Con el correr de los días y las horas, y sin novedades a pesar del gran despliegue nacional e internacional para dar con el paradero del submarino ARA San Juan—de a poco y lamentablemente,— la posibilidad de un desenlace fatídico se va haciendo presente dentro de las posibilidades.
Según los especialistas, si no hay chance de emerger, al submarino argentino le quedarían aproximadamente 24 horas de oxígeno.
Si hay algo que dejó en claro la historia reciente argentina es que los muertos se usan políticamente. El último caso que mostró esta realidad hasta lo más repugnante fue la trágica muerte de Santiago Maldonado. Con semejantes antecedentes no sería una sorpresa que ante un final desafortunado en la historia del submarino desaparecido, comiencen las especulaciones para dañar o para minimizar heridas políticas.
Ante el desastroso estado de todas las Fuerzas Armadas argentinas, no sería extraño que lo que haya pasado con el ARA San Juan esté vinculado a un desperfecto técnico, en el marco de elementos y mecanismos complejos carentes de la inversión necesaria.
Ojalá en las próximas horas cambie la situación y se pueda dar con el paradero del artefacto marítimo, con sus 44 tripulantes sanos y salvos, pero de ser otro el resultado, nuevamente veremos cómo la tragedia se vestirá de contienda política.
Ante un escenario negativo, para analizar el impacto sobre el Gobierno de Mauricio Macri, hay que retrotraerse al inicio del mandato y a la herencia asumida, que luego de dos años, más que herencia es realidad propia.
El descalabro que dejó en Argentina el kirchnerismo fue total. Ante la Caja de Pandora con la que lidiaron las nuevas autoridades (usualmente suelen reconocer con los micrófonos apagados que, si bien esperaban una situación mala, el desastre superó todas sus expectativas) comenzó el dilema sobre si se hacía explícita la situación ante la opinión pública o no. Cada opción tuvo sus voceros y los que proponían el optimismo fueron los vencedores.
Si bien se presentó un documento llamado “El estado del Estado” para hacer referencia a la situación encontrada, la comunicación oficial fue por el lado del optimismo, en la búsqueda de generar confianza. De esta manera el macrismo empezó a gobernar como pudo, sin alarmar sobre la situación en que se encontraban todas las instituciones nacionales, con agendas urgentes como la salida del default o la liberación del mercado de cambios.
Una de las áreas más arrasadas durante los últimos años fueron, sin dudas, las Fuerzas Armadas. Pero claro, ante la ausencia de un conflicto bélico las prioridades pasaron por otro lado.
Uno de los pocos dirigentes políticos que advirtió sobre la total desinversión en el sector fue el exministro de Defensa Ricardo López Murphy. Pero sus comentarios no llamaron la atención.
Ahora, ante la posibilidad de un escenario trágico— y que el mismo esté relacionado con un desperfecto producto del mal estado general de las Fuerzas Armadas,— cabe destacar antes que empiece el tironeo político en medio del drama: Como mencionamos anteriormente, el desastre de los bienes de las tres fuerzas excede al Gobierno actual.
El estado de los aviones, tanques y navíos no es su culpa ni responsabilidad. Sin embargo, la decisión de no haber advertido el drama real con el que se encontraron por especulaciones o estrategias políticas, sí sería responsabilidad de la actual gestión.
Más allá de cómo se repartan las posibles culpas en la interpretación de la sociedad, una tragedia de estas características sin dudas sería una dolorosa lección que marcará a fuego las responsabilidades y las limitaciones de la politiquería electoral. Sobre todo en las áreas donde la vida de ciudadanos está en juego.