“Presidente Trump, gracias por la decisión histórica de este día de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. El pueblo judío y el Estado judío se lo agradecerá por siempre”. Eso contestó el primer ministro Benjamin Netanyahu a la polémica decisión del presidente de Estados Unidos.
Polémica porque implica una ruptura del statu quo de décadas. Y afecta directamente a la débil (in)estabilidad que impera en Medio Oriente. Es una decisión que no agrada al mundo musulmán, hoy la segunda religión con más seguidores.
“Moveremos la embajada estadounidense a la capital eterna del pueblo judío, Jerusalén”, anunció Trump en un mitin este miércoles seis de diciembre. Más de diez palabras que generan un impacto decisivo. Se desata la discordia y la ira por parte, no solo de Medio Oriente, sino del mundo occidental, cuya complicidad con el Islam los obliga a condenar el traslado de la embajada.
Las reacciones
La Unión Europea no está de acuerdo. El presidente de Francia, Emmanuel Macron advirtió y pidió a Estados Unidos abstenerse a dar el paso. Ahora dice: “Es una decisión desafortunada, Francia no la aprueba, y contradice el derecho internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU”. Para el francés, se está promoviendo la violencia.
Sur Jérusalem, la France n'approuve pas la décision des États-Unis. La France soutient la solution de deux États, Israël et la Palestine, vivant en paix et en sécurité, avec Jérusalem comme capitale des deux États. Nous devons privilégier l’apaisement et le dialogue.
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) December 6, 2017
La jefa del Gobierno británico, Theresa May, fue más moderada que el francés al condenar la osadía de Donald Trump: “Discrepamos con la decisión estadounidense […] Creemos que es de poca ayuda en lo que respecta a la perspectiva de paz en la región”.
Y por supuesto, el mundo musulmán expresó su indignación. “Mediante estas decisiones lamentables, Estados Unidos boicotea deliberadamente todos los esfuerzos de paz y proclama que abandona el papel de patrocinador del proceso de paz que ejerció en las últimas décadas”, dijo frente a medios el presidente de Palestina, Mahmud Abas.
El secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina —denunciada por terrorismo—, Saeb Erakat, aseguró que el presidente Trump había “destruido” la llamada solución de dos Estados al anunciar el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel (al mencionar la solución “de dos Estados”, hace referencia a la posibilidad de la existencia de Palestina e Israel).
Y el grupo terrorista palestino Hamas, señaló que el anuncio de Trump “abre las puertas del infierno”. Los países árabes y musulmanes deben “cortar los lazos políticos y económicos con las embajadas estadounidenses y expulsar los embajadores de Washington”, de acuerdo con el alto responsable de Hamas, Ismael Raduan.
El régimen autoritario de Erdogan también reaccionó. A través de un comunicado del ministerio de Relaciones Exteriores, se condenó “la irresponsable declaración de la administración estadounidense […] La decisión va contra la ley internacional e importantes resoluciones de Naciones Unidas”.
“El reconocimiento de Jerusalén por parte de EE. UU. no necesariamente podría influir en las negociaciones por la paz”
David Ludovic es catedrático de la Universidad Católica Andrés Bello, especialista en Derecho y Política Internacional; y trabaja activamente en el Centro de Divulgación del Conocimiento Económica para la Libertad (CEDICE Libertad). Reconoce que le “simpatiza la decisión de Trump de declarar a Jerusalén como capital del Estado de Israel”; aunque ciertamente se trata de un viraje de la política exterior de Estados Unidos hacia Jerusalén, realmente controvertido.
Estados Unidos mantuvo por muchos años una política tradicionalmente amistosa con respecto al Estado de Israel. El último período demócrata, con Obama, quebrantó en parte esto y se alejó del aliado histórico. Para ofrecer un ejemplo, Ludovic menciona la decisión de la administración de Barack Obama de no vetar la condena del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a los asentamientos de Israel. “Ahora Trump está buscando corregir eso, y lo veo con agrado”, señala.
