Por *Susana Osorio
La concentración de poder, el manejo del Estado, el alcance del ejecutivo, la falta de equilibrio (…) fueron algunas de las preocupaciones que en las pasadas elecciones presidenciales emergieron desde todas las aristas políticas y que permiten concluir fácilmente que un Estado grande, tan grande como los “progres” desean, es peligroso, sobre todo, en las manos equivocadas.
Ahora bien, el resultado trajo consigo sentimientos apocalípticos por parte de muchos colombianos, ignorando que el verdadero ejercicio democrático no es exclusivo de las urnas; de hecho, el fortalecimiento de la democracia se logra con una sociedad civil organizada y dispuesta a ejercer control social a/en las diferentes iniciativas y dirigentes, que es justamente posterior a las elecciones, lo cual recién deberá comenzar con la posesión del presidente Iván Duque.
Por su parte, el anuncio realizado recientemente por el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez acerca del millonario fraude electoral tendiente a favorecer a políticos en las elecciones legislativas, a partir de la compra y venta de voto utilizando una red sofisticada de tecnología y capital humano reflejó una realidad: la creatividad y el ingenio colombiano no tiene límites y requiere ser urgentemente encausado a todos aquellos proyectos y estrategias que permitan nuestro progreso como sociedad y que lleven implícitamente al fortalecimiento institucional.
Tradicionalmente, se ha creído que el progreso de las comunidades está ligado a la presencia, asistencia e intervención del Estado; sin embargo, la historia ha sido sabía y nos ha dejado lecciones interesantes acerca del poder transformador del mercado (entendiéndose este, como todas aquellas relaciones voluntarias de transacción de bienes y servicios donde el ser humano participa, llámese ONG, fundaciones o negocios con ánimo de lucro), sobre todo, para que nos despojemos de la satanización a todo lo que huela a “capitalismo o neoliberal”:
El primer ejemplo para ilustrar lo anterior, se trata del Banco Grameen o más conocido como “Banco de los pobres”, iniciativa fundada por Muhammad Yunus y que buscaba incentivar el trabajo de las mujeres y la organización de comunidades rurales, en tanto, promovía una independencia financiera de los más pobres, sobre todo, de las “ayudas” estatales.
El resultado más notable es que de 1974 hasta 1990, 8.4 millones de familias de Bangladesh habían resultado beneficiadas y más de 25 millones de personas habían salido de la pobreza gracias a un proyecto de un profesor de la Universidad de Chittagong, que contó en un 100% con aportes de privados y filántropos, para su capital inicial.
El segundo caso expone el valor de una idea novedosa para el progreso de una sociedad y la generación de riqueza y está asociado a dos empresas tecnológicas: MAC y Microsoft, cada una con 123 mil y 185 mil empleados respectivamente. Para nadie es un secreto que la existencia de computadores y de programas informáticos ha facilitado la realización de un sinnúmero de tareas en los diferentes sectores de la economía y aunque sus fundadores se han enriquecido con la expansión de sus productos, la sociedad también se ha beneficiado con la apertura de nuevas oficinas, la gestión de nuevos empleos y el incremento de la competencia.
¿Es entonces injusto que Bill Gates, por ejemplo, sea rico, mientras que millones de africanos no tengan que comer? No, su riqueza es fruto de una idea útil y oportuna y como tal, debe ser recompensada.
Con los años hemos podido ver que las sociedades transformadas, como resultado de la acción civil son más, que aquellas que se han desarrollado esperando la intervención de políticas altruistas del Estado. Sin embargo, asumir esta premisa no solo es uno de los retos más grandes que como colombianos y latinoamericanos tenemos, sino que además, supone la creación de una cultura responsable, que no externaliza la culpa o los desastre a los políticos ni demanda intervención gubernamental para todo.
Ninguno de los candidatos que pasaron a segunda vuelta era el ideal para Colombia y los dos por una misma razón: ninguno defiende la libertad como un principio integral donde lo civil y lo económico sea igualmente importante; ninguno hasta el momento ha demostrado tener características republicanas tendientes a exaltar el institucionalismo por encima del personalismo y por ello, aunque de lados “opuestos” ideológicamente hablando, el riesgo a caer en el populismo es grande y en ese sentido, la cuerda que nos impedirá caer al abismo se llama participación ciudadana, control social, accountability (…) permanente y sistemático, que trascienda de discusiones coyunturales y que inyecte en nuestro gen la cultura de la responsabilidad por nuestros actos y decisiones.
El pesimismo que en estos momentos inunda las redes sociales y las conversaciones cotidianas solo tiene lugar si la indiferencia va a ser la actitud ciudadana predominante, si nos olvidamos de los mecanismos legalmente dispuestos para protegernos del Estado y si perdemos de vista que nosotros, y no el Estado, somos los responsables primarios de nuestro progreso y calidad de vida.
*Susana Osorio es politóloga y experta en relaciones internacionales. Es académica e investigadora en la Universidad de la Frontera en Chile. Anteriormente trabajó en la Fiscalía General de la Nación en Colombia.