
Cuando alguien dice que lo que sucede en Venezuela lo tienen que arreglar solamente los venezolanos desconoce dos temas fundamentales. El primero, es que evidentemente el chavismo controla la institucionalidad armada del país gracias al apoyo de Cuba, Irán, Siria y Rusia. Es decir, los problemas en Venezuela no son solamente problemas entre venezolanos; también son con cubanos, iraníes, sirios y rusos. Pero el tema más grave es que se ignora el hecho de que Venezuela es un país secuestrado por un régimen totalitario. Nadie le pediría a un secuestrado que pusiera sus esperanzas de libertad en su habilidad de desencadenarse, desarmar a sus captores y llevarlos a la cárcel.
En Colombia, conocemos bastante bien la tragedia del secuestro, la mala alimentación es un acto deliberado para mantener, precisamente, en bajos niveles de energía al que está privado de la libertad. Además del debilitamiento corporal por el racionamiento alimentario, se agrega el maltrato físico y psicológico que tiene como objetivo quebrantar el espíritu de resistencia. La humillación cotidiana no es un efecto indirecto de la privación de libertad, es el instrumento principal para mantener en actitud de sumisión al secuestrado. Nadie en su sano juicio le puede pedir a un secuestrado que deje su libertad en manos de sí mismo, especialmente cuando esa libertad es instrumento transaccional de los intereses de los captores. Reconocer que los venezolanos están secuestrados es una primera claridad para asumir una intervención militar internacional.
La segunda claridad, es que la intervención militar internacional no se construye exclusivamente con base en los intereses de los venezolanos. Cada país que arriesga su personal y asume los costos necesita argumentos adicionales para movilizar su aparato armado y asumir el desafío histórico de una acción semejante. La solidaridad con los secuestrados no es suficiente para contener a los captores. En el caso de Colombia, el argumento es evidente. La dinámica transfronteriza genera problemas de seguridad ciudadana y eso ya da suficientes motivos para que solo Colombia asumiera una acción directa contra la oligarquía chavista de Miraflores y sus aliados internacionales. Sin embargo, hay otros países latinoamericanos que tendrían intereses para intervenir militarmente, y esos intereses se podrían alinear con su posible rol en una operación a gran escala.
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Diosdado Cabello es el Monojojoy y Nicolás Maduro es Alfonso Cano
Para empezar, hay que reiterar que el objetivo político de dicha intervención no debe ser el derrocamiento de Maduro, sino la neutralización de la alianza que lo mantiene en Miraflores para lograr el establecimiento de una Venezuela Occidental que permita reconstruir unas instituciones de libertad en ese territorio. Una de las razones para no buscar como objetivo el derrocamiento de Maduro es que él es irrelevante, incompetente y torpe… Por eso, es el único que debe dejarse quieto. Se le hace más daño al chavismo dejándolo que quitándolo. El problema son los que lo usan de fachada para delinquir en la sombra, contra esos, autores intelectuales y materiales del totalitarismo, contra esos sí es que hay concentrar las acciones militares.
Muchos de los que revisan el llamado a las elecciones anticipadas en el 2018 lo hacen en términos de la debilidad de la oposición, pero tampoco tienen en cuenta la fractura que implicó la masacre de El Junquito. Nicolás Maduro, asesorado por los cubanos, quería capturar a Óscar Pérez; sin embargo, fueron los colectivos, bajo el mando de Diosdado Cabello, los que lo asesinaron El supuesto número dos se saltó en autoridad al supuesto número uno. Ese choque de facciones en Colombia se conoce muy bien porque se ha visto en la mayoría de organizaciones que integran la búsqueda de objetivos políticos con mecanismos de financiamiento a través del narcotráfico; el ala política y el ala narcotraficante terminan enfrentadas. Por lo anterior, las elecciones adelantadas no son solamente un mensaje de control hacia afuera son, sobre todo en este caso, un desesperado intento por restablecer la cadena de mando. Y si se quiere llegar al final del día a una solución negociada hay que debilitar al ala dura y mantener en el papel al ala blanda. En “colombiano” eso sería bombardear al “Mono Jojoy” y abrir conversaciones con Alfonso Cano. Diosdado es Jojoy y Maduro es Cano.
