I
La Zona de Defensa Marítima Insular (Zodimain) del oriente venezolano publicó, este jueves, unos tuits sobre las maniobras que con el pomposo título de “Ejercicio Soberanía 2017” intentan disuadir al señor Donald Trump de que sus marines visiten Venezuela, como el Gobierno de Nicolás Maduro está convencido intentarán.
La actividad quedó reflejada en una serie de tuits, que no son tan interesantes como las respuestas (echen un vistazo):
https://twitter.com/zodimainor/status/900736286532808708
https://twitter.com/zodimainor/status/900732128278831104
Así se preparan para la supuesta llegada de los yanquis en Maiquetía (video) https://t.co/NdaZVKprab pic.twitter.com/RmZ0ZlrCub
— La Patilla (@la_patilla) August 24, 2017
El tono de las contestaciones a los tuits no solo muestra que los venezolanos están claros que la actividad militar —ante la posibilidad de un ronquido serio de las tropas estadounidenses—, es (para decirlo de una manera elegante), una payasada.
Pero además, muestra el rechazo absoluto que tiene el Gobierno venezolano —y su fuerza armada, la institución más desprestigiada del país si se quita a la presidencia de la República de la lista— por parte de la ciudadanía.
Así, entre las 100 + respuestas de uno de los tuits, no se encuentra una sola de respaldo a la actividad. Curioso, por decir lo menos, en un Gobierno que ha anunciado la conformación de una “guerrilla digital” para, justamente, hacer la contrapropaganda a miles de usuarios iracundos con Nicolás Maduro en las redes sociales.
Cuando estas cosas agarran vuelo (la rabia de la gente, pasa a menudo), el chavismo termina retirando los mensajes que se vuelven en su contra. El miércoles, la Oficina de Planificación del Sector Universitario, OPSU, publicó el siguiente tuit (aquí reproducido, porque lo borró):
– ¿Por qué guardas capturas de pantalla?
– Porque tarados como el CM de la Opsu eliminan tuits controversiales
– Ah, ok pic.twitter.com/B8wsFI9rmn— Naky Soto (@Naky) August 24, 2017
El tuit recogió más de 500 respuestas, todas negativas. Pero más allá de la burla o el insulto, en ellas había indignación: Indignación de centenares de venezolanos de mediana edad, que decían “mi papá era albañil y yo estudié dos carreras en la Universidad Central de Venezuela”; “nosotros éramos tres hijos de madre soltera y los tres fuimos a la Universidad”, o “soy inmigrante y estudié en la universidad como cualquier venezolano”.
Es decir, el venezolano ya no solo no cree que el chavismo tenga algo que ofrecerle, sino que está seguro de que el pasado fue mucho mejor que el presente. Esto es obvio, y evidente, salvo que usted esté en el lado de la propaganda gubernamental, con la cual intenta protegerse de la ola de repudio que tienen Nicolás Maduro y todos quienes estén a su alrededor en este momento.
II
Cuando el Gobierno se queda sin argumentos, intenta recurrir a una sensiblería blandengue que pone a la gente a cantar a coro “Venezuela”, en el Metro de Caracas (un metro en el que la gente agarra bien sus pertenencias y se mira con desconfianza una a otra, especialmente en horas pico. Lamento no haber encontrado una versión digital que mostrarles para que vean cuán ridículo es el spot propagandístico); o recurre a la salsa (ese género inventado en Nueva York, de orígenes puertorriqueños, que terminó siendo tan venezolano como una arepa), para poner a una gente a “echar un pie”.
Venezuela, en la visión del Gobierno, es un bailongo, una rumbita, un “tu país está feliz” que solo existe en la TV oficial; algo como lo que en verdad en algún momento éramos, pero hace mucho dejamos de ser. El venezolano es hoy por hoy una persona triste, deprimida, en muchos casos, amargada. En la calle no se canta y no se baila, y aunque todavía hay solidaridad, solo hay tres temas de conversación:
1) Cómo se logra comer con una inflación mensual que ya se está acercando a 30 %.
2) Cuándo se marcha uno, o sus hijos, o sus padres, de Venezuela.
3) Qué carajos hacemos para que los delincuentes que tienen el poder acepten abandonarlo, porque está claro que por las buenas no quieren.
El Estado, sin embargo, tiene un aparato de comunicaciones monstruoso. Tan fuerte que en ocasiones puede incluso poner a los venezolanos a dudar de si lo que viven es verdad, o lo que es verdad es lo que ellos dicen por sus televisoras (hay más televisoras estatales en Venezuela que hospitales públicos con servicio de quimioterapia).
