Hay dos formas de implantar el socialismo en un país. Mediante la revolución violenta preconizada por Carlos Marx o de forma paulatina asfixiando a los individuos y las empresas mediante regulaciones legales y tributarias.
La primera opción es rechazada por amplias capas de la ciudadanía dado que siempre – en la ex URSS, la China de Mao, Camboya, Corea del Norte, Cuba– la población ha sido masacrada y su calidad de vida descendió abruptamente tanto desde el punto de vista espiritual como material.
Es por eso que los impulsores de ese sistema de gobierno ahora se inclinan por tomar el segundo camino que, por cierto, también fue concebido por Marx y expuesto en el Manifiesto del partido Comunista.
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Marx tenía claro que destruyendo la libertad económica y debilitando el derecho de propiedad se abolían simultáneamente, todo aquello que hace la vida digna por eso afirma que:
Se nos reprocha a los comunistas, que queremos destruir la propiedad personal honradamente adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano. Esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia personal.
“¡Y a la abolición de este estado de cosas, la burguesía lo llama abolición de la personalidad y la libertad! Y sin embargo, tiene razón. En efecto, queremos ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesas.
Marx proponía un camino alternativo a la revolución: la expoliación tributaria, especialmente mediante los impuestos progresivos. Esta herramienta despierta menos resistencia porque la gente suele creer –erróneamente- que sólo afecta a los “ricos”. Es un mecanismo de “insensibilización” creciente ante la tiranía.
La fábula de la “Rana hervida” ilustra por qué este recurso es tan eficaz: Al poner una rana en una olla con agua fría y gradualmente subir la temperatura, el animal permanece quieto en el interior hasta que sin darse cuenta, muere. Si por el contrario se la arroja al agua hirviendo, salta al instante y huye.
En Uruguay el gobernante Frente Amplio -con matices entre sus diversas facciones- aspira a establecer el socialismo en nuestro país y se ha venido moviendo en ese sentido. Así lo declara abiertamente el expresidente José Mujica.
La presión tributaria ha venido creciendo en forma sostenida a pesar que entre 2005 y 2014 el dinero ha entrado “a paladas” al Estado. El gasto público se expandió en forma descomunal, aumentando el número de funcionarios públicos y los subsidios sociales sin ningún tipo de contrapartida a una porción desmesurada de la población. Es decir, que a los que producen y se sacrifican se les arrebata una porción creciente del fruto de su trabajo para mantener a gente que ni trabaja ni estudia, frecuentemente, porque no quiere.
Aquellos alrededor del mundo que aclaman a “San” Mujica por sus “sabias” palabras, estaría bueno que por un instante dejaran de lado esa filosofía light y analizaran con rigor el significado social y moral de consejos como el siguiente: “Cuando tú compras con plata, compras con el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener esa plata.” Lisa y llanamente es una prédica a favor del atorrantismo.
Pero como obviamente los individuos que “no van a gastar más tiempo de su vida” para ganar dinero van a seguir teniendo necesidades, otros tendrán que “trabajar el doble o el triple” para solventar las propias y las ajenas. ¡Una inmoralidad e injusticia por donde se lo mire! ¡Una afrenta a la gente de bien!
Eso sin contar que si esa conducta se generalizará, retrocederíamos a épocas en las cuales más de la mitad de la población mundial moría por las enfermedades y la falta de producción de alimentos. ¿Nadie piensa que el aumento de la productividad gracias al trabajo constante, la creatividad y la innovación fueron lo que hicieron posible tal “milagro”?
Esa realidad es reconocida incluso por Marx quien afirma:
En el siglo escaso que lleva como clase dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas […] La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción y con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, arrastra a la civilización hasta a las naciones más bárbaras. El bajo precio de sus productos, es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular hasta a los salvajes más xenófobos y fanáticos.
A pesar de la bonanza excepcional que disfrutaron los gobiernos del Frente Amplio, el déficit fiscal es enorme, ronda el 3,6 % del producto Interno Bruto (PIB); la deuda siguió aumentando; la seguridad, salud y educación públicas están en estado calamitoso al igual que la infraestructura vial. Y el remedio que se le ocurre al gobierno es aumentar los impuestos. Esto ha provocado muestras de indignación de los contribuyentes.
Frente a la situación descrita la senadora Lucía Topolansky –esposa de Mujica- ha declarado que “el camino al socialismo” implica lo siguiente:
La cuestión solidaria acá es muy importante. Yo sé que todo esto es discutible. Es momento de que todos hagan un esfuerzo […] Obviamente que yo voy a tratar que la balanza se incline para el más desprotegido. Al otro le puedo pedir un esfuercito. Al que gana más yo necesariamente le tengo que pedir un esfuercito.
Topolansky se escandaliza porque los contribuyentes protestan por la mala calidad de los servicios públicos a pesar de los altos impuestos que pagan:
Que si yo pago cinco, que se me devuelva en servicios cinco. Pero el Estado ¿con qué se financia? Con los impuestos. Muy bien. Y yo tengo sectores de la sociedad que los he estado tratando de meter en la comunidad […] ¿Qué gracia tiene si te doy cinco y me pagas cinco en servicios? La solidaridad no pasa por ahí.
Para colmo, el Estado afina los instrumentos para que no se le escape ni un solo peso de los tributos, convirtiendo a la Impositiva en un agente cada vez más policíaco y poderoso, inmune incluso al control judicial. Eso se da de la mano de un gasto estatal desquiciado, manejado de forma desaprensiva que colinda a veces con la corrupción. Uno de los exintegrantes del Tribunal de Cuentas expresó: “Estamos un poco pintados los que estamos acá para formar y hacer creer y tener la sensación que existe un contralor para todas las organizaciones públicas y eso no es así”. Algo parecido ocurre con la Auditoría General de la Nación, que persistentemente denuncia “graves problemas de control que comprometen la transparencia” en diferentes reparticiones públicas.
Los uruguayos no son todos “ranas”. Frente a este estado de cosas, los individuos que procuran progresar en base al mérito, están emigrando. Es una sangría silenciosa que va dejando –imperceptiblemente- anémica a la fuerza productiva nacional.
Son personas que profesan la ética del trabajo. Quieren salir adelante mediante su esfuerzo y se indignan cuando escuchan hablar de los planes estatales donde la gente recibe dinero a cambio de nada, por considerarlo degradante de la condición humana y un modo de perversión moral. O sea, no están dispuestos a renunciar a su personalidad ni autonomía.
La alarma cundió cuando firmas empresariales le advirtieron al gobierno que iban a cerrar sus puertas para instalarse en Paraguay, donde las normas laborales, de seguridad social, el nivel de los impuestos y la actividad sindical facilitan producir riqueza. Si esa medida llegara a materializarse las consecuencias socioeconómicas -principalmente para lo más desvalidos- serán devastadoras.
Lo que demuestra que la imposición del socialismo, ya sea por las buenas o por las malas, produce siempre el mismo resultado: el descenso de la calidad de vida de la población.