Luisa Ortega Díaz, la fiscal general de Venezuela, se ha desmarcado del chavismo. Es evidente. Quien por muchos años fue pieza fundamental para el establecimiento y el desarrollo del proyecto autoritario que hoy destruye Venezuela, se ha apartado.
Sus declaraciones son cada vez más contundentes y, ha sido quien, en los últimos días, ha ejecutado las embestidas más letales al régimen moribundo de Nicolás Maduro. Pidió la remoción de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia —hoy solicitó antejuicio de mérito. Desde una institución, fue la primera en señalar la ruptura del orden constitucional en el país. Ha denunciado vicios en varios procesos y hoy alerta sobre la posibilidad de arremetidas en su contra por parte de la policía política de la dictadura.
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Sus declaraciones desestabilizan al régimen por razones evidentes. Es una amenaza letal. No solo es la fiscal general de Venezuela, sino además fue por muchos años alguien incondicional de la dictadura. Es por ello que hoy presenciamos a actores del chavismo esbozar irracionalidades para intentar apartarla y suprimirla. Podrán decir lo que quieran, pero sin duda alguna la fiscal se la está jugando con mayor valentía que muchos dirigentes de la oposición.
Ahora, ha surgido toda una predisposición general frente a posiciones como la de Luisa Ortega Díaz que considero, no solo absurda, sino enfermiza. No comprendo, a estas alturas, el escepticismo fanático. Sin argumento ecuánime, ya la fiscal general ha pasado a ser una pieza del imperceptible y omnipresente G-2 cubano. Resulta que su posición obedece a una proyecto siniestro que busca enredar en una trama particular a la oposición venezolana.
No niego la posibilidad de que los estrategas del régimen sean realmente brillantes —ni la existencia y perpetua colaboración para seguir consolidando el régimen, de la inteligencia cubana—, pero es hora de ajustar las percepciones a la realidad.
Es completamente natural que la fiscal general de Venezuela, hoy, decida apartarse. No lo hace, Luisa Ortega, porque sus valores democráticos se lo exijan. Tampoco porque ha comprendido, por fin, la naturaleza de un régimen que estructuró. Luisa Ortega responde, esencialmente, a la coyuntura que cientos de miles de venezolanos han impuesto en las calles: la palpable e inminente posibilidad del rescate de la libertad y el desalojo del autoritarismo.
Como Luisa Ortega, vendrán otros. Ya se han dado las deserciones. Fue la primera —durante esta crisis—, pero otros ya la siguieron. Es completamente natural, entendible. No hay ningún plan maquiavélico, abominable y brillante detrás. Y, aunque lo hubiese, el régimen no saldría ganando. A ninguno de los dos bandos les favorece expedir en estos momentos una imagen de inestabilidad y de falta de cohesión. Que eso quede claro.
Pero la fiscal, en el proceso de apartarse de la dictadura, motivada por sus intenciones privadas, está colaborando con una causa en la que convergen millones de voluntades e individuos. Sencillo: Luisa Ortega no quiere acabar en el fondo del mar junto al navío, pero para ello debe primero ayudar a hundir el barco luego de saltar. Y, los demás, también deseamos eso.
No se trata de embelesarla con elogios y aclamaciones. Tampoco de perfilarla como valedora de la democracia. Hay que tratar a Luisa Ortega, ciertamente, con cuidado. Pero, cada una de sus posturas y acciones, hoy vanguardistas, que de alguna u otra manera puedan colaborar en el rescate de aquellos valores sagrados, deben ser aprovechadas y apoyadas decididamente. Es un tema de táctica y de ser prácticos.
“Al enemigo que huye puente de plata”, dijo el político castellano Gonzalo Fernádez de Córdoba, queriendo decir con esto que si el enemigo quiere retirarse hay que facilitarle su salida. Gonzalo fue un muy eficiente militar, también, que pudo conquistar Napolés. Es una frase que se le atribuye a él y que hoy es un consejo oportuno.
Como Luisa Ortega vendrán más. Aparecerán personajes más nefastos, y con algún historial más terrible, dispuestos a colaborar con información valiosa y aportes importantes. Habrá que tragar saliva, cerrar la boca y estrechar las manos. Después se saldarán las cuentas, pero hoy lo primordial es rescatar la libertad.
A Luisa Ortega Díaz hay que ponerle un puente de plata (y a los demás que vendrán también) por más difícil que sea.
La posibilidad de un chavismo disidente al mando
Pero, ciertamente, hay algo que debemos cuidar. Una amenaza latente a la que se le debe prestar atención por el peligro que supone.
Al solicitar la desincorporación de los magistrados Luisa Ortega fue vanguardia. Marcó, ese día, la pauta. Eso, frente a un vacío de mando que tuvo que suplir debido a la urgencia de salir de este régimen que cada día expone con mayor firmeza su lado más criminal.
La fiscal, luego de apartarse explícitamente del régimen, es ahora una de las principales interesadas en el restablecimiento de la línea democrática —o en simplemente un cambio de régimen. Por lo tanto, frente a la ausencia de un liderazgo institucional vanguardista —porque el político, en las calles, está presente—, Luisa Ortega podría, poco a poco, asumir el capitaneo de un proceso que podría derivar en la toma de control de un chavismo disidente.
Esto, sin duda alguna, es inaceptable. Sobre todo porque obedecería a la irresponsabilidad, producto de una cobardía institucional, por parte del poder que goza de mayor legitimidad en el país: el Parlamento.