La ineficacia del estado uruguayo para resolver problemas que él mismo se crea es difícil de calificar e incluso de entender. Desde los dichos de sus gobernantes hasta la fallida implementación de sus políticas, todo pareciera salir terriblemente mal.
Una oposición muerta, o al menos anestesiada, no ayuda. Se queda allí, en esas interminables interpelaciones a ministros que no resultan en otra cosa que no sea un intercambio de opiniones inerte, improductivo. Nada pareciera nacer de esas peleas ‘’por la chacra’’ en las que la prosperidad del país y el bienestar de sus ciudadanos no son prioridad.
- Lea más: Uruguay: por qué el nuevo Código Penal dificultará investigar la corrupción del gobierno
- Lea más: La doctrina Mujica explica las contradicciones de Uruguay frente a Venezuela
¿Está Uruguay condenado a sí mismo? Un revisión de la realidad indica que tristemente sí, al menos a corto e inmediato plazo.
Durante la primera semana del corriente mes de julio, el ministro de Economía, Danilo Astori (que fuera vicepresidente de Mujica y, anteriormente, ocupaba idéntico cargo durante la primera presidencia de Vázquez), anunció un aumento de 200 pesos uruguayos a las jubilaciones más bajas (unos siete u ocho dólares, dependiendo de la cotización del día). Sí, lo anunció, en conferencia ante la prensa. Sin vergüenza, sin que se le temblasen las manos, sin ruborizarse: siete dólares. Para quien no esté familiarizado con Uruguay y sus precios, el kilo de yerba mate (imprescindible para el mate) oscila entre los 105 y 150 pesos. El kilo de morrones rojos, elemental en la cocina uruguaya, puede alcanzar los 300 pesos. Es decir, el tan anunciado aumento a las jubilaciones más bajas no es suficiente para comprar un kilo de morrones – verdura que se ha convertido en una especie de botín de alto valor para ladrones y malvivientes. El verdadero logro del gobierno socialista uruguayo es que un delincuente ya no se limita a robar autos, sino comida. Pero claro, lo que se comunica a la prensa, sin rastros mínimos de pudor y respeto hacia los jubilados, es que habrá un aumento de 200 pesos.
Se comunicó también, con inmensa algarabía y orgullo, que Uruguay había ganado el juicio a Philip Morris. El estado uruguayo hace un buen tiempo ha estado dedicando muchas energías a decirle a sus ciudadanos qué consumir y qué no: Se instó a restaurantes, por ejemplo, a quitar la sal de sus mesas. Y el cigarrillo ha sido la obsesión personal de Vázquez desde su primera administración. Él ve la victoria sobre la tabacalera como un triunfo de la salud, no evalúa que no basta con no fumar y no consumir sal o mayonesa en exceso para que los uruguayos tengan una mejor calidad de vida; y omite que para lograr este objetivo todos los ciudadanos deberían tener acceso a una dieta variada y rica en diversos nutrientes, algo que, en un país dolorosamente caro, no es posible. En Uruguay, la libertad de fumar a santo antojo está regulada. Y también lo está, de manera más indirecta, el alimentarse adecuadamente.
Al mejor estilo pan y circo, y para que esa entelequia que es el pueblo quisiese festejar también la llamada victoria sobre Philip Morris, se comunicó que con el dinero obtenido en el juicio, se aumentarán (¿nuevamente?) las pasividades más bajas. Esto da unos 60 pesos uruguayos, o dos litros de leche. Sumado a los 200 anteriores, si es que se suman, el jubilado uruguayo seguirá sin poder pagar el codiciado kilo de morrones.
Pero eso no es todo. Las mil y una políticas fallidas de Uruguay abundan. El mundo celebró cuando Uruguay legalizara la comercialización de la marihuana en farmacias, esto dista, claro, de ser cierto; las farmacias se rehúsan a vender cannabis y la tan promocionada legalización, sigue estando en las sombras.
Y con todo lo polémico que legalizar la venta de cannabis puede llegar a ser, no es el más controversial movimiento de Mujica; cuando el expresidente decidió aceptar presos de Guantánamo, jamás imaginó (o prefirió hacer la vista gorda, el Nobel de la Paz es algo que anhela demasiado) cuántos dolores de cabeza éstos traerían.
La medida, como siempre, y al igual que con la marihuana, parecía noble en una primera instancia. Los exdetenidos llegaron a Uruguay, exigieron mejores condiciones e ingresos mediante huelgas, se casaron y hasta fueron acusados por violencia familiar, pero el verdadero problema comenzaría con la extraña desaparición de uno de ellos, a mes y medio del comienzo de los Juegos Olímpicos en Brasil, país al que habría huido valiéndose de un pasaporte falso.
Han sido tantos los inconvenientes alrededor de estos cinco refugiados, que Mujica se vio forzado a reconocer que recibir exdetenidos de Guantánamo fue un error, más allá de la atrocidad que significa Guantánamo en sí. La gran bestia pop que es nuestro expresidente diría, sin pelos en la lengua, que aceptó ‘’a cinco locos sólo por vender unos kilos más de naranjas a Estados Unidos’’.
En medio de toda esta turbulencia, que pareciera ya infinita, Uruguay pretende pasar la presidencia del Mercosur al único amigo que le queda en América latina: Venezuela. Y no exagero con lo de ‘’único amigo’’: Uruguay es el único país que sigue insistiendo en este punto, ya que el traspaso está por el momento en suspenso, puesto a la obvia y más que atinada negativa de los demás miembros del bloque.
Y así está Uruguay: caro, solo, peligroso y aislado. Las figuras prominentes en su realidad política siguen siendo los mismos que hace veinte años al menos (Vázquez, Astori, Bordaberry, Mujica, Lacalle). Uruguay está también viejo y carente de ideas.
Los nombres siguen siendo los mismos, pero su realidad es indudablemente peor.