
Confieso que hasta he sentido emoción en la reciente disputa entre el Gobierno colombiano y la compañía farmacéutica Novartis. Es como una lucha de David contra Goliat. O, por lo menos, así lo han presentado.
Es como si el objetivo inicial – ayudar a las personas enfermas – haya dejado de ser el prioritario. Ahora la cuestión es de soberanía, de orgullo nacional, de dignidad nacional.
Elementos, todos, que han estado asociados, las más de las veces, a la legitimación de políticas que solo generan daños a quiénes las adoptan pero que quienes las proponen las consideran esenciales y hasta positivas.
De mi parte, esa emoción que he sentido demuestra que todos podemos caer en ilusiones colectivistas. Hasta puede ser divertido sentirse parte de eso que llaman sociedad. El problema está en que, las más de las veces, esos sentimientos colectivistas no son racionales en el sentido de generar beneficios para quiénes los sienten.
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La lucha la está dando el Gobierno colombiano, representado por el actual ministro de Salud, Alejandro Gaviria, en contra de la compañía farmacéutica Novartis. El problema, resumido, está en que el ministro trató de negociar con la empresa la reducción del precio de uno de sus productos, utilizado en el tratamiento de la leucemia. Ante la negativa del laboratorio, el ministro anunció que la patente sería liberalizada. Esto es, que el medicamento no estará protegido ante su producción por parte de cualquier otro laboratorio.
La respuesta de Estados Unidos no se hizo esperar. Primero, hubo amenazas. Ahora, vienen los apoyos de la izquierda del partido demócrata, incluido el del actual candidato Bernie Sanders.
Hasta sería interesante que se hiciera lo que el ministro quiere para así retar el mito según el cual Colombia está subordinado a los Estados Unidos. O que las empresas transnacionales – para que suene más dramático – manejan todo y a todos como titiriteros. Pero, ¡qué va! Algunas ideologías solo pueden sobrevivir a punta de teorías de la conspiración. De lo contrario, se quedarían vacías.
No critico a Alejandro Gaviria, profesional que ha demostrado ser excelente. Pero hasta los mejores pueden tener ideas que no necesariamente generan los resultados que se esperan, como cualquier persona puede caer presa de la ilusión colectivista.
La lucha, es claro, busca defender la vida de unas personas enfermas que no pueden adquirir los medicamentos que necesitan de Novartis. Pero esto, no se puede olvidar, se debe a que es el Estado el que paga por esos medicamentos. Con nuestro dinero. Pero el Estado adquiere los medicamentos para todos y, por lo tanto, ningún monto alcanzará nunca.
¿Es la lucha del Ministro la única forma de solucionar el problema? No. Otras pueden existir pero no se reconocerán hasta que no se supere la idea según la cual la salud solo la puede proveer el Estado. Por esta idea, no solo los servicios no cubren a todos, tampoco se prestan bien y hasta la plata se la roban los supuestos empresarios, amigos del Estado, que se enriquecen porque el ente político les permite, solo a ellos, prestar los servicios y quitarles los recursos a los colombianos para ello.
Ahora bien, ¿por qué hay personas que no están de acuerdo con la lucha del Ministro? ¿Acaso quieren los dueños de Novartis y quiénes los defienden que las personas mueran? Aunque pueda haber casos de sociópatas que así piensen, serán una minoría.
Las dudas están en la cuestión de qué implica el control de precios. La empresa produce y luego el Estado la obliga a entregar su producción – o le roba el proceso para hacerlo, la patente, que es lo mismo – para dárselo a quién sea. ¿No es esta una forma de expoliación?
¿Qué puede generar eso? Las productoras de genéricos se dedican a copiar. Las farmacéuticas, las malas del juego, los demonios hechos empresas, son los que investigan. Si dejan de investigar, no hay qué copiar.
No estoy defendiendo el sistema de patentes, en particular, y de propiedad intelectual, en general. Pero si a través de este sistema, la empresa adelantó el proceso de investigación e innovación, y luego el Estado le cambia las condiciones, esto no solo es injusto para esa compañía, sino que también plantea un pésimo precedente.
La idea pareciera ser inofensiva. ¿No debe primar la vida al “lucro”? Pero la única opción de solucionar este asunto no es que el Estado deje de proteger los derechos para legitimar el expolio. Pareciera, más bien, que lo único que prima, tal vez no para el ministro Gaviria, pero sí para muchos que lo defienden, es el odio por las multinacionales – transnacionales, para que suene más dramático, así como les gusta a quiénes las odian.
El odio nunca es racional y, en muchas ocasiones, le hace más daño a quién lo siente.
Tal vez por eso sentido de manera colectiva es que genera tanto placer: es mejor quedar en peor situación en conjunto que de manera individual.