A partir de lo anterior, es posible empezar a decantar lo que sería una gran intervención militar en Venezuela, teniendo en cuenta que es fundamental que sea principalmente latinoamericana, sin evadir la muy probable cooperación y acompañamiento estadounidense. Sin embargo, una acción militar conjunta de los países latinoamericanos manda también una señal al resto de países sobre la capacidad bélica que se tiene. En especial, a los que asumiendo que Latinoamérica es el “patio trasero” de Estados Unidos, buscan proyectarse contra ese país a través de los nuestros. La Unión Soviética ya buscó desarrollar quintas columnas en estas tierras y ahora las fuerzas islámicas. Es hora que empiecen a darse cuenta que tienen que pensarse dos veces si creen que pueden salir impunes de sus proyectos geopolíticos. Nuestro vecino es Estados Unidos asúmanlo y déjenos tranquilos, con ese país ya buscaremos la forma de entendernos en los problemas que tengamos, no es necesario que vengan otros a crear nuevos.
La Alianza Militar Latinoamericana
Lo primero que es importante recordar es que Brasil aspira a ser potencia global y busca un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Por eso, si bien Colombia debe liderar la acción militar en Venezuela, siendo el país que más queda afectado por una mala intervención, claramente, el liderazgo en la ofensiva aérea lo debe ejercer el mayor país suramericano. Brasil es de hecho, la decimoséptima potencia militar del mundo, y si el proyecto BRICS quiere seguir adelante debe poder compensar en esa mesa a Rusia, China e India. Además, le permite hacer despliegue de su tecnología aeronáutica y mantener un rol principal en lo que sucede en el subcontinente.
Si Brasil aspira a ser considerado un actor de peso a nivel global, la intervención militar en Venezuela es quizás la forma en que da un salto decisivo en ese camino. Además, puede operar comandos que logren capturar información e involucrados en el caso Odebrecht, y desentrañar con lo que existe en Venezuela el nivel de corrupción que se instaló bajo el gobierno del Partido de Trabajadores. Brasil con la intervención se daría un logro geopolítico y uno judicial.
El siguiente país que tiene un interés evidente en la intervención es Argentina, de hecho su interés no es tanto Venezuela como Irán. El acto criminal de la bomba en la AMIA en 1994 debe ser considerado como un acto de guerra, y el asesinato del Fiscal Nisman en el 2015 debe ser considerado como un acto de traición a la patria. Capturar a los enlaces iraníes en Venezuela es fundamental; no solamente para terminar de exponer la conspiración en contra de Argentina, sino también para exponer la amenaza iraní en el continente. Además de que destruir las instalaciones iraníes en territorio venezolano sería un golpe financiero para quién durante años fue construyendo bases de retaguardia para logística y entrenamiento terrorista.
México iría contra Diosdado Cabello y la cúpula del cartel de los soles. La captura del número dos, en el contexto de su prontuario criminal, permitiría descubrir operaciones de carteles mexicanos y desvertebrar redes de tráfico y lavado de dinero. Además, le daría un elemento adicional de negociación bilateral con Estados Unidos. Una celda de cadena perpetua en ese país que lo tuviera condenado al olvido y el aislamiento es quizás mejor destino que un juicio en la Corte Penal Internacional. La información sobre los colectivos chavistas que operan bajo el mando de Cabello se pondrían a disposición de las fuerzas colombianas para su desmantelamiento en la zona de la Venezuela Occidental y su rápido traslado a las autoridades judiciales de transición, quedando en lista el resto de bandas criminales para ser monitoreadas en el futuro.
Perú podría asumir el desafío operativo de liberar a los presos de Ramo Verde y de capturar a Vladimir Padrino. Está claro que Perú ha sido uno de los países que más ha insistido por la violación sistemática de Derechos Humanos a los presos políticos y está más que documentada la tortura que se ejerce en Ramo Verde—el Auschwitz del socialismo del siglo XXI. La capacidad para ese tipo de operativos lo demostraron las fuerzas militares del Perú en 1997, con la liberación de los rehenes de la embajada del Japón. La captura de Padrino sería para llevarlo ante la Corte Penal Internacional precisamente por los crímenes de Ramo Verde.
Chile tendría la delicadísima misión de contener el operativo de reacción de los cubanos. Afortunadamente, dentro del alto mando chileno hay consciencia del rol expansionista del comunismo que se coordina desde La Habana, y eso permite que puedan plantearse ese objetivo como una prioridad de seguridad nacional. Especialmente, para contener la relación con el renovado terrorismo que se ha incubado al sur del país austral y en el que hay indicios fuertes incluso de apoyo fariano y sus redes de cooperación. Chile es para el régimen cubano el mayor objetivo político militar por encarnar precisamente todo lo contrario a lo que ellos han intentado generar en América Latina, primero como cabeza de playa de la Unión Soviética, y luego simplemente como instrumentalización de retaguardia para evitar la caída de su tiranía. El futuro de Chile pasa por la neutralización definitiva de la influencia comunista cubana.
Tarek El-Aissami, el vicepresidente de Venezuela, sí es para dejarselo a los gringos.