
Los mexicanos enfrentaran un 2018 peligroso. Confluyen cuatro peligros creando un momento delicado para la economía mexicana. Economía que captó inversiones e incrementó el comercio bilateral con los EE. UU. en el marco de un TLCAN al tiempo que la militarización de las acciones contra el narcotráfico ocasionaba un incremento de la violencia criminal, junto a la capitalización y crecimiento de carteles que manejan el tráfico ilegal. Tras la elección de Donald Trump el TLCAN entró en renegociación y pudiera ser abandonado por los EE. UU. Mientras la reforma fiscal estadounidense amenaza revertir el flujo de inversiones. Con la incertidumbre se incrementan conflictos que impulsan la candidatura del líder del chavismo mexicano, un ultraizquierdista viejo lobo “con piel de oveja”.
La guerra a las drogas
La prohibición de drogas recreativas ha fracaso por siglos. El problema económico es simple. Las drogas recreativas son productos cuya demanda baja poco con incrementos de precio. Cuando se prohíbe y persigue, la producción legal y competitiva desaparece. Delincuentes se hacen cargo y obtienen crecientes ganancias con precios al alza. Sus ganancias permiten sobornos y corrupción creciente. Alinea intereses de mafiosos y agentes de la Ley en dos sentidos: corrupción y crecientes presupuestos para “guerra a las drogas”. A mayor persecución policial, mayores precios y mafias más ricas y poderosas contra las que se reclama más persecución. Círculo vicioso infernal. Empieza como negocio de pequeños delincuentes, no necesariamente violentos, rápidamente e inevitablemente termina en violentas manos del crimen organizado.
México es frontera del mayor mercado de consumo de drogas recreativas ilegales del mundo. En la medida que las autoridades de los EE. UU. y México insisten terca –y coordinadamente– en el error, la corrupción del crimen organizado se extiende a ambos lados de la frontera. Y México tiende a sufrir la peor parte de esa violencia criminal creciente.
La reforma fiscal en los EE. UU.
La reforma fiscal de Trump pasó la aprobación del Congreso. No hay acuerdos internacionales entre México y los EE. UU. condicionado la política fiscal de cualquiera de los dos Estados. La Unión Europea (UE) reclama que la reforma fiscal estadounidense violaría unas “reglas fiscales” internacionales inexistentes. Pueden Estados –y multilaterales como la UE– calificar a Estados soberanos como hostiles a sus esfuerzos por unificar impuestos al alza. Pueden imponer sanciones. No pueden impedir la soberanía fiscal de los que no la han cedido en acuerdos. Difiere presionar contra impuestos menores alguna pequeña Isla a intentarlo contra la primera potencia del planeta.
El problema para México es simple. Con un impuesto corporativo de 21 % en los EE. UU. y del 30 % en México las empresas pudieran cambiar su domicilio legal de México a los EE. UU. No implica pérdida de empleos o actividad. Implica caída de ingreso fiscal en México y su incremento en EE. UU. El tipo de efecto del que se espera que la reducción de tasas ocasione finalmente igual o mayor recaudación. Las empresas mexicanas, estadounidenses y de cualquier origen establecidas en México con orientación al mercado de EE. UU. tenderían a aprovechar la ventaja fiscal en los EE.UU. Además, tanto grandes como pequeñas y medianas empresas en sectores de alto valor agregado podrían descubrir nichos de mercado en que la reforma haga más atractivo invertir al norte de la frontera. Incluso para vender al sur.
El fisco mexicano ni se plantea combatir los efectos mediante recortes propios. Ni hay consenso político para lograrlo. Ni la incertidumbre en el acuerdo comercial empuja las inversiones en otra dirección que al mercado mayor. Con desregulación e incorporación del sector informal a la plena legalidad tendría importantes oportunidades fiscales México. Nada permite prever cambios profundos y rápidos en ese sentido.
¿El fin del TLCAN?
La nueva ronda de negociaciones está programada para marzo o abril. Las elecciones presidenciales en México serán el primero de julio. Hay intermedias en noviembre en EE. UU. Es políticamente inimaginable ratificar un nuevo acuerdo en los congresos de México, EE. UU. y el parlamento canadiense antes del 2019. El flujo comercial y la complementariedad económica de las economías de México y los EE. UU. crecieron a la sombra de un tratado de comercio administrado. Sobrevivirían y se adaptarían a cambios en normas y regulaciones del mismo. Sobrevivirían y se adaptarían al fin del TLCAN. Pero el mayor problema para los negocios es la incertidumbre sobre el marco regulatorio. Esa incertidumbre, más o menos prologada, afecta más las inversiones y el empleo en México que en los EE. UU. Especialmente en el marco de la reforma fiscal estadounidense.
Un Hugo Chávez mexicano
López Obrador se esfuerza en desmarcarse de sus vinculaciones con el Foro de Sao Paulo en general y la dictadura de Maduro en particular. Su nueva imagen de “izquierda moderada” difícilmente tapa afinidades y un discurso de izquierda revolucionaria de larga data. Es difícil que un López Obrador en el poder ocasionara una destrucción como la del chavismo en Venezuela a la escala de México. Pero sería una fuente de incertidumbre en el Ejecutivo en momentos especialmente delicados. Los inversionistas temen que López Obrador sería una combinación de Hugo Chávez y Luis Echeverría.
Nadie espera que logre establecer una dictadura socialista sobre México –como nadie lo creyó posible en Venezuela con Hugo Chávez– Pero todos temen efectos sobre la inversión, el empleo y la cotización del peso severos. La pregunta es si los tres primeros problemas materializaran al cuarto. López Obrador encabeza las encuestas. El PRI y el PAN tienen mala imagen. La institucionalidad democrática mexicana es reciente y potencialmente frágil. Un socialismo populista en México reforzaría el populismo proteccionista en EE. UU. y los peores escenarios de las tres primeras amenazas. Y esta vez, es realmente posible.