Recomiendo el especial del gran Ricky Gervais en Netflix: Humanity. A los intolerantes y a los que creen en el relativismo de la libertad de expresión.
En la hora y dieciocho minutos que dura, Gervais presenta una defensa amplia de la sagrada libertad. Se puede ofender. Se puede insultar y se puede ser cruel. Burlarse de los negros, gays y transexuales, no te hace racista, homofóbico o transfóbico. Burlarse de la pedofilia no implica un respaldo a la pedofilia. Tampoco burlarse de otra nacionalidad, te hace un xenófobo. La mofa sobre los estereotipos es, también, un componente sustancial de la buena comedia.
Pero no todos lo entienden. De hecho, son muy pocos los que lo entienden. Al punto de caer en esa «doble moral» que disecciona muy bien Sabrina Martín en su artículo.
Una comediante peruana, Julisa Milagros, hizo un chiste sobre venezolanos en un show de stand up: “Hay algo que a mí me molesta ya y es que hagan chistes sobre venezolanos. Me molesta bastante porque siento que somos muy desconsiderados con las personas que nos sirven y atienden tan bien”.
Milagros tuvo que pedir disculpas luego de que ser despedida del bar en el que trabajaba. “No busco incitar a la violencia y mucho menos al odio”, dijo. Fue el pequeño triunfo de la horda de indignados que agitaron el totalitarismo inherente a los que desprecian la libertad de expresión. A los que también desprecian la comedia.
Julisa Milagros cometió el error de pedir disculpas. Y el bar, de despedirla. Porque no hay nada que disculpar, y eso lo deben saber. Porque no pueden claudicar ante los totalitarios. Los puristas y correctos. Paladines intrépidos, a-los-que-nadie-ha-llamado, de la nacionalidad venezolana.
En su gran obra, On Liberty, John Stuart Mill escribió sobre la libertad de expresión. Es claro cuando dice que esta siempre debe existir como convicción ética. Dice, también, que nadie puede obligar a otro al silencio solo porque esto genere algún beneficio particular.
Mill insiste también en que es un deber general garantizar, individual o colectivamente, la libertad de acción. En el único momento en el que se puede intervenir sobre algún miembro de la comunidad, es cuando el ejercicio de la libertad genera un daño ajeno. No marca diferencias entre quiénes pueden “ejercer” contra la voluntad de otro. Silenciar, siempre, será un atentado en contra del pleno ejercicio de la libertad.
El principio de daño de John Stuart Mill engloba también a todo aquel ejercicio que no esté apegado a valores éticos fundamentales. Y esto nada tiene que ver con la burla o con la blasfemia. Como muy bien dijo el director adjunto del diario El País, Lluís Bassets: “El derecho a la blasfemia es sagrado”. Agregaría que el derecho a la burla también lo es.
Alexis de Tocqueville, el gran pensador francés, también escribe al respecto: la plena libertad de hablar como fundamento inamovible de la civilidad. El deber es, entonces, denunciar a los déspotas. A veces es el Estado, que utiliza toda su maquinaria para suprimir libertades. Y otras, los individuos y sus asociaciones. Gentes que aprovechan el valioso recurso de las redes para ir silenciando a quienes puedan.
Los venezolanos llevan años en una campaña de denuncia de la criminal censura de los medios. Una lucha en contra de la opresión a la libertad, el cierre de los canales de televisión y el bozal impuesto a los individuos.
Pero en cuanto se sienten incómodos, salen a demostrar cuán infectados están de esa misma tiranía que combaten. Vergonzoso que esta haya sido la última gran conquista de la opinión pública venezolana: el despido y la humillación de una joven comediante peruana. Su silencio.
Mereceremos ser notados, entonces, como una sociedad intolerante y seudo-totalitaria. Incapaz de admitir la mofa; pero sí de acudir al recurso del estereotipo para pitorrearse de algún vecino o de los de Galicia.
Que los peruanos se burlen de nosotros. Que se rían. Que se esfuercen y hagan mejores chistes. También que lo hagan los chilenos, los ecuatorianos o quienes quieran. Que aprovechen que ahora nos conocen mejor. Que también nosotros lo haremos. Y todo estará bien.
“La libertad de expresión no incluye el derecho a ser tomado en serio, a ser escuchado o respetado. Pero tienes el completo derecho de hablar. Disfrútalo”, dijo Ricky Gervais.