Escena real: vínculo afectivo sobreviviente al enfrentamiento político que partió a la sociedad argentina desde la radicalización del kirchnerismo. Ella, K paladar negro de combo completo. “cristinista” de la primera hora. Su purismo la aleja del peronismo y hasta incluso del mismo Néstor Kirchner. El dogma es “la jefa” y la banda de sonido es la clásica “Vamos a volver… a volver, vamos a volver”.
Él, todo lo contrario. Tan antikirchnerista que ni siquiera se siente representado por el macrismo, al que considera una burda continuidad del modelo anterior. Son el agua y el aceite y cada debate político amenaza con romper una relación que ya tiende de un hilo. Sin embargo, los dos van a votar a la dupla de los Fernández. En ambos casos hay optimismo y temor, pero una cosa en común: la esperanza de la traición.
Abrieron un vino y brindaron por un deseo noble que los abarque y que supere las antinomias terrenales de la política diaria: que pase lo que pase, los argentinos tengan trabajo y mejore la situación general del país. Pero la que va a votar por la lealtad con la candidata a vicepresidente ya tiene más reparos que el flamante “albertista”: “Tengo dudas. Si vos estás contento hay algo que está mal”.
De triunfar el frente de los Fernández, uno se sentirá desilusionado. Es inevitable. La campaña bipolar ya empezó, y como en los momentos más clásicos del peronismo, cada uno interpreta libremente lo que dice un único menú. Una locura incomprensible para cualquier analista político de cualquier rincón del planeta que no comprenda lo mínimo e indispensable del justicialismo argentino.
“El problema de los mercados no somos nosotros, es Macri”, dijo Alberto Fernández a la prensa esta semana con unos números a favor. La tranquilidad del dólar, la subida de los bonos y la merma del riesgo país le dan un argumento que le hubiera sonado insólito hasta hace dos semanas a cualquier compañero de fórmula de CFK.
Alberto saca pecho, habla y no se guarda nada. Ya avisó que no es momento para discutir el aborto y no se cansa de nombrar al economista liberal Guillermo Nielsen como un sólido referente y candidato a ocupar un importante rol en su eventual Gobierno. Las malas lenguas dicen que incluso ya acordó con el número uno de Clarín, Héctor Magnetto.
Los dirigentes kirchneristas no dicen nada y aplauden obedientes. La militancia de base K está preocupada. Temen un nuevo menemismo y se preguntan: “¿Puede hacernos esto Cristina?”. Los veteranos peronistas, “de vuelta” de todo, no dudan y dicen que sí. Para muchos dirigentes, que ya vieron pasar a todos los colores ideológicos del justicialismo, no sería nada raro que Kirchner busque su tranquilidad judicial y garantizar una buena cantidad de senadores que no voten su desafuero. “Es lo único que quiere, va a dejar gobernar tranquilo a Alberto”, asegura más de uno.
Por ahora, la estrategia de campaña de los Fernández será el “20 x 1”. Esto significa que cada 19 presentaciones públicas del candidato a presidente, solamente una será en compañía del peso pesado de la fórmula: la postulante a vice. La estrategia es clara. Consideran que el voto K ya lo tienen y van por todo el otro espectro electoral. Alberto sueña con cosechar, incluso, a la derecha de Macri.
El desencanto que generó Cambiemos en sectores católicos por el apoyo “amarillo” al aborto, en los liberales por el estatismo, que en muchos casos fue peor que el de Cristina, y en la clase media, por la grave crisis económica, le brinda a Fernández un plafón interesante como para empezar: hay muchas orejas dispuestas a que les endulcen el oído, incluso en los sectores antikirchneristas. Más de un “anti K” ya muestra predisposición para dejar pasar el detalle de que en la boleta estará el nombre de Cristina.
Todo puede pasar en el escenario político argentino. Pero lo curioso es que si triunfa el dúo Fernández, los mayores satisfechos e insatisfechos con el eventual plan de gobierno serán los mismos votantes del espacio. Hoy, lo único que tienen en común, es que ambos apuestan a la traición y hasta creen que están utilizando al enemigo.
Por un lado, hay fe que “de la mano de Alberto” se termine el kirchnerismo e inicie una época conservadora, más clara y ortodoxa que con Macri. Son los que piensan que la militancia kirchnerista se suicidará con el voto y que la jefa traicionará al quedarse cómoda presidiendo el Senado.
Los otros consideran que la campaña moderada es un gran engaño que viene funcionando a la perfección y que los “capitalistas”, entusiasmados, están vendiendo la soga con la que serán ahorcados cuando vuelva “la jefa”, parafraseando a un referente del sector más ideologizado de ese espacio. Los únicos que saben la verdad son los mismos Alberto y Cristina. Puede que se estén riendo de todos en este momento.
El plan maquiavélico comenzó y todos son felices con su rol… al menos por ahora.