El pasado 8 de marzo muchas mujeres festejaron su día —ese día que se dan al año— celebrándose a sí mismas, reclamando libertades ya obtenidas a lo largo de todo el mundo occidental (nadie marcha por las oprimidas en Teherán) y reivindicando luchas indefinidas.
Algunas hasta aprovecharon la ocasión para incurrir en el vandalismo más despreciable, porque —lo crea el lector o no— en algunas mentes arrojar pintura a iglesias, de alguna forma, libera.
En este tipo de marchas (que siempre observo de lejos) son comunes las citas a mujeres extraordinarias, al menos en algún concepto de “extraordinario”. Simone de Beauvoir, Rosa Luxemburgo y Frida Khalo son las figuras más comunes. Ahí, en ese tumulto que coquetea en tantas ocasiones con el fanatismo (las más, formaliza su relación) pude ver cómo ninguna de estas mujeres me representaba.
Bromeé al respecto: “si tengo que elegir a una francesa que se llame Simone, me quedo con la Veil”, dije. Pero claro, no era de izquierda.
Así, en lo que no pretendía ser más que un chiste o una reflexión ligera, me detuve a intentar explicarme por qué la historia ha sido tan injusta con una de las mujeres más brillantes y fuertes que ha trascendido (porque las hay en abundancia, pero en el más absoluto anonimato): Margaret Thatcher.
Recuerdo aquel 8 abril de 2013. Una conocida, ultra-feminista ella (de esas que usan el término “sororidad”) gritaba exaltada “the bitch is dead”, entre otros improperios.
¿Por qué la Historia se ha ensañado con una mujer que, sistemáticamente, se las ingenió para arreglar todo lo que estaba mal en una Gran Bretaña que se caía a pedazos? Me pregunté si los motivos tendrían sus raíces en la discriminación ideológica o en una omisión histórica – si fuera una de estas “feministas” modernas, habría manejado “porque es mujer” como opción; pero sé que no es así.
El primer enfoque que elegí fue el geográfico: como latinoamericana (y pacifista radical), la truculencia imperdonable que significó la Guerra de las Malvinas (1982) también me duele. Quizás, razoné, el desprecio a Thatcher se deba a su participación en el conflicto.
No obstante, concluí que a tal postulado le faltaría solidez, ya que sería prácticamente negar las provocaciones de un dictador que usó a chiquilines, hijos de una Argentina gloriosa, como cortina de humo mientras cometía crímenes de lesa humanidad. No: no podía ser por Malvinas.
En tanto liberal, creo firmemente en las libertades de los individuos y defiendo, en consecuencia, la libertad de asociación. Creo en la existencia de los sindicatos, esos con los que Margaret Thatcher tuvo una relación pésima. ¿Sería acaso por esto que las “feministas” se olvidan permanentemente de citar en sus pancartas a la exprimer ministro británica?.
Cuando Thatcher asumió en su cargo, los sindicatos tenían un poder tal que no había quién enterrara a los muertos en los cementerios. La basura pululaba por todas las ciudades del Reino Unido, con los peligros para salud que esto implica.
Thatcher le puso fin a este desgobierno. Acabó con el monopolio estatal, redujo los costos del Estado y alentó una “nación de propietarios”, acabando así con el clientelismo del cual eran sujeto las viviendas sociales. Thatcher hizo lo que había que hacer en una coyuntura extrema de despilfarro y acracia.
Sin las medidas económicas que muy justo a tiempo tomase Margaret Thatcher, hoy Gran Bretaña necesitaría más de la Unión Europea que Rumania.
No me rindo y busco más teorías que expliquen esta torpeza histórica. ¿Es posible que sí se trate de discriminación ideológica? Volví entonces a aquel 8 de abril, a los gritos de mi conocida: “the bitch is dead, una conservadora menos” y vocablos que no pertenecen al reino de los buenos modales.
¿Es así que Thatcher es vista, como una conservadora? La difunta primera ministra pertenecía al Partido Conservador pero ¿era conservadora? Desde el inicio de su carrera política, Margaret Thatcher apoyó la despenalización de la homosexualidad, aunque en la intimidad no veía con buenos ojos las prácticas homosexuales.
¿Acaso hay algo más liberal que proteger la libertad de los injustamente perseguidos a pesar de nuestra propia opinión? Thatcher votó en contra de ella misma y a favor de quienes no gozaban de sus mismos privilegios. Thatcher, esa mujer maravillosa, sabía que la libertad es más importante que nuestro juicio personal.
Votó asimisma por la despenalización del aborto y la prohibición de la caza de liebres.
Química especializada en cristalografía, abogada y política. Madre, esposa, incansable luchadora contra el comunismo y los totalitarismos. Una mujer espléndida que comprendió la libertad en todas sus expresiones, sin caer en esa fragmentación infame propia de los populismos.
Ella, la olvidada por personas que no entendieron, o quizás ni se molestaron en leer Historia. Margaret Thatcher, la mujer que las “feministas” insisten en esconder debajo del tapete, sólo quería una sociedad libre.
En lo personal, no me sentiré más libre por pasearme con los senos al desnudo por la avenida principal. No me hará más libre tampoco no depilarme o abandonar los tacones. No es dejar de cocinar para mi compañero lo que me liberará.
Yo me sentiré más libre cuando le pueda decir a una “feminista” las razones por las cuales no pertenezco a su colectivo (colectivismo) sin temer ser condenada al ostracismo – o que alguien que jamás me vio en su vida celebre mi muerte.