“La mejor forma de andar bien en las encuestas es darle dinero a la gente” dice Emmanuel Macron al aceptar su premio “Campeón de la Tierra” en Nueva York. “Pero no es eso lo que les propuse a los franceses”, agrega.
Es que el presidente galo no da para disgustos en los sondeos. Con una popularidad del 33%, no son pocos los analistas internacionales que sostienen que el “período de encanto” entre el mandatario de 40 años y los franceses ha llegado a un amargo final.
Estas especulaciones, no obstante, suelen construirse en total ignorancia del sistema electoral francés, que de alguna manera promueve el “voto por descarte”.
Un candidato presidencial llega al Elíseo gracias a los votos de muchos convencidos, pero también por la voluntad de quienes lo consideraron lo más deseable frente a un opositor menos convincente o carismático – de hecho, en la historia de la quinta república iniciada por Charles de Gaulle en 1958, nadie ha escapado al balotaje.
En otras palabras, es muy improbable que un presidente goce de una alta estima de parte de sus conciudadanos – no hay que pecar de ingenuo y olvidar el desastroso 4% de aprobación de Hollande.
Sí es cierto que la imagen de Macron ha sufrido magulladuras varias desde su asunción el 14 de mayo de 2017. “Júpiter”, como lo suele apodar la oposición (particularmente la izquierda resentida y gritona de Mélenchon), es demasiado liberal para el paladar cuasi-varsoviano de buena parte de la población francesa. Tildado como el “presidente de los ricos”,
Macron es criticado por sus recortes en planes sociales y por liberar el mercado francés, medida que se asocia (en Francia y en casi cualquier país del mundo, en todos equívocamente) a beneficiar al sector más acomodado de la población.
Marine Le Pen, a quien recientemente la Justicia ordenó someterse a una pericia psiquiátrica, también ha disparado contra las políticas liberales de Macron. Lo ha acusado de ayudar “a quienes no tienen necesidad” y de “hacer política de clase al servicio de los más ricos”. Jean – Luc Mélenchon, por su parte, ha ido más lejos afirmando que el mandatario “declaró la guerra a los pobres”.
Mientras, parafraseando a Hayek, los socialistas de todos los partidos hacen pública ostentación de sus capacidades creativas y bondades humorísticas, el equipo económico de Macron anunció una baja de impuestos de 26 mil millones de euros: 6,000 millones para los hogares y 20,000 para las empresas. “No ha habido un recorte de impuestos de esta magnitud durante al menos diez años en Francia”, celebraron los asesores del Elíseo.
Se pronostica, asimismo, un superávit cercano a los mil millones de euros en 2019 en el Fondo de Solidaridad de la Vejez (Seguridad Social).
Por lo pronto, Macron es criticado por la extrema derecha y la extrema izquierda. Eso, en un país en el que el liberalismo pareciera despertar más detractores que la mismísima pobreza, es todo un elogio.