Este 29 de junio se cumplen 7 años de que en Honduras se dieran los eventos políticos más estremecedores de su historia moderna: por orden judicial el presidente Manuel Zelaya fue depuesto de su cargo luego de innumerables violaciones a la ley, así como por desacato a la Corte Suprema de Justicia cuando pretendía instalar una Asamblea Nacional Constituyente que aboliría todos los poderes del Estado casi de un plumazo, y con ello, como era evidente para todos, el socialismo del siglo XXI sería prácticamente el norte que dirigiría los destinos de Honduras.
En ese entonces los países que conformaban el Foro de Sao Paulo eran mayoría en el balance de poderes latinoamericano, y había suficiente influencia en la Organización de Estados Americanos (OEA), presidida en ese entonces por José Miguel Insulza, para aislar al pequeño país centroamericano y castigarle por haber aplicado su derecho interno.
Nadie creía que era posible derrumbar a un sólido sistema político como el que en ese tiempo lideraba Hugo Chávez, pero se hizo, y se demostró que no eran infalibles, y los tiranos se dieron cuenta que su castillo de naipes comenzaba a caer.
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Hoy, siete años después, vemos como ese efecto que comenzó en Honduras tiende a repetirse en cada país que era gobernado en ese entonces por políticos seguidores de la doctrina nacida en Cuba y apadrinada por el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva. Se ha multiplicado el efecto negativo al socialismo del siglo XXI, ya que ha salido a flote toda la sarta de corrupción que los “Robin Hood” modernos lograban crear. Producto de esto las sociedades les han dado castigo en las urnas y la mayoría de sus líderes se encuentran ya en procesos judiciales.
Venezuela vive, diplomáticamente hablando, una realidad muy distinta a la de hace siete años, ya que en la nueva conformación de la Asamblea General de la OEA es evidente cómo ese juego de poderes ha cambiado a tal punto que fue posible conseguir los votos suficientes para castigar a la que fuera la meca del socialismo en Sudamérica, Venezuela.
Este movimiento socio-político alimentó su discurso sobre el poder que “el pueblo” ejerce, pero nunca imaginaron sus líderes que las personas lo reconocerían a tal grado, que llegarían a usarlo paradójicamente para deshacerse de su nefasta política populista, llena de corrupción, farsa, negociaciones oscuras y siempre para beneficio de los caudillos y en perjuicio de las personas, especialmente las más pobres, de quienes se sirvieron para llegar al poder.
Actualmente tenemos una Latinoamérica en reconstrucción, países como Argentina y Brasil están recogiendo sus pedazos para poder resurgir como las potencias económicas que solían ser. Venezuela, tal vez el más lastimado, está contando las horas para que su su holocausto finalice y poder, luego de más de 15 años, ver la libertad.
La mutación del socialismo
Los movimientos políticos no mueren, solo mutan de estrategias o de nombres mientras buscan fortalecerse, y esto pasa con el mal llamado “socialismo” ya que actualmente está mutando a una “oenegización” (de ONG) que en nombre de los derechos humanos está intentando socavar los gobiernos a lo largo y ancho del continente.
Lo vemos actualmente en México con casos como el de Ayotzinapa, el fallido montaje de Tlatlaya y ahora seguramente tomarán fuerza con los levantamientos violentos que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) ha tenido.
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Sin financiamiento no hay paraíso, y es esto precisamente lo que tiene en agonía al socialismo del siglo XXI, por eso, como una rémora, sigue alimentándose por medio de estas ONG que extraen de donde pueden para seguir alimentando sus ya débiles estructuras y seguir siendo la piedra en el zapato de los avances que se puedan hacer.
Además de esto, la desinformación y manejo de medios de comunicación, que siempre ha sido una de sus especialidades, sigue haciendo mella en Latinoamérica. Cada vez con menos credibilidad claro, pero su constancia y persistencia crean conflictos internos en los países afectados.
El socialismo del siglo XXI está herido de muerte, más no muerto, sigue haciendo daño, y las consecuencias de su corrupción son un reto a superar para las próximas generaciones. Pero el peor daño que este sistema político ha hecho en nuestros países, no es el económico, es el odio y división que ha sembrado en las familias, ese daño es incalculable, ya que nadie puede asegurar si algún día será superado.