Por las ideas que suele expresar el presidente argentino, Mauricio Macri, sobre todo en sus visitas oficiales al exterior, todo parece mostrar que se trata de un político moderado, con buenas ideas y claras intenciones de poner a su país en las vías del desarrollo. Sin embargo, la herencia kirchnerista, como se dice en el lunfardo local, “le marcó la cancha”.
El escenario de explosión nuclear a la vuelta de la esquina en materia de déficit fiscal, desabastecimiento energético, corrupción estructural y estatismo agobiante fue el contexto en el que se hizo cargo del Poder Ejecutivo.
Nada del daño estructural que sufre Argentina es su culpa. Lo que sí ya pasa a ser parte de su responsabilidad es la elección de posponer cualquier reforma de fondo que pueda dar soluciones de largo plazo. Cambiemos eligió el camino del “gradualismo”, reduciendo el déficit a cuenta gota y pateando para adelante las discusiones de fondo acerca del modelo de país.
Cuando ganó la presidencia, allá por diciembre de 2015, la fuerza parlamentaria era ínfima. La coalición de Gobierno era una minoría absoluta, que necesitó de acuerdos con el peronismo no kirchnerista para aprobar las leyes fundamentales.
Hasta 2017 no se produjeron sobresaltos, y las constantes noticias sobre la corrupción del último Gobierno K le dio al macrismo una clara victoria electoral en las legislativas de medio término. Aunque todavía en minoría, Cambiemos allí obtuvo un grupo parlamentario más fuerte, que de contar con una buena elección más, ya estaría en condiciones de poner la agenda en el Congreso.
De concluir en un solo período el Gobierno de Macri, el resultado sería agridulce: se logró salir del default, se suprimió el control de cambios, se consiguió un mejor alineamiento internacional, pero no tuvo solución el drama de la inflación, el desempleo sigue siendo alto, la inseguridad continúa llevándose la vida de ciudadanos todos los días y la economía no despega.
El año pasado, al momento del triunfo en las elecciones legislativas, se especuló que era momento de apretar el acelerador para ver si se conseguían resultados más rápidos, pero todo siguió igual. Situación que causó desilusión en muchos votantes que advierten la gravedad de los problemas que tiene Argentina. Cambiemos mantuvo su programa gradual, que requeriría de medio siglo para poner las cuentas en orden y apuntar al desarrollo que, por ejemplo, tienen los vecinos de Chile.
2019, la última oportunidad
Aunque del oficialismo mantengan la teoría que en el país no se puede implementar una terapia más de “shock”, lo cierto es que el camino de tortuga escogido, que el economista José Luis Espert bautizó como “modelito de morondanga”, no tiene muchas posibilidades de éxito en el largo plazo que requiere. Esto es porque nada puede garantizar que los próximos Gobiernos mantengan al pie de la letra el programa que precisa de décadas. Menos en Argentina con el peronismo al acecho.
Dada la dispersión de la oposición, el quiebre del peronismo y los escándalos que a diario brinda el kirchnerismo, es probable que Macri tenga un segundo mandato el año próximo. De conseguirse este triunfo, los votos permitirían, luego de tres elecciones, que Cambiemos tenga la fuerza necesaria para aprobar leyes con votos propios.
Dada la Constitución, que Macri no piensa cambiar, no puede haber tres mandatos consecutivos, por lo que el presidente sabe que en cuatro años se tiene que ir a la casa.
Este posible segundo mandato es sin dudas la oportunidad histórica de corregir el rumbo que el país perdió hace 70 años. Aunque a los liberales nos hubiese gustado que ajuste las clavijas al inicio de su gestión, o luego de su segunda victoria electoral, a favor de Macri hay que decir que, hasta ahora, su estrategia ha funcionado. Pero Argentina necesita más que una fuerza política que gane elecciones.
El presidente, de conseguir su reelección, tendrá la disyuntiva de hacer lo que tiene que hacer, o de ceder ante su séquito, donde varios aspiran a continuarlo, como la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, o el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Si triunfan las necesidades de los que piensan en 2023, Argentina seguirá con más problemas que soluciones. Si Macri hace lo que tiene que hacer, sin mirar a las encuestas, el país tiene una oportunidad a futuro. Hay potencial de sobra, hace falta una clase política con coraje para tomar las decisiones correctas.
El dilema es que en la oposición, las ideas son un desastre. En la cabeza de Macri puede estar la única esperanza, porque la verdad es que el grupo que eligió para gobernar, tiene más ganas de hacer demagogia que de encontrar soluciones.