Por Emilio Martínez Cardona
“La izquierda quiere convertir al coronavirus en el Caballo de Troya de su estatismo. La intervención estatal será imprescindible, pero debe realizarse para salvar y no para ahogar la fuente del progreso, que no es otra que una economía libre basada en la iniciativa privada”. La frase pertenece al escritor e historiador económico Mauricio Rojas y pone sobre el tapete uno de los eventuales riesgos en el planeta: la adopción de políticas económicas que, aún con intención bienhechora, acaben extendiendo en el tiempo la crisis que provocarán la pandemia y el aislamiento social, a través del dirigismo y la burocratización del aparato productivo y comercial.
Esto no quiere decir –como bien señala Rojas– que haya que descartar una intervención limitada del Estado, que será útil siempre que esté enmarcada en el principio de subsidiariedad, realizando aquello que los particulares no puedan hacer por sí mismos. El paradigma del liberalismo clásico, que asigna al Estado la función esencial de la seguridad, incluye evidentemente a la actual coyuntura, donde los riesgos masivos de salud se vuelven un asunto de seguridad pública.
La emergencia está dando lugar en todo el mundo a una respuesta híbrida, con múltiples medidas de control estatista (precios, circulación, etc.), pero también con medidas de corte liberal, como la postergación y reducción de impuestos, crédito fiscal y desgravaciones arancelarias.
La estrategia debería pasar por impulsar que las medidas liberales se vuelvan más amplias y permanentes, transitando por ejemplo de la moratoria en el pago de impuestos a su eliminación definitiva y a una simplificación máxima de los sistemas tributarios.
Al mismo tiempo, hay que bregar para que las medidas estatistas sean transitorias. Sabemos bien lo difícil que es esto último, sobre todo en América Latina, donde tenemos una larga experiencia de mecanismos “temporales” que acabaron eternizados.
Un ejemplo histórico de lo planteado sería el de las economías de guerra y posguerra europeas en el siglo XX. Finalizado el segundo gran conflicto mundial, la respuesta inmediata fue mantener los esquemas estatistas que fueron inevitables durante la conflagración, pero poco a poco fue ampliándose el debate sobre una necesaria liberalización. Los países donde se desmontaron relativamente rápido las estructuras de la economía de guerra (Alemania con Adenauer, Italia con Einaudi) tuvieron su boom, mientras que las naciones que insistieron en el paternalismo dirigista (Francia con De Gaulle) quedaron estancadas.
El desafío estribaría en que, a la hora de considerar medidas de intervención o control, se estime además su grado de “reversibilidad”. Al pensar en el ingreso a una “economía de guerra contra el coronavirus”, también tengamos en cuenta cómo saldremos de ella.
Emilio Martínez es escritor boliviano-uruguayo