Uno de los mayores temores de la salida de los EE.UU. del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático es que podría causar un efecto dominó, es decir, que otros países miembros tampoco quieran adherirse. El efecto ya está empezando. No solo eso, se exponen los negociados internos que exige y cómo no todos los países tienen las mismas exigencias. Mientras se ofrece financiar a ciertos países para que se adhieran a las medidas que exige el acuerdo, otros lo deben financiar. Es este cambio de categoría lo que impulsa la salida de Turquía, quien expone esta serie de inconsistencias de un movimiento que se autoproclama salvador del planeta y consigo de la humanidad y por ende vilifica a quien no adhiera como cómplice de la destrucción.
A pesar de que todos los líderes en la cumbre del G20, salvo Trump, firmaron en la declaración final que “el Acuerdo de París es irreversible”, Erdoğan dijo que algunos de los países tenían un “problema” con el acuerdo y no “no renovarán su apoyo”.
El sábado pasado, al final de la cumbre del G20, el presidente turco, Erdoğan anunció que no se adherirá al acuerdo. Aseguró que en París, el entonces presidente, François Hollande prometió que Turquía sería considerada como un país en vías de desarrollo, en lugar de una nación industrializada como se considera actualmente. El G20 está compuesto justamente de naciones industrializadas. Eso le vuelve miembro a Turquía. Pero, el estándar no aplica por igual a todas las naciones. Para obtener fondos de la “lucha contra el cambio climático” es necesario que quede dentro de la categoría de países en vías de desarrollo, ya que históricamente las naciones industrializadas han sido consideradas las naciones más ricas. En caso de conservar su categoría de nación industrializada, Turquía tendría que ser uno de los países que financia los fondos del cambio climático. Estos fondos son un incentivo para que los países que tienen combustibles fósiles puedan invertir en energías renovables, entre otros gastos.
Un artículo del sitio World News Politics recopila lo dicho por el presidente turco: “Por ende, luego del paso que dio el presidente de los EE. UU., nuestra posición se inclina hacia no aprobar esta medida en el parlamento.
Pues la salida de EE. UU. del acuerdo implica que el fondo perdería 2 mil millones de dólares que ese Estado miembro estaba comprometido a pagar. Esto puso en duda la adhesión de Turquía, ya que el Acuerdo de París aduce que destinará 100 mil millones de dólares por año hasta el 2020 a los países en vías de desarrollo. En caso de ser reelegido Trump, sin el aporte de EE. UU, este objetivo se volvería difícil de cumplir.
De acuerdo al informe de la ONU, Rusia no ha ratificado el acuerdo. Anuncia que no lo hará antes del 2019/2020, con lo cual tampoco se contaría con los fondos rusos hasta ese momento, un “socio inversor” menos, aun si adhiere después, no podría aportar a la recaudación previa. Desde sus inicios Rusia se mostró disconforme, ya que implicaría que buena parte de sus combustibles fósiles tendrían que conservarse bajo tierra. Es decir, a pesar de que está en su suelo soberano, no podrían explotar esos recursos.
Erdoğan concluye: “Sin ánimo de ofender, pero no pasará a nuestro parlamento mientras no se cumplan las promesas que nos ofrecieron”.
Dentro de las críticas no solo al acuerdo, sino a la hipótesis del cambio climático como consecuencia de la industria humana, está justamente cuánta corrupción hay detrás, cómo tantos científicos alteran estadísticas para asegurar su sueldo —desde el Estado— para mantener a flote un discurso imperante. Para quienes hayan leído la novela, o visto la película, 1984 de George Orwell, recordarán que el protagonista, Winston, trabajaba modificando noticias para que se ajusten a la política del momento, a lo que diga el partido. Fue así como en nuestros tiempos la alarma del calentamiento global pasó a ser la alarma del cambio climático.
Lo cierto es que en la Tierra el clima ha cambiado no solo antes de que haya industria sino antes de que haya humanos. Pero lo que se pregona es que man-made, hecho por el hombre, por la humanidad. En base a esto se creó el Protocolo de Kyoto que busca reducir la emisión de gases de efecto invernadero. El Acuerdo de París entra en vigencia en 2020, cuando vence la vigencia del Protocolo de Kyoto, impulsado —entre otros— por el exvicepresidente demócrata del los EE. UU., Al Gore. Su compromiso con esta causa le llevó a crear y protagonizar un documental llamado “Una Verdad Incómoda”, donde anticipaba —que si no hacíamos algo de inmediato— la extinción de los osos polares, entre otras catástrofes, cosa que no solo no sucedió sino que incluso dicha especie proliferó. Cuando en el 2007 aceptó el premio Nobel, decía que de acuerdo a un estudio de la Marina de EE. UU. ya no habría casquetes polares en el polo sur en siete años y remarcó, haciendo pausa, que serían apenas siete años. La reiteración no es mía, sino de él. En realidad, en siete años el hielo aumentó un 60 % en esa zona. Esa verdad sí que es incómoda…
Esto no significa que no debe haber consciencia y cuidado del planeta, a fin de cuentas es nuestro hogar, lo que sí significa es que no porque lo diga la autoridad es la realidad. Tampoco significa que la industria, tanto desde la emisión de gases como por la deforestación, no cause un impacto sobre el clima y el bienestar general del planeta y sus habitantes, significa que debe haber mayor análisis y dentro de lo posible parcial sobre cómo y cuánto se impacta, justamente para remediarlo por voluntad, con consciencia, desde la ciencia, no por imposición, no desde la legislación, no a expensas de enriquecer y engrandecer a la burocracia. Las declaraciones de Erdoğan exponen que hay un negocio muy lucrativo detrás, sobre todo que quienes mantienen el discurso son quienes tienen el poder de emitir leyes y generar impuestos que aumentan sus arcas y consigo fortalecen sus coaliciones.