Este martes se efectuó en México el tercer y último debate entre los cuatro candidatos a la Presidencia de la República. Esto a poco más de dos semanas de la elección federal del 1ero. de julio y a punto de iniciar el Mundial de Fútbol, que supondrá una suspensión de la atención hasta entonces.
En términos prácticos, era la última posibilidad de torcer las tendencias electorales, lo que desde mi punto de vista no se logró. Este tercer debate sirvió únicamente para constatar, una vez más, que en esta elección no hay solo un candidato del populismo de izquierda, ¡sino cuatro!
Para ninguno de ellos existe el mercado, las leyes económicas o la imperiosa necesidad de reducir el Estado y sus ineficiencias; incluso cuando en este debate, algunos ofrecieron reducir impuestos o no aumentarlos, eso fue una mera concesión al populismo, sin un planteamiento serio de ajuste al aparato estatal, al contrario: enseguida prometían acrecentar el gasto público en subsidios, nuevos organismos y supuestos regalos. Así el ínfimo nivel de nuestros liderazgos políticos y de la discusión pública.
La prometida participación de usuarios de redes sociales para este tercer debate, y que sería su nota distintiva, se limitó a que los moderadores “interpretaran” sus supuestas preguntas. En tal sentido, fue un debate que prometió mucho y fue el más decepcionante de los tres. Fue rígido en tiempos y normas, opaco en la participación de los internautas, sobrereglamentado, descuidado en su producción.
Y esto sin considerar la actitud de los moderadores, que trataron de convertirse en interlocutores del debate e incluso en debatientes, no moderadores: interrumpiendo a los candidatos en sus intervenciones más importantes, impidiendo el debate y los contrastes, y me parece que repitiendo lo que hemos visto en los medios mexicanos durante las últimas semanas: Un tratamiento casi reverencial a Andrés Manuel López Obrador, sin molestarle con un cuestionamiento insistente ni agresivo, sin ponerle en aprietos con las cifras ni las propuestas, sin alzarle la voz para exigirle se centrara en el tema, mientras que su comportamiento con los otros candidatos fue distinto, incluso de burla, como hicieron con Jaime Rodríguez.
En cuanto a los propios candidatos, sorprende que Ricardo Anaya, candidato de un partido conservador y hasta “liberal” según algunos militantes equivocados, lance propuestas como las de “precio justo” en las gasolinas, el Internet gratuito para todos, el Ingreso Básico Universal o no tenga una sola reforma de mercado que proponer en las instituciones públicas de educación y salud.
Quizá su único acierto fue oponerse al proyecto de López Obrador de crear dos nuevas refinerías, pero sin hablar nada sobre modernizar Pemex ni las otras empresas estatales de energía. Con todo, fue el que tuvo el mejor desempeño, en una noche sin mucho que rescatar.
Se suponía que este debate, dedicado al crecimiento económico, el desarrollo sustentable y la lucha contra la pobreza, entre otros temas, sería el escenario idóneo para el lucimiento de José Antonio Meade. Pero a éste se le vio tentativo, cansado, sin una sola propuesta rescatable, grisáceo. Quizá su única virtud fue no haber cometido ningún error fatal, pero eso no le garantiza cerrar los cinco o siete puntos porcentuales de diferencia con Anaya, por lo que de no mediar una eficaz movilización de electores a través de la formidable estructura territorial del PRI, se quedará finalmente en el tercer puesto de las votaciones.
En tanto, se vio a un López Obrador lento, sin atención, excediéndose siempre en los tiempos, reiterativo, poco preparado, falto de reflejos y de propuestas, simplista: Lo suyo, lo suyo, es repetir eslóganes. Su gestión será, si gana la Presidencia como todo parece indicar, un festín diario para caricaturistas, comediantes, parodiadores, ridiculizadores, cazadores de gazapos y cotilleos. Enhorabuena al menos en ello: nada desacraliza y modera tanto al poder político como el ridículo y la burla.
Finalmente sobre el desempeño de los candidatos, hay poco que rescatar de Jaime Rodríguez, el candidato “independiente”, en este debate pero también en los otros dos anteriores. Así, deja un handicap en contra de la figura de los candidatos independientes a la Presidencia, asimilándola a trapacerías, intereses ocultos, ocurrencias, falta de seriedad. Será un descrédito del que a esta figura jurídica le será difícil reponerse y hasta podría marcar su fin.
Por último, sobre el posible resultado de este tercer debate me parece que poco o nada incidirá en las tendencias electorales, que por ejemplo en la reciente y seria encuesta de la revista Este País y de la Coparmex, la cúpula empresarial del país, marcan un triunfo contundente de López Obrador para la Presidencia y de su partido en la mayoría de las entidades, aunque sin darle una mayoría concluyente en las dos cámaras del Congreso y con un muy alto porcentaje de indecisos, de más del 20 por ciento.
Así, Anaya me parece que aunque tuvo el mejor desempeño de Los cuatro, no capitalizó en este debate su estrategia de movilizar la contenida ira social y ser el candidato antisistema, en oposición a la ineficiencia y corrupción de Peña Nieto/PRI y la impunidad que ofrece a éstos López Obrador.
O bien, la operó demasiado tarde y sin mucha convicción. Tuvo en ese sentido dos o tres buenos momentos, poniendo contra las cuerdas a López Obrador y a Meade (y con él a Peña Nieto), pero nada más. Así, quizá suba algunos cuantos puntos, pero nada de la avalancha de “voto útil” que tantos deseaban que fuera el resultado del debate: ésta simplemente no se dará o bien, beneficiará a López Obrador si el PRI se desfonda y sus liderazgos reales creen en la impunidad y reciclamiento que López Obrador les regala.
Si ya estábamos seguros de que los debates (al menos los de este proceso electoral en Mexico) no servían para modificar tendencias y que pasarían sin pena ni gloria, este tercer y final debate presidencial fue la constatación de ello.
En realidad, los cuatro candidatos merecerían perder en vista de sus malos desempeños y pobres estrategias, pero bueno, uno ganará el 1ero. de julio sin muchos merecimientos: así es la democracia.