El futuro es incierto; y el profesor insiste en que algo, primero, debe quedar claro:
“Una cosa es que Trump haya hecho un reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado Israel y mude la embajada de Tel Aviv a Jerusalén; y otra cosa muy distinta es qué impacto va a tener esa decisión dentro de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos”.
“Este es un reconocimiento por parte de un solo Estado [Estados Unidos]”, asevera David Ludovic. Por lo tanto, no implica un reconocimiento parcial. La nación de Trump sería, al final, el único país que tendría su embajada en Jerusalén –los demás las tienen en Tel Aviv—. Pero Israel sí asegura que Jerusalén es su capital, y por ello “todos los poderes públicos están es en Jerusalén”. “El resto de la comunidad internacional ha optado por ver a Jerusalén como un territorio «en disputa»”, dice el especialista: “El hecho de que un país la reconozca como capital, no debería influir en el tema de las negociaciones”.
Habrá pronunciamientos contundentes por parte de los sectores más radicales del Islam. Muchos, como ya está pidiendo el grupo terrorista palestino Hamas, exigirán que se rechace y sabotee a Estados Unidos. Se dirá que “esta decisión es una patada en la mesa de las negociaciones”. Estas premisas podrían ser ampliamente secundadas por los interlocutores árabes del proceso de paz.
Aunque Ludovic sí resalta que en su mensaje, Donald Trump fue “bastante conciliador” —algo ciertamente notable—. “A la larga lo que estaba tratando de decir en su mensaje es que, parafraseándolo, a pesar de esta decisión, el proceso de paz sigue en pie y se sigue comprometido con lograr el proceso de paz duradero que involucre la solución que ambas partes quieren”.
Para el profesor de la Universidad Católica, el presidente Trump ha sido uno de los pocos mandatarios estadounidenses que no han estado abiertamente a favor de que la única solución posible es la de “dos Estados para dos pueblos”. Esto es importante; por eso llama la atención que su mensaje ha sido tan conciliador.
Pero lo fundamental acá no está relacionado con la coyuntura y el conflicto actual. Ambos bandos reclaman la tierra por una presunta tradición histórica y aquí es donde reside el origen de la disputa. Es, al final, una disputa religiosa.
“Desde el punto de vista étnico-religioso, Jerusalén tiene muchísima más vinculación con el pueblo judío que con cualquier pueblo árabe —sea musulmán o no—. Es decir, Jerusalén tiene más cercanía con los judíos que con los cristianos desde el punto de vista religioso […] la vinculación entre el pueblo judío y Jerusalén es muy fuerte”, dice Ludovic.
La tradición judía mantiene vínculos estrechos con el territorio de Jerusalén. El profesor menciona al primer Templo de Salomón, a la destrucción de ese Templo, al éxodo y la esclavitud en Babilonia; el regreso de los judíos. En síntesis, “toda la historia antigua del judaísmo gira entorno a Jerusalén, a menos hasta el primer siglo de la era cristiana”.
Incluso, luego del éxodo definitivo, la presencia del judaísmo en el territorio se mantuvo latente. La cultura judía, al final, subsistió. “Por decir algo, una de las frases más tradicionales que se recita en año nuevo judío es: ‘El año que viene, en Jerusalén’. Es decir, la aspiración de todo judío, desde que está la diáspora, es que al año siguiente pueda vivir sus fiestas como judío en Jerusalén”.
Entonces el vínculo es directo. Es una relación milenaria; pero, luego entró el Islam. Y de repente ya Jerusalén no era una tierra asociada históricamente a la tradición del judaísmo.
“¿Qué estuvo ahí primero, la Mezquita de Omar, o el gran Templo de Salomón?”, se pregunta con ironía David Ludovic. Pues la verdad es que la vinculación musulmana con Jerusalén es “muy posterior”. De hecho, serían al menos cuatro mil años de diferencia, y este dato es fundamental para entender la disputa.
