Algo huele a podrido en Uruguay. Distintos integrantes del sistema político uruguayo, se ha revelado, realizaron o cubrieron gastos personales haciendo uso de sus respectivas tarjetas corporativas.
El primero en destapar el tarro (convendría afirmar “al que le destaparon el tarro”) fue el exvicepresidente Raúl Sendic, quien renunciara el 9 de setiembre de 2017 en medio de una nebulosa de escándalos; entre ellos, las diferentes compras que realizó con su tarjeta corporativa.
Al respecto, el fiscal especializado en Crimen Organizado Luis Pacheco solicitó el pasado martes el procesamiento (sin prisión) de Sendic por abuso de funciones y peculado; noticia que, en primera instancia, dejara a más de uno en estado de estupor y causara a otros una predecible algarabía.
La investigación concluye que “el Sr. Raúl Sendic ha hecho ‘uso indebido’ de los dineros públicos, apropiándose de sumas que no pudieron ser debidamente cuantificadas, configurándose la figura delictiva prevista en el artículo 153 del Código Penal (‘Peculado’) por lo que define imputarle en principio reiterados delitos de peculado, por cuanto no cabe inferir una única resolución criminal sino distintas resoluciones en cada oportunidad de uso de la tarjeta en forma indebida”.
El “festejo”, no obstante, duró poco: luego de veinte minutos de éxtasis y de sentido de justicia, muchos uruguayos tildaron el procesamiento de “flojo”. ¿Por qué no va Sendic a la cárcel, si la causa por la que rinde cuentas se rige bajo el Código del Proceso Penal anterior? Pues bien, al existir un nuevo CPP, los imputados (nueve jerarcas en total) no irán a prisión preventiva.
Casi simultáneamente —y con un timing increíblemente casual— un pedido de informe por parte del oficialismo reveló que, durante el gobierno del expresidente Jorge Batlle, cuatro exjerarcas del Banco República también incurrieron en la misma inmoralidad, gastando hasta 21.000 dólares en prendas, artículos domésticos, joyas y hasta mallas de baño —resulta curioso —, que al igual que con Sendic, también aparezca un colchón en la lista de compras, como si hubiese una necesidad física y moral de descansar mejor ante tales desidias.
Todo esto sucedió en el período 2000 – 2005, cuando el país atravesaba su peor crisis económica.
En esto nos convertimos los uruguayos, en simples fanáticos que intentamos demostrar quién robó menos, quién fue peor, más nocivo e inmoral. Aun así, nos sentimos no sólo inteligentes, sino que también honestos, cuando logramos callar “al otro” en redes sociales; cuando colgamos el link que prueba, de manera irrefutable, que los de la cancha política del frente (o del Frente) incurrieron en más faltas éticas que los nuestros; y por ello son sin dudas los más aptos para sacar el país adelante.
¡Qué equivocados estamos! Nos creímos que la política es fútbol, y se celebra más la derrota del cuadro rival que la victoria propia. Tal comportamiento dice mucho y nada bueno de nuestra identidad y valores; pero sobre todo, revela lo oscuro y siniestro de nuestro futuro.
Nos queda entonces el consuelo tonto del “son todos iguales” y del “todos robaron”, condenándonos así a una reiterada mediocridad política y social.
No consideramos, ni por un segundo, salir de la pereza intelectual que representa el fanatismo y racionalizar nuestras elecciones, nuestro voto. No consideramos tampoco replantear nuestro sistema político o cuestionar la falta de transparencia en el financiamiento de los partidos.
No, en un ataque de medidas fútiles, pretendemos abolir la tarjeta corporativa pero dejar a quienes hacen mal uso de ella en su cargo. Así, no es una sorpresa que no seamos Suecia.