En 1930 se realizó una de las más famosas acciones no violentas en contra de uno de los gobiernos más poderosos de la historia: la “marcha de sal”. Fue un acto contundente que desnudó la incompetencia del imperio británico para imponer sus leyes y hacerse obedecer. ¿Cómo iban los indios a confrontar bélicamente a una de las fuerzas militares mejor armadas y mejor entrenadas del mundo? No lo harían.
Gandhi buscaba convencer para vencer. Convencer a sus connacionales y convencer a los ingleses. Lo suyo fue un acto de profunda retórica simbólica que inspiraría en el futuro a muchos. Sin embargo, muchos de esos inspirados, obsesionados con la retórica simbólica, evaden las preguntas de contexto, tanto de la “marcha de sal” como de aquellos lugares en donde intentan usar la acción no violenta como estrategia.
Eso es especialmente cierto ahora que hay una tecnocracia de la no-violencia, como por ejemplo el Instituto Albert Einstein o CANVAS que, obsesionados con sus propios éxitos quieren creer que son la solución a todos los contextos. Y obviamente con los problemas financieros del gobierno de Estados Unidos las alternativas de cambio de régimen no violento se ven como una opción de bajo costo a una estrategia militar convencional.
No obstante, los “expertos” en acciones no violentas llevan más de una década intentando tumbar al chavismo y nada que revisan sus premisas.
Gandhi logró cambiar con la marcha el impuesto de sal pero la independencia llegó diez y siete años después. Además, claramente no fue producto directo de la “marcha de sal”, sino de la debilidad financiera y política que, después de la Segunda Guerra Mundial, le costó a Europa todo el modelo colonial. Así que la vinculación exitosa de esta acción no violenta con el logro político posterior tiene también mucho de propaganda. Eso sin mencionar que incluso en 1931 la concesión a Gandhi con el impuesto de sal servía más como una válvula de escape para evitar un despliegue militar mayor en el marco de tensiones en Europa.
En el otro ejemplo “exitoso”, que es el de la caída de Milosevic en Serbia, poco se tiene en cuenta que hubo previamente un debilitamiento del tirano con una intervención militar contundente. La acción no violenta efectivamente cumplió su cometido pero solamente después de la acción militar internacional que debilitó la capacidad de represión del régimen. Por lo tanto, si alguna lección se puede tomar de ahí es que la acción no violenta de la población civil es complementaria pero no sustituta del uso de fuerzas multinacionales.
Un tercer ejemplo relevante de las acciones no violentas son las marchas de Martin Luther King. Estas acciones no violentas también tuvieron criticas tempranas que ciertamente insistían en el rol del gobierno federal en la protección de los derechos humanos, de la misma manera que hoy lo hacen quienes llaman a la activación del artículo 187.
Claramente, la acción no violenta de Gandhi contra Inglaterra se basaba en que la isla británica contaba con un sistema electoral que formaba a la opinión pública a través de una prensa libre. Sin embargo, es imposible imaginar cómo Guaidó puede alterar el colonialismo cubano impactando sobre la opinión pública de la isla caribeña.
De hecho, Inglaterra con su sistema abierto al comercio mundial tenía más costos y menos beneficios de mantener una burocracia tan grande y tan lejana. Por el contrario, el totalitarismo cubano depende para su sobrevivencia en todos los aspectos de mantener control, incluso parcial, sobre los recursos venezolanos.
Por ende, cuando la comunidad internacional se muestra partidaria de operaciones de cambio de régimen a través de acciones no violentas, posterga casi de manera indefinida la liberación militar mutilateral. ¿Qué le queda a los venezolanos al entender que Guaidó no es un nuevo Gandhi?
Más venganza individual y menos cambio de régimen colectivo
A medida que se degradan y paralizan todos los actores, en gran parte por el colapso institucional, social y económico, lo que va emergiendo es una anarquía sin defensa propia. Un gobierno colapsado, una justicia colapsada pero una cultura sin conciencia del legítimo derecho a defenderse de manera individual. Una exacerbación del fin colectivo y la acción colectiva paralizando la iniciativa particular.
Con la inmensa cantidad de crímenes y atropellos que se viven en Venezuela, casi que sorprende que no haya casos de venganza contundentes. Es tan alta la obsesión con Maduro como encarnación del régimen que la retaliación contra autores materiales de torturas y vejámenes pareciera ser una necesidad postergable. Primero la transición y luego la justicia.
Esos que creen que se puede salir de la tiranía sin disparar un fusil, también concederán amnistías y perdones para delitos que no fueron contra ellos. Repartirán absoluciones por encima del daño y el dolor ajeno.
Ni Gandhi ni Luther King habrían afirmado nunca que en situaciones excepcionales la venganza era necesaria y justa. Pero claro, ellos eran Gandhi y Luther King, excepción entre mortales. Para muchos de nosotros, quizás menos evolucionados y sofisticados, la retaliación no solamente nos parece legítima, sino que además fundamental como parte de la salud mental, además de ser una señal clara frente a qué se puede esperar en el futuro.
Que el entorno tenga claro que acciones dañinas serán respondidas de manera contundente, facilita el trato pacífico y respetuoso. Y en el nivel de daño que se ha provocado en Venezuela, más que tiranicidio, y a falta de una acción policial masiva que ponga tras las rejas a los criminales, o una acción internacional que permita neutralizarlos, la iniciativa privada para la provisión de justicia tiene mayor sentido.
En este contexto, quizás los que más estarían dispuestos a ejercer la venganza no sean ni ricos ni clase media en el exilio, sino los pobres. Finalmente son los que más han perdido y los que están más al borde de la muerte por incapacidad de sobrevivencia.
Son aquellos a los que se les han muerto bebés recién nacidos por enfermedades prevenibles, a los que les han matado los padres, los hermanos, las parejas, los que sin mucho más que perder y tratando de aliviar el dolor podrían escoger autores materiales, no dentro de los políticos de mayor visibilidad o militares de alta graduación, sino a los que fueron cómplices en la matanza que tuvieron que soportar.
Los enfermos terminales sin mayor esperanza, y con toda la rabia acumulada en su debilidad, podrían terminar inmolándose contra figuras menos protegidas del chavismo. Claro, también está la posibilidad de que por envenenamiento alguien que tiene acceso a los alimentos de algún gobernador o alcalde “revolucionario” se cobre algunas cuentas personales.
Quizás cuando a gritos tantos claman por alguien que vaya a Venezuela a defenderlos, es necesario que por lo menos algunos de esos tantos encuentren en sí mismos ese alguien. De la defensa propia a la justicia propia quizás no haya mayor distancia. ¿Se parece a la venganza? Quizás.
Pero seguramente mientras algunos esperan que Guaidó se convierta antes de fin de año en un nuevo Gandhi, pueden ir preparando los planes para que así no llegue el cese de la usurpación, el cese de la tiranía de saberse solamente víctimas.
No sería extraño que en alguna región se dé un “Fuenteovejuna”, acción violenta colectiva contra los burócratas.
Desafortunadamente, a los tecnócratas de la no-violencia se les olvida que su no-violencia es principalmente no-violencia contra los victimarios. La justicia en ese contexto siempre será prematura, así como el 187.