Porque existe otra forma de divisar el conflicto: desde el punto de vista político. “Muchos de los que defienden la causa Palestina, aseguran que existía una nación palestina antes del surgimiento del Estado de Israel, lo que demuestra un profundo desconocimiento de la historia, porque la nación Palestina como tal nunca existió. Primero fue el Imperio Otomano; luego estuvieron en mano de los árabes-musulmanes. Luego de los romanos, y así sucesivamente. Es decir, nunca existieron como Estado o como nación. Era, a la larga, un grupo de árabes que profesaban en su mayoría la nación musulmana y que vivían en ese territorio y después se llamó Palestina. Pero esto fue a partir del año setenta de nuestra era”, resalta el especialista.
Desde el Mar Mediterráneo hasta el este no existía Palestina. Estaba, simplemente, la provincia de Judea. Pero luego, por un capricho del emperador Adriano de Roma, luego de la rebelión de Bar Kojba, se pretendió suprimir o borrar cualquier “rastro” de los judíos en la zona y se cambió el nombre de Judea a lo que se llamó en ese entonces Siria Palaestina —de donde proviene el nombre, Palestina—. El fin: humillar a los judíos, luego de una estruendosa derrota.
Pero la vinculación entre el Islam y Jerusalén surge luego de Mahoma; aunque la constitución de este Estado palestino, se da, en verdad, con la guerra de la independencia de Israel —parte de la historia contemporánea—. Con el plan de partición de las Naciones Unidas, en el año 1947, se comprende la creación de dos Estados: uno árabe y uno judío. “Y con Jerusalén con lo que se denominó como ‘ciudad internacional’. Ya en ese entonces el plan de partición planteaba que Jerusalén debía ser una ciudad internacional administrada por ambas autoridades. Tomando en cuenta que es la cuna de las tres grandes civilizaciones monoteístas”, añade Ludovic. “Si la restringías a un solo Estado internacional, ibas a bloquear el acceso al peregrinaje religioso, entonces con eso las Naciones Unidas en el 47 concretaron la partición”.
Los árabes no estuvieron de acuerdo, porque la simple existencia de un Estado como Israel era inconcebible. Entonces, sin ni siquiera dar chance al desarrollo de una nación, declaran la guerra al novel país en el año 48. “Es curioso cómo ahora los mismos árabes-musulmanes dicen que se debe volver al plan de partición cuando ese plan fue inicialmente rechazado”, apunta el catedrático.
Inmediatamente inicia un conflicto largo. Es bélico. Primero invaden a Israel; luego el Estado judío, con respaldo occidental, retoma su territorio. Inician procesos de negociaciones infructuosos. La ONU interviene, pero no logra mucho. Los palestinos de Cisjordania boicotean incluso lo exigido por las Naciones Unidas, asegurando que Jerusalén no debe ser una ciudad internacional, sino que es la capital del Estado de Palestina.
“El argumento de la autoridad palestina tiene que ver con desconocer lo que ocurrió en el año 77; mientras que el de Israel es que Jerusalén se reunificó en el 67 y que es una ciudad única. También está el argumento religioso más tradicional, que plantea que Jerusalén es la capital única e indivisible del Estado de Israel. Esa es la forma como la conciben sobre todo los partidos más conservadores. Mientras que otras agrupaciones más de izquierda, como es el Partido Laborista, son un poco más flexibles en cuanto a esa idea de la capital”.
Compartimos valores con el Estado de Israel. Muchos aseguran que se trata del único bastión de Occidente en Medio Oriente. También es el aliado histórico del principal país occidental: Estados Unidos. Sin embargo, la aversión por parte de las mismas naciones de Occidente a la nación judía es inmensa. Muchos, al final, terminan siendo cómplices de una ideología y de naciones con las que no comparten valores, pero solo para condenar a una nación como Israel.
