Pocas columnas me han tomado tantos días de reflexión como esta. He tenido que revisar muchas de las posiciones que he sostenido hasta hoy y renunciar a algunas para llegar a la conclusión que reposará unos párrafos por debajo de estas líneas.
Se cumplieron recientemente seis años del movimiento “La salida”, ideado y liderado por Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma como un mecanismo popular que presionara con suficiente intensidad para lograr la renuncia de Nicolás Maduro.
Hoy podemos decir que “La salida” fue el primer capítulo de una insurrección popular que tendría dos episodios más de trágica intensidad en 2017 y 2019.
¿Qué falló? ¿Por qué no se llegó en 2014 a la meta si había una dirigencia política decidida y cientos de miles en las calles? Para aquel momento, la comunidad internacional reconocía a Nicolás Maduro como presidente, el chavismo todavía era porcentualmente significativo, las Fuerzas Armadas estaban absolutamente controladas por el régimen y las sanciones económicas eran inexistentes.
Al menos tres de esos factores han cambiado por completo.
No obstante, debemos preguntarnos qué hay que solventar para que un movimiento como “La salida” tenga éxito esta vez.
A las puertas de un proceso electoral para el poder legislativo hay tres factores del llamado G4 que han demostrado su voluntad de participar: Acción Democrática, Un nuevo tiempo y Primero Justicia.
Si hacemos los cálculos correctamente, del G4 nos quedaría una facción de tres partidos que apuesta por lo electoral y otra fracción en la que se encuentran Leopoldo López y Juan Guaidó, que se oponen a participar en un proceso de esa naturaleza.
Sé que el presidente Guaidó tiene la idea de que cualquier rebelión popular debe ir acompañada por todos los sectores que estén dispuestos a sumar voluntades. No obstante, presidente, hay voluntades que solo restan.
Puedo comprender que como político exista el temor de convocar y no ser capaz de llenar ni una plaza –¡vaya ironía!– sin el apoyo de los partidos. Ese miedo tiene sustento, pues desde el 30 de abril de 2019 la mayoría de las actividades públicas de Juan Guaidó fueron acompañadas únicamente por militantes de AD, PJ, UNT y VP.
Pese a ello, hay un cálculo que debe agregarse a la ecuación: perder a tres partidos del G4 puede significar para Guaidó el primer paso para recuperar la confianza de una ciudadanía que no está dispuesta a apostar por los políticos.
Los venezolanos hoy se quedan en sus casas porque sienten que cada vez que les convencen de salir a la calle terminan defraudados. Así ha sido.
En este caso, con Juan Guaidó no basta, hay que sumar un poco más.
Desde hace unos meses he asumido una postura absolutamente crítica hacia Leopoldo López, cuya presencia –según fuentes dentro del gobierno interino– ha sido un obstáculo constante para la autonomía de Guaidó.
Considero que el 30 de abril fue una traición imperdonable a la confianza de la gente, pero –y esta es la renuncia más importante que he tenido que hacer para escribir estas líneas– reconozco que puede aportar mucho en una eventual resurrección de “La salida”. Después de todo, él y Antonio Ledezma fueron los padres de este movimiento.
Sin embargo ¿cómo podría López recuperar la confianza de la gente? Asumiendo sus errores, pidiendo perdón por ellos y plegándose a la autoridad del presidente encargado. Además, una vez llegado el momento, saliendo de la Embajada de España y pasando a la clandestinidad, apareciendo únicamente cuando sean convocadas las protestas. Asumir el riesgo mayor a cambio de recuperar liderazgo y credibilidad.
Por último, hay que sumar a esta lista a la madre de la criatura: María Corina Machado.
La dirigente tiene sobradas razones para desconfiar de Guaidó y López, por lo que tendría que obtener de ellos un compromiso inequívoco de insurrección hasta el final, descartando cualquier intención de instalar una mesa de diálogo o sucumbir ante una tentación electoral.
Machado aporta en esta ecuación una credibilidad que se mantiene intacta –algo que López y Guaidó han ido perdiendo con el tiempo–.
Sumadas estas tres voluntades tenemos el primer factor necesario para revivir “La salida”: una dirigencia política determinada. Tenemos también el apoyo de una comunidad internacional decidida a presionar en simultáneo para acorralar al régimen. Y presionarán hasta las últimas consecuencias.
Nos queda, sin embargo, un elemento por recuperar: las Fuerzas Armadas.
No hay forma de que los militares confíen en personajes como Leopoldo López o Julio Borges. En el primero porque los elementos que se voltearon el 30 de abril han hecho saber que fue justamente la presencia de López la que acabó con la “Operación Libertad”. En el segundo porque delató a un grupo de militares que planeaban un golpe de Estado contra Nicolás Maduro.
Además, los militares –y cualquier ciudadano con sentido común– encontrarán difícil creer en Henrique Capriles o Henry Ramos Allup cuando ambos asistieron a la mesa de diálogo de 2014 con la que sepultaron La Salida, tras el encarcelamiento de Leopoldo.
Aquí es donde debo permitirme una licencia de optimismo. Suponiendo que Borges tenga la prudencia de no abrir la boca en este proceso, que el perdón ofrecido por López resulte creíble para los militares y que la comunidad internacional acorrale al régimen –como lo harán–, un nuevo momento podría presentarse para esos que conspiran en lo oculto de sus conciencias.
Entonces ¿qué se requiere para revivir “La salida”?
Que Juan Guaidó entienda que perder a tres partidos le supondría recuperar la confianza de la gente.
Que Leopoldo López asuma sus errores, pida perdón por ellos y se pliegue a la autoridad del presidente encargado.
Que María Corina Machado confíe nuevamente en los dos anteriores obteniendo de ellos un compromiso inequívoco de insurrección hasta el final.
Que la comunidad internacional embista con toda la fuerza –en los distintos ámbitos– al régimen con el fin de lograr su salida.
Que un grupo cuantioso de militares confíe en esta fórmula y se ponga del lado de la Constitución.