La extraña y totalmente extraordinaria situación política que se vive en España en estos días debería tomarse como una lección para países latinoamericanos como México. El empoderamiento de la izquierda radical a través de PODEMOS y la consecuente división y fracaso de la izquierda más moderada representada por el Partido Socialista Obrero de España (PSOE) es un asunto digno de analizar con atención.
PODEMOS surgió como una respuesta al descontento ciudadano con el status quo del bipartidismo en España que protagonizaban el Partido Popular (PP) y el PSOE.
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Un grupo de jóvenes profesores y académicos decidieron comenzar con la iniciativa de juntar a líderes de opinión, intelectuales y activistas para formar un nuevo partido que abanderara una izquierda más radical capaz de sacudir el sistema desde sus entrañas.
Personajes como Juan Carlos Monedero, quien fuera asesor del gobierno de Chávez en Venezuela, en conjunto con jóvenes como Iñigo Errejón o Pablo Echenique se unieron al partido dirigido por el estrafalario Pablo Iglesias, cabeza y líder moral del partido.
Las causas que han decidido abanderar tienen que ver principalmente con políticas económicas que abogan por la distribución de la riqueza, el igualitarismo social, el proteccionismo comercial, el combate a las grandes empresas transnacionales y en general las ideas populistas y demagógicas que tienen su base principal en el marxismo leninista, por lo cual no es sorprendente que valoren como ejemplo de resistencia y éxito a la Venezuela de Chávez.
Sus seguidores y votantes son principalmente millenials que poco o nada entienden de política y economía, pero que compran la idea de una sociedad más justa sin siquiera preguntarse cómo se pretende construir.
El resultado para la izquierda en España ha sido su radicalización y su división. El PSOE, que a pesar de todo sigue siendo la mayor fuerza política de izquierda en el país, está sumido en una crisis interna después de perder a una parte importante de su electorado a costa de PODEMOS que no le permite establecer un liderazgo de oposición claro y, entre otras cosas, tiene a España con un gobierno “interino” que no aporta mucho a la estabilidad política del país.
Algo muy similar puede ocurrir en México con la izquierda y el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) de Andrés Manuel López Obrador si no se previenen desde ahora los riesgos de empoderar a personajes que sostienen y defienden este tipo de ideologías.
La izquierda mexicana, al no tener un liderazgo claro y acumular una serie de estrepitosos fracasos en los estados que ha tenido oportunidad de gobernar, se encuentra en una posición débil en el espectro político nacional y está optando por radicalizar su discurso demagógico y de odio.
El endeudamiento y la inseguridad de la CDMX, la lacerante pobreza en los estados del sur del país o el impune caso de Ayotzinapa son sólo algunos ejemplos de estos fracasos.
Se tiende a ignorar que el problema son el tipo de políticas que se busca implementar y no el momento coyuntural ni su radicalización, como muchos prefieren interpretar. Es decir, en lugar de señalar que las políticas estatistas y colectivistas generan deuda, pobreza y corrupción, existe una tendencia fuerte a pensar que no han sido bien ejecutadas o en el peor de los casos, que su aplicación no fue lo suficientemente radical.
Esto puede llevar a la búsqueda de una opción aún más radical en México como MORENA, tal como ocurrió en España con PODEMOS.
Es necesario voltear a ver lo que sucede en otros países para entender lo que podría suceder si tomamos el camino del estatismo y el colectivismo en lugar del camino de la libertad y la responsabilidad individual.
Las preguntas de fondo para la construcción de una sociedad libre y próspera no tienen nada que ver con partidos políticos y mucho menos con personajes carismáticos o la radicalización de sus ideologías.
¿Queremos un gobierno asistencialista y sobreprotector o un gobierno que se limite a simplemente generar las condiciones para que nosotros podamos generar oportunidades y combatir la pobreza? ¿Queremos un gobierno con el poder de decidir cuánto de nuestro trabajo y productividad le pertenece o un gobierno limitado que no pueda interferir en nuestras decisiones económicas? ¿Queremos incentivar la productividad a través de la meritocracia o queremos combatirla aplicándole mayores cargas impositivas?
Estas son algunas de las verdaderas cuestiones que deberíamos preguntarnos de manera responsable e impostergable antes de limitarnos a pedir mayores beneficios y empoderar a unos cuantos demagogos, como AMLO o Iglesias, que dicen tener la solución a todos nuestros problemas sin siquiera ser capaces de explicarlas.
La radicalización de las propuestas políticas más estatistas está siendo electoralmente rentable en el Viejo Continente pero socialmente ineficiente una vez ganadas las elecciones. No esperemos a que suceda lo mismo en México, no las hagamos rentables, llevemos el nivel de debate a la verdadera raíz del problema. Nunca ha sido un asunto de derechas contra izquierdas, siempre ha sido un asunto del Estado contra el individuo.