En Venezuela nos hemos convertido en cazadores de conspiraciones, en agitadores sociales, en implacables fuentes de animadversión y controversia, en caníbales de opiniones adversas. El chavismo ha sacado lo peor de nosotros, nos hemos vuelto implacables contra nuestros conciudadanos, dictatoriales contra quienes piensan diferente, radicales, en el amplio sentido de la palabra, para defender nuestras posiciones, sean erradas o correctas, o quizás, ninguna de las anteriores.
Incluso yo, que me gustaba pensar que era una persona razonable, he encontrado que de a ratos me vuelvo irracional, insoportable, que me molestan los que piensan que hay una salida amigable con estos delincuentes, y que mucho de esto, no es sino una somatización de la impotencia que produce el haber pasado casi un 80 % de mi vida siendo gobernado por narcotraficantes corruptos y asesinos.
Aquello me ha hecho implacable, sí, implacable y radical, contra la corrupción y la mentira, contra la manipulación, contra todo aquello que considero fomenta que el dictador Maduro siga en pie.
Es cierto que cometemos errores en el camino (que los he cometido), como particulares lo hacemos, puesto que vivimos en una histeria colectiva. Los errores son parte de la dinámica humana. Vivimos o venimos del país más errático del presente siglo, debemos encontrar una solución, y esa solo va a pasar por reconocernos, por mirarnos a la cara y decirnos lo que verdaderamente tengamos que decir.
El reciente escándalo protagonizado por la filtración del escándalo de corrupción, publicado por mi colega y amigo Orlando Avendaño en el PanAm Post, me enseñó muchas cosas, y la primera de ellas es que como sociedad, estamos realmente jodidos, pues incluso para señalar corruptos nos hemos vueltos enemigos, o no logramos ponernos de acuerdo. ¿Hay corrupciones malas o buenas? Creo que lo primero que debemos cuestionarnos es cómo hemos permitido que nos lleven tan bajo para que debamos preguntarnos si es oportuno o no señalar un caso de corrupción. Es comprensible que el chavismo ha dejado el listón por el piso, pero nosotros como venezolanos debemos aspirar a más, debemos esperar más, debemos querer más.
Con nuestros aciertos y desaciertos, los venezolanos hemos sido personas influyentes en el mundo. No en vano el libertador de gran parte de Sudamérica proviene de nuestras tierras, y si bien la épica de Bolívar en la historia quizás nos haya hecho más daño que favores, ya que ha servido sobre todo para alimentar las mentes, sueños y narrativas de pequeños dictadores, no podemos renegar de nuestro pasado.
Con tinos y errores, Bolívar fue un personaje que marcó la historia del mundo, como lo han hecho muchos venezolanos. Pero ha llegado la hora de que empecemos a hablar con la verdad en todo sentido. Bolívar también fue un dictador, también cometió excesos, su liberación no fue una forma de traer igualdad a los pueblos, sino quizás una manera de enriquecerse más, de engrandecer su nombre, o de gobernar toda América, nunca lo sabremos con precisión.
Algo similar sucedió con Hugo Chávez en los últimos tiempos, el pequeño tirano, basándose en el nombre de Bolívar, cometió inimaginables crímenes, regaló nuestras riquezas a una pequeña isla déspota, y nos sumergió en la peor crisis humanitaria de nuestra historia. A partir de allí, han salido a relucir los pequeños Bolívar, los pequeños Gómez, los pequeños Pérez Jiménez, los pequeños Chávez, y lo que es peor, los pequeños Maduro. Esa épica dictatorial hoy aflora desde muy dentro, la intolerancia nos corroe, nos ciega, todos queremos salir de la catástrofe imponiendo nuestra catástrofe personal, y así solo podremos conducirnos a un hoyo negro.
Es cierto, el primer paso que debemos cometer como sociedad para reconstruirnos es salir de la tiranía, pero también es cierto, no podemos permitir que la actual tiranía sea sustituida por nuevas formas de tiranía, por nuevas formas de demagogia, por nuevas formas de corrupción.
Las bases putrefactas sobre las que se sostiene actualmente la nación deben ser abolidas. Ese espacio público transitado por tantos que se han enriquecido a raíz de la desgracia de tantos millones de venezolanos, debe ser limpiado. El costo de implementar una nueva estructura social será pesado, la carga será fuerte, quienes están adheridos con yeso a la estructura corrupta no querrán desaparecer, y será nuestra misión demolerlos para poder limpiar el terreno, extinguir la maleza, sembrar de nuevo y recoger frutos comestibles, sin veneno, que realmente puedan reproducirse y generar un ecosistema de relaciones personales, sociales y económicas sanas.
En el PanAm Post yo encontré un espacio en el cual me puedo expresar libremente y sin censuras, y si algo compartimos todos los que trabajamos para esta casa editorial es que comprendemos que no puede haber compasión contra la corrupción, y que el único camino para que América Latina salga de la miseria es combatiendo el populismo, el socialismo en todas sus vertientes, e impulsando modelos sociales y económicos basados en el libre mercado.
A los colombianos, argentinos, mexicanos, peruanos, chilenos, y en definitiva, a todos los ciudadanos de América Latina, les pido que nos unamos, en primer lugar para acabar con la dictadura de Nicolás Maduro, con la Daniel Ortega y con la de los Castro, y que sobre todo, nos unamos para combatir los modelos políticos que buscan repartir la miseria de nuestras sociedades, y no multiplicar sus riquezas.
Y a los venezolanos, también les pido que nos unamos, pero no con cualquiera: vamos a unirnos con gente honesta, intachable, sin negocios sucios, vamos a unirnos con todo aquel que quiera aportar para hacer de Venezuela un país mejor, para progresar como sociedad y finalmente derrotar al chavismo y todo lo que el chavismo representa, junto a todos aquellos que desde la “oposición”, han colaborado de una u otra forma para que se mantengan sus instituciones de miseria, sus negocios sucios, y la normalización de la barbarie.
Venezolanos, soñemos con un país mejor, soñemos como el país grande que somos.