Hace algunos años tuve una discusión con una queridísima amiga mientras interpretábamos una pintura. En la misma, se veían unos cuantos penes verdes volar a través del espacio. Le dije que no había forma en el mundo de que aquello, una mera chiquilinada de adolescentes descubriendo la pubertad, pudiera ser arte. Ella inmediatamente me refutó, señalando que la misión del arte es justamente transgredir.
El intercambio continuó por horas, y tomó un tono que jamás pude haber previsto. No obstante, durante los días que siguieron al acalorado debate, dediqué todo mi intelecto a dilucidar el quid de la cuestión ¿van el arte y la transgresión de la mano?
La semana pasada, al ver el ya célebre video publicado en la página del Ministerio de Educación y Cultura, me vi en la necesidad de repasar aquella discordia e importar los argumentos del pasado, devenidos en convicciones.
El video, subido inicialmente por el INAE (Instituto Nacional de Artes Escénicas) en el marco de una convocatoria experimental, muestra a tres jóvenes en mallas y calzas ochentosas, con pelucas y / o máscaras, que “amamantan” a un bebé de plástico (acción que lleva a cabo primero un chico y luego una chica) para luego patearlo off-camera y se ve, asimismo, a una chica ¿triste? ¿bajo el efecto de estupefacientes? sentada en el suelo, casi desganada en comparación a sus compinches, jugueteando con un consolador violeta que hace pasear por los muslos de sus amigos.
La oposición uruguaya no tardó en mostrar su repudio al video, con reiteradas exhortaciones a quitarlo de la página del Ministerio de Educación y Cultura. Varios usuarios de las distintas redes sociales notaron un paralelismo entre el contenido de la “pieza” y los valores del progresismo: la pansexualidad, cierto desprecio a la procreación, el rol de la nueva mujer y similares.
En Uruguay, (y bien podría extender esta apreciación a varios puntos del globo) la oposición está tan obsesionada con el conservadurismo más puro y duro que pierde de vista el verdadero problema: la única razón por la que el dichoso video está en la página del Ministerio de Educación y Cultura y no es una ridiculez más entre tantas otras en YouTube, es porque en Uruguay la cultura está regulada a nivel estatal.
La cultura, que al igual que el lenguaje y el mercado es de creación espontánea, no pertenece al gobierno de turno, sino al conjunto de ciudadanos de una nación. Tener al Estado como patrocinador, mecenas y difusor exclusivo de arte es un arma de doble filo que coquetea muy de cerca del amiguismo y la censura.
Los defensores de la libertad estamos más allá del contenido (que sí, en mi apreciación personal es una parodia payasesca, falta de estética, de sentido del humor y de mensaje) ya que comprendemos – y deseamos – la libertad. Cada individuo (o grupo de individuos) es libre de hacer cuanto le plazca siempre y cuando no dañe a terceros.
Es menester subrayar aquí que la ofensa no es daño – si entramos en esta retórica, terminaremos por dar la razón a toda esta moda de la hipersensibilidad y los pedidos de prohibición o regulación. Estos tres chicos son libres de hacer ésta y más bufonadas. Garantizarles esta libertad es nuestra obligación en tanto ciudadanos.
Es al Estado al que no le corresponde estar allí. Es el Estado el que no debería esconderse detrás de lo que en teoría es una manifestación artística a la hora de transmitir un discurso. Lo demás, queda a juicio del espectador.
Quizás lo único realmente triste es que toda esta pantomima haya sido confundida con arte. Desde el vacío absoluto que representa la posmodernidad, bien podemos afirmar que hoy en día lo verdaderamente transgresor sería pintar como Botticelli.