Por Emilio Martínez Cardona
Debo haber sido uno de los pocos, poquísimos, que se tomaron el trabajo de leer en su integridad los programas de gobierno de las tres principales fuerzas políticas del país. El esfuerzo fue mucho, así que espero que les aproveche.
Parto por el mamotreto del MAS, titulado “Agenda del Pueblo para el Bicentenario”: una colección de autoalabanzas según las cuales la situación de Bolivia es una maravilla, tanto respecto al crecimiento económico como a la reducción de la pobreza y en todo otro rubro imaginable.
Como el filósofo Leibniz, parodiado en su “Cándido” por Voltaire, los masistas parecen creer que vivimos “en el mejor de los mundos posibles”. Algo parecido a lo que dijo el ministro de hacienda Luis Arce Catacora, cuando afirmó con ligereza que Bolivia es “una isla en un océano de tormentas”, al compararla con las economías de la región.
Pero sucede que, según un sondeo de Mercados y Muestras de junio, el 48 % de los encuestados opina que se acerca una crisis económica moderada y un 22 % una crisis fuerte. En total, un 70 % que no se cree los cuentos del ministro.
En resumen, el plan es más de lo mismo: una enumeración de proyectos elefantiásicos de obra pública, de acuerdo a la cartilla keynesiana que, pequeño detalle, ahora ya no contará con el sustento de una renta extraordinaria de los hidrocarburos.
En cuanto al programa de Comunidad Ciudadana, “Soluciones para el presente y futuro de Bolivia”, me llamó la atención su propensión al constructivismo, en el sentido que le daba al término Friedrich Hayek: la tentación de la ingeniería social, de “construir” la sociedad desde el Estado, según los criterios de unos planificadores iluminados.
Mucho se habla en el programa de la “economía inteligente”, pero en su contexto esto tiene poco que ver con la smart economy discutida a nivel global y pasa a ser simplemente un nuevo nombre para la planificación centralizada.
Primera coincidencia entre los programas del MAS y CC: el pilar 12 del primero se titula “Disfrute y felicidad”, mientras que el segundo plantea crear “ciudades felices” mediante un (centralista) Ministerio de las Ciudades. A ambas fuerzas les recuerdo que ya se les adelantó el dictador Nicolás Maduro, con su Ministerio de la Felicidad.
El asunto me hizo recordar a “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, reciclado como un totalitarismo light para embaucar millennials.
Segunda gran coincidencia: en ninguno de estos dos planes se plantea una reducción general de impuestos (apenas algunas exenciones puntuales para quienes cumplan ciertos objetivos gubernamentales), ni la eliminación del sistema de cupos y prohibiciones que le atan las manos a los exportadores bolivianos.
Aquí se diferencia nítidamente el plan de Bolivia Dice No, que recoge con claridad la aspiración ciudadana a una baja generalizada de la presión tributaria, reduciendo la cantidad de impuestos, “en su mayoría irracionales, injustificados e improductivos”.
En lo tocante a la normativa de comercio exterior, el programa de BDN prevé eliminar “las restricciones burocráticas y administrativas que impiden o limitan la exportación de productos nacionales”.
Esperemos que estos temas de fondo, que hacen a la continuidad o no de un modelo estatista asfixiante, pasen en las próximas semanas a ocupar un lugar principal en la agenda del debate electoral.
Emilio Martínez Cardona es escritor y analista político uruguayo-boliviano.