El feminismo (y muy particularmente el “nuevo feminismo”) se ha hecho eco de la dialéctica marxista opresor – oprimido (en boga desde mediados del siglo XIX) y la ha utilizado para promover sus postulados.
Nadie en su sano juicio podría negar que, durante buena parte de la historia, la mujer fue, en efecto, oprimida y reducida a mera progenitora o mercancía; en innumerables ocasiones bajo la tutela y complicidad de instituciones religiosas. Estas desgracias no son cosa del pasado: para ello basta echar un vistazo al mundo musulmán – cuyos abusos muchas feministas eligen ignorar.
No obstante, pretender que todas las mujeres estamos sometidas hoy, en pleno siglo XXI, a la tiranía patriarcal no es más que una maniobra manipuladora que esconde oscuras intenciones detrás de lo que asegura ser una doctrina de liberación.
Según el “feminismo moderno”, fiel prueba de esta opresión machista es la relación que las mujeres hemos establecido con nuestros cuerpos, nuestra (supuesta) constante búsqueda de la perfección física es la manifestación de décadas de lavados de cerebro que han impuesto, haciendo uso de campañas publicitarias, objetivos inalcanzables en lo que a nuestro apariencia refiere.
Para esta nueva ola feminista, la respuesta es clara: hay que borrar todo rastro de esa imposición. Desde no utilizar prendas que revelen o enfaticen las formas femeninas a no depilarse, todo parecería valer en este intento de emancipación, devenido en una suerte de venganza retroactiva.
Ahora bien, ¿sufre el cuerpo femenino una represión externa? Es tentador pensar que sí, que todo nuestro rechazo a esos kilos de más (o de menos) no es más que el resultado de años de exposición a estándares irreales de belleza, que no estamos ni demasiado gordas ni demasiado flacas; que, de hecho, el “demasiado” no existe, y simplemente hay que mirarse al espejo y quererse así, como una es.
Y todo esto sería muy bello… si sólo fuera cierto, claro está. Comencemos por la “presión de la imagen” mediante agentes extrínsecos como princesas de Disney o Barbies. Las mujeres no podemos creer – deberíamos ser muy ingenuas para ello – que nuestra contraparte masculina no “sufrió” la misma imposición. Ellos tenían a He-Man, a G.I. Joe y a incontables personajes más que emanaban masculinidad por cada poro de su sintética piel.
Es decir, en caso de que sí haya habido elementos que moldearon la percepción que tenemos de nosotras mismas, estos no fueron exclusivos de la mujer.
La célebre filósofa francesa Simone de Beauvoir aseguraba que el cuerpo femenino es un objeto de represión subordinado al deseo de sus dominadores, pero si esto es así ¿a quiénes está subordinado el físico masculino? Según el feminismo más radical, lo masculino y lo femenino no existen en absoluto, sino que son la fabricación de un sistema compuesto por hombres y mujeres, sí, pero de una naturaleza rotundamente patriarcal.
Toda esta elocuente especulación gira alrededor del mismo concepto: hembra víctima – macho victimario, y no es más que otro ladrillo sobre el muro que el populismo construye para dividirnos – y reinar.
La percepción que las personas (mujeres y hombres) tengamos de nuestro físico no es la manifestación de un agente opresor, sino fruto de nuestro propio ego y vanidad. Es más, determinadas características comúnmente tildadas de “deseables” (buena piel, caderas anchas, altura) responden a motivos antropológicos, no son la resaca de unos cuantos anuncios publicitarios.
De más está decir que no hay daño alguno es que ciertas feministas decidan no depilarse jamás en su vida o no usar corpiño, están en toda su libertad de hacer cuanto les plazca. Eso no significa, no obstante, que los múltiples actos de “liberación” sean inocuos.
Lo más probable, para una mayoría aplastante de individuos, es que quien pese más de 100 kilos y menos de 45, tenga graves problemas de salud. No, no basta con aceptarse como uno es. Esta ideología de la emancipación es potencialmente peligrosa para la salud.
La aclamada comediante feminista Sofie Hagen cuestionó, en el Reino Unido, que la obesidad pueda causar cáncer y solicitó que se retiren las campañas de concientización al respecto, a las que acusó de “fat-shaming”. El nuevo feminismo está coqueteando con la negación en lo que no es más que un acto de extrema irresponsabilidad causado por respuestas emocionales a lo que es un hecho con extensa evidencia científica.
Como mujer, elijo creer que mis congéneres y yo somos lo suficientemente listas como para confiar la totalidad de nuestra autoestima a un objeto inanimado (una muñeca) o al último spot publicitario de una famosa firma de diseños italiana. Elijo creer que somos fuertes, de cuerpo y de espíritu.
En tanto miembro de la sociedad, opto por no enemistarme con el hombre, mi par, y apostar por una comunidad en la que tener próstata o útero no sea un factor determinante, deshaciéndome de los panfletos revanchistas de una ideología llena de furia e inexactitudes.