El Papa argentino, Jorge Bergoglio, nuevamente se ha manifestado en contra de la economía de mercado en el marco de sus conferencias de la “Economía de la comunión”, donde propuso ante un grupo de empresarios la necesidad de generar actividades económicas que solo sean positivas para el bien común.
En esta oportunidad su crítica fue dedicada a la “idolatría al dinero” y a la falta de solidaridad que significaría evadir impuestos.
“El mejor modo de no convertir el dinero en un ídolo es compartirlo con los demás, con los pobres, venciendo la tentación idólatra con la comunión”, manifestó.
En relación al comportamiento con los impuestos dijo que la evasión fiscal es la negación de la solidaridad ya que “además de constituir un acto ilegal es un acto que niega la ley básica de la vida: la ayuda recíproca” y remató: “El principal problema ético del capitalismo es la creación de pobres que después quiere esconder”.
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Más allá de las intenciones del pontífice en materia económica, la principal lección aprendida en los últimos siglos es que, independientemente de las intenciones, lo que cuenta son los resultados. El Papa, que ha descontracturado el estilo de la Iglesia Católica, que ha mantenido un interesante diálogo interreligioso y de tolerancia y que vive en con un estilo austero, consecuente con sus manifestaciones, lamentablemente promueve un sistema económico que no produce los resultados que él mismo busca: la eliminación de la exclusión y la pobreza…todo lo contrario.
En relación al dinero que pide repartir para ayudar (por lo que presumimos es necesario), lo que el pontífice desconoce, es que es un producto del mismo mercado que tanto cuestiona. Los bienes de intercambio (granos, sal, plumas exóticas, diversos metales) fueron la solución espontánea del mercado para superar la economía de autosuficiencia de las cavernas y dar lugar a la división del trabajo. A partir de que el hombre dejó de ser el productor de todos sus consumos se enriqueció considerablemente y dio uno de los primeros pasos, no solo al desarrollo económico, sino a la paz. El comercio sin dudas ha sido el principal motor civilizatorio de la humanidad.
Si bien son frecuentes las declaraciones de Francisco en perjuicio del sector privado, sus dichos sobre la virtud del pago de impuestos y su condena a la evasión merecen un análisis más detallado. Defender en abstracto el cobro de impuestos sin mencionar si quiera su alícuota, sistema y finalidades es por menos, irresponsable.
La corrupción, que tanto critica Francisco, es producto de la discrecionalidad de fondos públicos o del tráfico de influencias que una burocracia pueda desarrollar.
El país de los Kirchner fue en la última década un fracaso del “estado grande” y del sistema de altos impuestos.
Si bien en lo formal Argentina es un país federal el sistema impositivo está centralizado, lo que genera un sinnúmero de problemáticas que seguramente en Santo Padre condena:
1) El gobierno nacional tiene discrecionalidad de asignar fondos públicos a gobernadores e intendentes amigos. Esto genera la destrucción de la independencia política del gobierno de turno. Cuando un político tiene la potestad de asignar libremente los recursos públicos, de habilitar o cerrar comercios o de autorizar o prohibir importaciones o exportaciones, la corrupción está a la vuelta de la esquina.
2) Los impuestos, al ser los mismos en todo el país, impiden competencia interprovincial. La misma carga impositiva genera desincentivos para producir en las provincias más pobres y así cambiar empleo real por el asistencialismo actual. Las altas alícuotas impositivas impiden también el emprendimiento de nuevos jugadores en el mercado. Solo las grandes empresas pueden sobrevivir, generando un status quo empresarial.
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3) A mayores impuestos, menores posibilidades de ser caritativo para una persona de clase media o baja. Cuando el estado es el que “ayuda” con fondos públicos, desaparece la verdadera solidaridad, que es voluntaria.
4) Las provincias con recursos naturales se vuelven provincias de primera, mientras que las que no han sido favorecida por la soja, el petróleo, las uvas del vino o el terreno apto para la carne, terminan sumergidas en el peor clientelismo político. No es casual que el peronismo termina imponiéndose abrumadoramente y los espacios políticos alternativos no encuentran recepción ante votantes dependientes del favor gubernamental.
La historia argentina muestra que en momentos de menor presión fiscal y de “estado de bienestar” la sociedad espontáneamente había generado grandes redes de contención social en materia de salud y alimentaria. El libro “En defensa de los más necesitados” de los profesores Martín Krause y Alberto Benegas Lynch (h) repasa el éxito de estas instituciones que fueron barridas con la estatización de la mal llamada “seguridad social” a manos de Perón.
Sin dudas la realidad presente de Venezuela y de otras dictaduras demuestran que a veces los recursos en las manos del estado pueden ser usados no solo para la corrupción, sino para atentar contra la población.
Sin dudas que la caridad y el interés por el prójimo forman parte de la agenda del Papa Francisco, pero lamentablemente la solución al problema de la pobreza viene de la mano del modelo económico que él repudia.