Por Manuel Ballagas*
Demócratas y republicanos no se ponen de acuerdo en casi nada, sobre todo en cuanto a las políticas del presidente Donald Trump. Pero una de las pocas cosas en que parecen coincidir es en sus críticas al frecuente uso que el mandatario hace de Twitter.
Los del partido del burro se rasgan las vestiduras, tildándole de bully, por la forma en que fustiga a sus adversarios en ese medio. Los de su partido declaran con predecible santurronería que preferirían que Trump no tuiteara tanto. “No es presidencial”, dicen unos y otros.
Con toda esta alharaca, se diría que estamos en los albores de la época de Internet, y no en el vórtice mismo de la democratizadora comunicación digital. En tiempos de la tinta y el papel, y no en la era de los teléfonos inteligentes y las pantallas táctiles.
Se diría también que es la primera vez que un presidente se vale de un nuevo medio para comunicar su mensaje. Que Roosevelt no acudió a la radio para sus célebres charlas semanales, o que Kennedy no aprovechó la TV para anunciar que ponía al mundo al borde de la guerra.
¿Nos estamos olvidando acaso de los elogios que recibió Barack Obama durante su campaña de 2008, por tener más “amigos” en Facebook y MySpace, además de mayor número de “seguidores” en Twitter, que su rival republicano John McCain?
Hay un refrán en inglés según el cual “lo que es bueno para el ganso es bueno para la oca”. Eso, al parecer, cuenta para todo… menos para la política. Obama fue ensalzado como pionero en usar los medios sociales en la política, pero Trump es fustigado por valerse de estos.
¿Por qué?
Solo el sesgo político más burdo puede explicarlo.
Uno de los fundadores de Facebook es gestor de la web de Obama, considerada instrumental en sus campañas. Esta incluyó desde el principio herramientas que permitían a los usuarios identificar a vecinos o amigos con cuyos votos Obama podía contar o a quienes valía la pena contactar.
¿Se imaginan la santa ira de los medios tradicionales si Trump dispusiera de una web así? Lo que para el demócrata fue un astuto data mining, para el republicano se convertiría en un malévolo complot para el control totalitario de la ciudadanía, guiado solapadamente por Putin.
Pero hablemos en serio.
En la época del ocaso de los medios tradicionales no es de sorprenderse que un presidente opte por llevar su mensaje directamente al público, saltándose el cerco de una prensa hostil que le acosa cotidianamente.
“Es como ser dueño del New York Times sin ninguno de los costos administrativos”, dijo una vez Trump, refiriéndose a Twitter. Y no le faltó razón. Cada tuit suyo, por estridente que sea, socava el poder de convocatoria de diarios y noticieros, antaño gigantes incontestables.
Eso sí, si esos mismos medios se dedicaran a perseguir y difundir la noticia, todos sabríamos algo que una simple búsqueda en Google nos enseña: que Trump no tiene la primacía del tuit ni mucho menos. El expresidente Obama le excede a él y otros políticos, y por mucho.
Para alguien que aseguró en un discurso nunca haber usado Twitter, la cuenta de Obama parece bastante activa, con más de 93 millones de seguidores y 16.000 mensajes colgados para agosto de 2017. Eso, sin contar la cuenta que como @POTUS tuvo hasta el año pasado.
Y la contrincante demócrata de Trump, Hillary Clinton, ha colgado unos 10.000 mensajes en Twitter. Según la web Klout, que analiza el impacto de las personalidades en los medios sociales, el puntaje de Clinton en este campo es de 95, mientras que Trump va a la zaga, con 89.
En comparación, y según la publicación digital Mashable (nada amable con el presidente), Trump colgó unos 9.000 mensajes entre el día que anunció su candidatura en 2015 y julio de 2017. Según Mashable, sus tuits cayeron un 45 % desde que asumió la presidencia.
Al presidente no le faltan adversarios, eso se sabe. Le achacan numerosos defectos, con razón o sin ella. Pero a la vista de datos y cifras, la fama de tuiteador en serie que le atribuyen no es del todo merecida. Parece más bien fruto de la misma maledicencia que le tilda de chiflado y racista.
*Manuel Ballagas es un escritor de origen cubano. Ha ejercido el periodismo en medios como The Wall Street Journal, El Nuevo Herald y The Tampa Tribune. Fue consultor editorial de la revista Foreign Affairs en español. Es autor de dos novelas, un libro de relatos y un libro de memorias. Actualmente se desempeña como consultor de medios y traductor.