A este paso en las cableras nos va a terminar quedando esta variada programación pic.twitter.com/w0D2tqpyYo
— Nehomar A. Hernández (@Neoadolfo) August 24, 2017
Como en muchos otros aspectos de la vida, sin embargo, la incapacidad del comunismo para construir nada en comunicaciones es patente. Ese montón de televisoras no tienen sintonía. Ahora la gente ve las redes sociales. Y aunque no nos podemos enterar todos simultáneamente de las cosas, pues al final, la gente está encontrando sus maneras de comunicarse más allá de la brutal alambrada de espinas mediática que el chavismo ha desarrollado, a costa, incluso, de arruinar al país.
La propaganda chavista ha terminado convirtiéndose en propaganda antichavista. Como en el judo, la gente ha aprendido a usar la fuerza del contrario para defenderse. Eso, por supuesto, tiene muy preocupados a los funcionarios del aparato de propaganda,
III
Este artículo, en particular el título, está inspirado en uno que en los 70 (probablemente, más bien en los tempranos 80) leía en la revista Time, cuando costaba Bs. 4,50, mi padre la compraba todas las semanas y yo, apenas un niño, me daba cabezazos con un diccionario inglés-español para intentar entenderla, no tanto por las noticias, sino por aprender inglés.
Ese olvidado texto, que se llamaba “Propaganda Soviética-Antisoviética”, quedó, por alguna razón, en mi memoria, y ha vuelto, en forma recurrente, a lo largo de los años, cuando he visto los cada vez más denodados, más patéticos, más estériles, esfuerzos del Gobierno de Nicolás Maduro para construir una “realidad” que solo existe en sus medios, que no soporta el mínimo análisis más allá del discurso de los convencidos. Y se une a las lecturas de Havel, para comprobar, una vez más, que el comunismo no resiste el mínimo análisis pragmático, de resultados.
Años antes (también creo recordar) que el dramaturgo checo denunciara el carácter de estafa universal que tenían los “socialismos reales” el artículo hacía mofa de la propaganda que un viajero encontraba en la Unión Soviética, y cómo los ciudadanos, en creciente desafío al totalitarismo del régimen, habían comenzado a recibir esos mensajes, primero, con apatía, y luego, con abierto cinismo, al comparar la propaganda optimista, siempre en tono de futuro, con un presente en el que las señales del retroceso aumentaban cada día y la clase dirigente, separada por un abismo de las necesidades de la población, no entendía en absoluto lo que pasaba en el país.
El chavismo ha constituido, también, el fraude más grande que haya producido la historia venezolana, en virtud del consenso que en algún momento concitó, de la popularidad que disfrutó entre los más pobres y de la avalancha de recursos que captó, para terminar convirtiendo a la tercera o cuarta economía del continente en la más pobre de la región; un país dividido, con la gente huyendo, en medio de una crisis humanitaria y a punto de la insolvencia financiera.
Las élites que dirigieron este fracaso, en tanto, disfrutan de millones (cientos, miles) mal habidos, viajan en aviones privados (del Estado o propios), se han apropiado del Country Club de Caracas y por supuesto, saben que no pueden abandonar el poder, porque, por ejemplo, el incidente que sufrió la semana pasada Jorge Rodríguez en Ciudad de México puede volverse algo mil veces peor, y en cualquier parte del mundo. Son la Rebelión en la Granja, sin siquiera ocultar que decidieron dormir en camas, como los cerdos de Orwell.
Fuentes bien informadas han dicho a este redactor que lo primero que intentan negociar (para conservarlo) los gerifaltes del chavismo, si abandonan el poder, es su dinero mal habido. Que lo ponen incluso por encima de la garantía de impunidad. Saben que el primero, probablemente, compre la segunda, de todos modos.
El problema es que con la diáspora venezolana por todo el mundo, hasta en el rincón más recóndito del planeta, están vendidos. Alguien los delatará, muchos les harán la vida imposible. Por eso tienen que atrincherarse aquí; por eso quieren aprobar una “ley contra el Odio”, que en realidad es una ley para darles mayor impunidad, para convertirlos en una casta como “los mandarines” en China, o la “Nomenklatura” en la precitada URSS.
Por eso necesitan controlar las redes sociales, que han sustituido a los medios de comunicación. Porque saben que no hay manera de frenar a un país que ha decidido ser libre y a una comunidad internacional que sabe que Venezuela ya no es un estado, sino una corporación mafiosa en el que un grupito secuestra a todo su país y lo usa como escudo humano.
Por eso, cuando alguien quiere promover propaganda chavista, la ira de la gente la convierte en propaganda antichavista; nadie cree que en este país la gente tenga alegría, y en todo caso, cuando la tiene es a pesar del gobierno, no gracias a él; y en el fondo, lo que toda Venezuela (85 %) desea es salir de estos tipos.
Y lo más grave es que de tanto no entenderlo quienes gobiernan, cada vez más gente está de acuerdo en que el cómo se sale de ellos es un detalle secundario.
Este es el estado de las cosas al anochecer del 24 de agosto de 2017 en Venezuela.