La izquierda uruguaya se intuye rota y fracasada. Aquellos aires de supremacía intelectual que supuraba hace veinte años se dieron de frente con la realidad de gobernar, y con ésta última llegó el poder y sus vicios.
En aquel lugar (teórico) en el que la libertad juraba permanecer intacta, en el que la justicia social prometía, irónicamente, ser justa (o existir simplemente) ya no hay nada. O no hay nada que la gente (el tantas veces vilipendiado y manipulado “pueblo”) quiera escuchar.
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El exdirigente frenteamplista José W. Legaspi escribió una especie de carta de despedida al partido de sus pasiones el pasado 12 de noviembre para el portal de noticias Uypress que fuera opacada por las repercusiones de la victoria del candidato republicano Donald Trump en Estados Unidos.
La misma merece, sin embargo, la lectura de todos. De socialistas y comunistas por un lado; puesto que más de uno debe compartir el sentimiento de Legaspi y no tiene la honestidad o la valentía para admitir que los ideales de otrora murieron en el palabrerío y derivaron en tiranía y desgobierno, por contradictorio que parezca (comparar la bancarización obligatoria previa a una inminente muerte del secreto bancario con las políticas de seguridad ciudadana, si es que las hay).
El desencanto es también objeto de estudio para quienes lejos estén de las premisas de la izquierda: reemplazar un populismo con otro no será suficiente. “El voto que el alma pronuncia” ha muerto, y se convirtió en el voto que el contexto, la necesidad o la lógica imponga. A no engañarse se ha dicho; y a no engañar (más) se incita.
Legaspi es particularmente elocuente al criticar la obligatoriedad de la unanimidad en la izquierda de uruguaya. En su epístola afirma:
Los demócratas, los republicanos, los católicos, los batllistas, los nacionalistas, los izquierdistas, que confluimos en aquel torrente, no buscábamos ni pretendíamos la unanimidad. Aquella fuerza política surgió de las coincidencias nacidas de la diversidad y de la confrontación de ideas. Fraterna, sí, pero confrontación y discusión. Hoy proliferan los “barrabrava de la izquierda” que creen que la herramienta política se construye desde la unanimidad o desde el pensamiento único.
La izquierda, y esto se podría afirmar en cualquier punto del globo, ya no es aquella abanderada de la tolerancia que decía ser. Basta ver los comités de disciplina partidaria del Frente Amplio al que han sido sometidos varios de sus dirigentes por no apoyar, así sea con voz o voto, los dictámenes del conglomerado. En nada se alejan tales comités de las escenas descritas por George Orwell en 1984.
Al Frente no se lo puede cuestionar, no se lo puede investigar, no se lo puede debatir, no se lo puede (y lo dejan muy claro) “traicionar”.
Por un lado, es cierto, no sorprende. La izquierda es el aniquilamiento total del individuo y pretender tener individualidad en la izquierda es, más que una quimera, una contradicción ideológica. Pero hay decepcionados y hay disidentes, y hay que escucharlos.
Legaspi continúa en lo que es una fotografía en alta definición del Frente Amplio, y señala que:
Ahora nos toca a nosotros (los izquierdistas) mentir. Ahora nos toca a nosotros ‘gestionar’ mal. Ahora nos toca a nosotros ‘dilapidar’ los dineros públicos. Ahora nos toca a nosotros aplicar el ‘amiguismo’ y el clientelismo político. Ahora le toca ‘a uno de los nuestros’ ganarse una ‘comisión’ por intermediar en negocios con el extranjero. Ahora nos toca a nosotros ‘ocultar’ y ‘proteger’ a los mentirosos. Ahora nos toca a nosotros poner los ‘yesos’ para trancar investigadoras ‘innecesarias’. Ahora nos toca a nosotros ‘evitar’ el debate.
En lo que el Frente Amplio interpretará como un “juego a la derecha” (pero es obvia desilusión) Legaspi hace un reto al que, hasta el momento de la carta pública, fuera su partido por treinta años “sigan haciendo lo que saben hacer, convocar a los adherentes y la ciudadanía cada cinco años, para revalidar la permanencia. Sigan embarrándose, las manos y la mejor historia de la izquierda de este país, sigan, todavía les queda un ejército de militantes ciegos, sordos y mudos, ‘unánimes’, para tratar de ‘continuar’ manteniendo vuestros privilegios”.
La izquierda uruguaya se despedaza y se traiciona a sí misma. Es todo aquello que acusaba a la oposición de ser, pero con más altanería.
En su desesperación (¡y en la ingenuidad!) la izquierda busca formar una nueva izquierda, sin tanto bache, sin tanto ANCAP, sin tanto PLUNA / ALAS UY, sin tanto título universitario inexistente, sin tantos muertos en calles y canchas, sin tanta basura, sin tanta protección a Venezuela, sin tanto líder pop.
Una izquierda, en otras palabras, sin tanta izquierda.