Desde las mismas Naciones Unidas, el comportamiento general parece anti-Israel. Recientemente la UNESCO negó la soberanía de Israel sobre Jerusalén, asegurando que el judaísmo nada tenía que ver con ese territorio y que aquello solo se vinculaba con el Islam debido a la Explanada de las Mezquitas que se impuso ahí en el VII. Resoluciones y conductas que indignan —sobre todo viniendo de organismos que gozan de tanta (presunta) relevancia—; pero tienen su explicación.
“Hay que recordar que las Naciones Unidas como organización está conformada por casi doscientos países, y de esos, el porcentaje de países que por una razón u otra son antiisraelíes son muchos, y eso involucra tanto a países árabes-no musulmanes; países árabes-musulmanes; países musulmanes y no árabes; países latinoamericanos con ideologías de izquierda que han sido proclives a estar en contra de Israel por una razón u otra —Venezuela entre ellos— […] En cualquier discusión, lo que «salva» a Israel es lo que se decide en el Consejo de Seguridad gracias al veto de Estados Unidos”.
“Siempre está la pretensión de ver a Israel como una potencia ocupante, en vez de ver todo como un proceso conflictivo muchísimo más complejo”, asegura David Ludovic. “Siempre que se habla del tema del conflicto Israel-Palestina, existen tres temas a tomar en cuenta y que algunos países de Occidente utilizan para promover la proposición de Israel como potencia ocupante: uno, que es el acceso a los recursos naturales, sobre todo el agua; dos, el tema de los refugiados palestinos y la posibilidad de un retorno; y el tercer tema, es el estatus de Jerusalén como ciudad”.
Señala, también, que existen dos formas de explicar por qué tanta aversión. David Ludovic aprovecha para, primero, enfocarlo desde el caso venezolano: “Por un lado, Venezuela siempre se ha caracterizado por tener una postura de neutralidad. Es decir, fuimos migrando de una posición de completa simpatía por Israel —Venezuela fue uno de los que votó a favor del plan de partición—; luego pasamos a una posición de neutralidad cuando nos empezamos a vincular con países árabes por el tema de la OPEP; hasta que a partir del año 98 Chávez se acerca a los dictadores de la región (Gadafi, al-Assad; Hussein). Entonces hubo un viraje que fue solo la búsqueda de aliados”.
“La otra explicación, que es mucho más tradicional, es esta visión antiimperialista. Es la idea de que estamos en contra de Israel porque Israel es el principal aliado de Estados Unidos. El antiimperialismo también podría explicar esta aversión a Israel que conlleva a una simpatía hacia la causa palestina. Que también podría estar empapada de toda esta utopía socialista de que los palestinos son los oprimidos del cuento, y son los sensible. Son esas las dos visiones”, culmina David Ludovic.
Una reivindicación histórica, importante y pertinente
Ciertamente, la vinculación del judaísmo con Jerusalén es fundamental. Es una relación de años y alrededor de esto, incluso, se esboza toda una religión. Tengo entendido que cada judío, al ser enterrado, debe estar orientado hacia Jerusalén. También que el control de la tierra por Israel es fundamental para la simple subsistencia de una religión para la cual la tierra sagrada es fundamental. Negar esto no solo es criminal, sino que acarrearía la oposición última a una religión tan rica, próspera e importante como el judaísmo.
La vinculación del Islam con Jerusalén vino después. Ni siquiera es una relación ampliamente reseñada en los textos musulmanes; sino que se trata de una creencia tradicional que fue creciendo hasta solidificarse con la construcción de la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén. El argumento: aparentemente Mahoma decidió que para subir al cielo, debía ser, no desde cualquier otro lado, sino desde Jerusalén, aquella tierra inherente al judaísmo —y luego al cristianismo—.
Netanyahu es un tipo bastante hostil, decidido a reivindicar años de injusticias. Vienen tiempos difíciles y es momento de definiciones. Pero sin duda que la decisión de Estados Unidos de declarar a Jerusalén como capital legítima y única de Israel es una reivindicación histórica, importante y pertinente. Pero vendrán los contraataques.