿Serán masoquistas? ¿O será que en realidad lo “gratuito” les termina costando muy caro? Si abrieran sus economías y redujeran las enormes restricciones impuestas (ergo, destruyeran las murallas económicas), en un futuro no tan lejano como muchos creen, a nadie le importaría el muro. Tal vez, hasta los mismos estadounidenses lo derribarían. Primero hay que preguntarse porqué huyen los que huyen, luego discutamos muros. Es necesario aclarar también que las políticas migratorias de los países “víctimas” del presidente norteamericano tampoco son muy benevolentes.
Sí, la victoria de Trump sirvió para que más gente exija que se reduzcan los impuestos y las barreras comerciales, y/o se flexibilice el mercado laboral, bienvenida sea, más allá de los acuerdos o desacuerdos que tengamos con él.
Leandro Fleischer es argentino y columnista regular del periódico español Libertad Digital.