Español« La historia me absolverá » dijo en algún momento Fidel Castro, quien era más que consciente de las atrocidades que cometía y comete en Cuba, tal vez a modo de perdón adelantado o quizás como una simple manifestación de egolatría.
A Jorge Batlle Ibáñez –a diferencia de lo que sucedería con Castro – la historia lo absolvió en serio, y al menos en dos oportunidades: cuando fuera electo presidente de Uruguay en 1999, y probablemente durante el segundo gobierno del Frente Amplio, ya como expresidente; cuando los uruguayos caímos, no sin cierta tardanza, en que todo cuanto Batlle afirmaba sobre un presunto modelo socialista en el país resultó ser cierto.
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Fue el cuarto presidente en apellidarse Batlle, pero no dudó en separarse del toque estatista que reinaba en su familia, quizás más marcadamente en su tío abuelo José Batlle y Ordóñez (presidente de Uruguay en los períodos 1903 – 1907 y 1911-1915), tantas veces llamado «padre del Uruguay».
Fue en 1956 (más de cuatro décadas después de que su tío abuelo estatizara tres bancos, entre otras tantas medidas de similar carácter) que Jorge asistiría en Buenos Aires a las conferencias de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises. La exposición a la escuela austríaca lo acompañaría el resto de su vida, aunque esto le costase varios enemigos ideológicos – y tal vez fue uno de los elementos que lo llevó a perder cuatro de las cinco elecciones en las que fue candidato presidencial.
A propósito de su «traición ideológica», declararía para La República, a fines de los años 80 : “me enfrenté a la orientación ideológica populista que el señor Luis Batlle Berres (su padre) representaba como hombre de su tiempo“.
Era abogado, pero ofició de columnista en El Día y de periodista en Acción. Amaba a Borges, a los caballos y a la libertad. Tanto amó a esta última que tuvo el dudoso honor de ser el primer preso político de las Fuerzas Armadas Conjuntas en 1972, meses antes de que cayera sobre Uruguay la sombra maldita de la dictadura.
La acusación no era otra que «ofensas a las Fuerzas Armadas», y provenía de un pacto absurdo sólo en apariencia entre el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (de donde saldrían el expresidente José Mujica, la senadora Lucía Topolansky y el ministro del Interior Eduardo Bonomi, entre otros) y los mismísimos militares. Batlle fue detenido cuando llegaba a la redacción de Acción (nada asusta más a un opresor que un liberal escribiendo) y aunque las libertades no abundaban, el pueblo uruguayo marchó reclamando su liberación.
Como tantos otros dirigentes políticos, Jorge Batlle fue proscrito y se mudó a Río Grande do Sul, en Brasil.
Tras el regreso de la democracia, volvería no sólo Batlle a Uruguay sino que también sus intentos de llegar a la presidencia – ya tenía dos en su haber.
La tercera no fue la vencida (1989) pero sí lo sería la quinta (1999), su primera absolución histórica. Luego de un año de altísima popularidad llegó ella, la más fea: la crisis exógena, la peor de nuestra historia, precedida de un brote de aftosa.
Aunque Jorge Batlle entregaría la banda presidencial a Tabaré Vázquez con sólo un 5% de aprobación popular, lo cierto es que hizo cuanto pudo para que el país no tocara el mismo fondo que tocó Argentina. El tiempo le dio la diestra, y radicó ahí su segunda absolución. Piloteó al país en su peor momento, no sin medidas antipáticas y, predeciblemente, sin intentar complacer a todo el mundo.
En entrevista con Montevideo Portal, afirmaría, sobre la relación entre el actual gobierno (Frente Amplio) y las leyes, que ellos (los dirigentes de izquierda) «tienen una base ideológica: ellos sostienen que este sistema capitalista, y por tanto perverso, no sirve. Entonces, las leyes que el sistema produce tampoco sirven, porque son malas y hay que cambiarlas. ¿A qué sistema quieren ir? ¿Socialismo? ¿En qué se diferencia la monarquía absoluta de Luis XIV, del Rey Sol, de Stalin o Mussolini? En nada. (…) La lectura es: ‘yo soy bueno’ y ‘ellos son malos’»
Jorge Batlle Ibáñez fue lo más cerca que estuvo Uruguay de ser un país realmente liberal. La suerte, a simple vista, no aparenta haberlo acompañado. Pero la historia tiene lecturas varias.
El pasado 24 de octubre, y en vísperas de su cumpleaños 89, falleció en Montevideo tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza en el departamento de Tacuarembó, donde se encontraba militando.
Coherentemente con su postura, el gobierno frentista dio sólo un día de luto oficial, habiendo dado tres por Néstor Kirchner y Hugo Chávez.
Pero fueron los uruguayos, con innumerables muestras de sincero afecto, que lo despidieron con agradecimiento y respeto. La historia lo había, finalmente, absuelto.
En su cortejo fúnebre, una y otra vez se escuchó, de parte de ciudadanos anónimos, un «¡viva la Républica!» y un «¡viva la libertad!»