Hay libros que representan el alma de una nación. En el caso de Venezuela, ese libro (con perdón de muchos otros fantásticos que se puedan haber escrito) es Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Para quienes no lo conozcan (improbable en una historia que ha sido versionada en decenas de películas y telenovelas), Doña Bárbara es la barbarie de los Llanos venezolanos de comienzos del siglo XX, la dueña (mediante argucias y brujería) del hato al que rebautiza como “El Miedo”; Santos Luzardo, la contrafigura de la novela, representa la civilización, el propietario de la hacienda “Altamira”, que llega a sus tierras a recuperarlas luego de que fueron invadidas por Doña Bárbara.
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Es una de las grandes novelas de Latinoamérica, y sin duda, Rómulo Gallegos es el venezolano más importante para la Literatura Universal: un siglo después, Venezuela repite esa lucha entre la barbarie y la civilidad, representada en dos personajes. Uno es un político zafio, ignorante y resentido al que en mala hora los venezolanos le dieron (aunque sobre ello existen dudas aún) la presidencia del país; el otro es un hombre culto, como Santos Luzardo, un hombre que estudió afuera, y que ha llenado de orgullo a su país en cada cargo que ha ocupado y que es valorado como un erudito en el mundo entero.
Entre las muchas burradas proferidas por Nicolás Maduro el jueves en la tarde, en un discurso en el que volvió a confiscar la televisión para tratar de convencer al 80 % del país que lo rechaza de que él es tan malo, una pasó relativamente desapercibida, porque era una acusación a alguien en particular: a Ricardo Hausmann, quien ha sido ministro de Planificación, economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo y profesor de la Universidad de Harvard, le endilgó Maduro el epíteto de “criminal” y exigió “su captura por Interpol”.
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¿El delito de Hausmann, según la visión del chavismo? “ser el primer operador de un bloqueo y persecución financiera en contra del comercio en Venezuela”. El chavismo, quien en estas cosas se comporta como en todo lo demás, es decir, como una caterva delincuencial, no bromea: ya tiene preso al cuñado de Hausmann, Braulio Jatar, acusándolo de “lavado de dinero”, y aislado en una cárcel.
Le cobra que Jatar fue el que divulgó el video de los habitantes de Villa Rosa, Margarita, “caceroleando” a Maduro, pero no se puede descartar que también sea un chantaje a Hausmann, quien no solo es el economista mejor preparado de Venezuela (algo que la gran mayoría de sus colegas reconocen) sino que además viene elaborando un plan desde Harvard para el momento en que el chavismo, finalmente, sea parte del pasado atávico de esta hacienda El Miedo que vino a sorprendernos empezando el siglo XXI.
https://twitter.com/anajuljatar/status/794277345968259073
Maduro afirma que Hausmann le dicta las pautas a tres calificadoras de riesgo que puntúan mal a Venezuela, como si estas no estuvieran viendo un país con 700 % de inflación, monodependiente del petróleo (y con una empresa petrolera estatal monopólica y prácticamente quebrada, como muestra que ha tenido que forzar un refinanciamiento de su deuda), que ha destruido la economía privada y en el que la Justicia no existe.
Como buen ignorante, señala que “Venezuela ha pagado 60.000 millones de dólares en los últimos tres años”, y que eso “avala su capacidad de ser buena pagadora”, olvidando que los préstamos no se hacen en función del historial de pago, sino del potencial de pago futuro.
Si Maduro hubiera llevado una vida normal, y hubiera solicitado un crédito inmobiliario, por ejemplo, lo sabría: es la razón por la que le dan plazos más largos a un joven de 30 años, recién graduado de la Universidad, que a un hombre de 60, aún si ese hombre tiene un historial de pagos impoluto.
Pero Maduro, como todos los comunistas que lo rodean, no sabe esto, porque es un comunista, es decir, un teórico de la vida, alguien que cree que el mundo debe comportarse como él piensa y no como realmente es. Por cierto, Maduro exige perseguir a Hausmann, mientras se hace el pendejo sobre los que se robaron USD$ 250.000 millones en corrupción. Esa sí es una conducta criminal. Una complicidad, en un jefe de Estado, digna de un juicio.
Hausmann ni siquiera ha contestado a Maduro, quizás para proteger a su cuñado, o quizás porque, simplemente, semejantes estupideces ni siquiera merecen ser respondidas. Y no voy a defender a Hausmann, quien seguramente se puede defender muy bien él solo.
Es más, no conozco a Hausmann, o por lo menos no recuerdo si alguna vez le pregunté algo cuando yo me iniciaba como periodista y él era ministro, o alguna vez coincidimos en los pasillos del IESA, donde yo tuve el orgullo de estudiar y él era profesor.
Lo que sí defiendo, y defenderé siempre, es mi derecho a que Nicolás Maduro no me haga sentir vergüenza ajena, vergüenza del país del en el que en mala hora los venezolanos (insisto, sobre esto hay dudas) lo eligieron presidente, diciendo sandeces como que cuatro casas de riesgo le hacen caso a un economista y no a la verdad: que Venezuela es el país peor gobernado del mundo, según el Daily Telegraph de Londres; que la situación es espantosa, y que mucho mejor estaría como un hombre como Hausmann al frente de su economía que con el grupete de militares que sin conocimientos, pudicia ni honestidad, han sido ministros de Finanzas desde que Maduro está en el poder para esquilmarlo (con al menos la venia, y quien sabe si la colaboración activa, de Maduro) más allá de lo imaginable.
Si defiendo a Hausmann lo hago solo en nombre de los pobres, que no saben de economía, y por lo tanto no saben que Maduro los está engañando cuando habla de que la alternativa a él son “las privatizaciones” o “el neoliberalismo”, y no dice que el plan más salvaje de ajuste económico de corte liberal hubiera producido en lo inmediato solo una fracción del sufrimiento que su socialismo le causa a los venezolanos, y en el corto plazo, muchísimos más beneficios.
Defiendo a Hausmann como estandarte de la generación mejor formada de este país, la que recibió el Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho (por cierto, un plan de la democracia) y que hoy está regada por el mundo en forma de miles de economistas, ingenieros petroleros, médicos y administradores que buena falta le hacen a esta Ruanda en la que estamos a punto de convertirnos, justamente, por culpa de salvadores de la Patria de medio pelo, mediocres resentidos como Maduro, Diosdado Cabello y compañía, que se creen que el país es de ellos, invasores de esta hacienda Altamira que antes era de todos.
Frente a un régimen que ha hecho un valor de la ignorancia y el expolio (basta ver como Chávez y Maduro se burlan de quienes saben hablar inglés, por ejemplo), Hausmann reivindica la Venezuela que algún día seremos, la del conocimiento y las oportunidades. Porque creo, como decía Gallegos en Doña Bárbara:
“Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida. Tal vez nosotros no alcanzaremos a verlo; pero sangre nuestra palpitará en la emoción de quien lo vea”.
Por cierto, en Venezuela, desde hace años, el Estado no reimprime Doña Bárbara, ni obliga a leerla en el bachillerato. ¿Por qué creen ustedes que es?