Como las encuestas lo habían previsto, Andrés Manuel López Obrador resultó electo, este domingo, como el próximo presidente de México para el periodo 2018-2024.
Y resultó electo con números casi idénticos a los que habían anticipado la mayoría de las encuestas, a pesar de tantas especulaciones durante las últimas semanas acerca de que estaban manipuladas, mal diseñadas u ocultaban el rechazo real a López Obrador.
El conteo rápido efectuado por la autoridad electoral le dio a López Obrador (MORENA-PT-PES) una tendencia de votación de entre 53.0 y 53.8 por ciento del total de sufragios. A Ricardo Anaya (PAN-PRD-MC) le reconoció un margen entre 22.1 y 22.8 por cierto, mientras que a José Antonio Meade (PRI-PVEM-NA), entre 15.7 y 16.3 por ciento, y finalmente, al independiente Jaime Rodríguez, entre 5.3 y 5.5 por ciento.
Esto con una muy alta asistencia a las urnas, de casi 64 % del padrón electoral, quizá la más alta de la historia, junto con la del año 2000. Este miércoles, el conteo oficial dará las cifras finales.
En apariencia, la elección de este domingo fue ejemplar: Los comicios funcionaron como un mecanismo de relojería, sin incidentes mayores; los tres candidatos perdedores reconocieron rápida y civilizadamente que las cifras no les favorecían (algo que no sucedía desde hace mucho, muchísimo tiempo en las elecciones mexicanas); no hubo reclamos por supuestos fraudes electorales, ni protestas o tomas de calles, al menos en lo que respecta a las elecciones federales; la autoridad electoral fue pulcra y cuidadosa en el manejo de cifras, y poco protagónica.
El presidente Peña Nieto ofreció una transición ordenada y cooperativa al nuevo gobierno, y en su primera aparición ante la prensa, el candidato ganador dio un discurso de mucha mesura, ofreció respeto al gobierno saliente y a sus opositores, y prometió que ninguna libertad o propiedad se vería afectada.
En apariencia, solo en apariencia, porque antes de este domingo operó una tenaz e ilegítima maniobra del gobierno de Peña Nieto para desfondar la campaña de Ricardo Anaya, propósito en el que sumó a muchos actores políticos y medios de comunicación; al mismo tiempo y al parecer, se tejió un acuerdo político entre Peña Nieto y López Obrador para que el gobierno o el PRI no atacarán a éste, a cambio de dar impunidad a aquel y a sus principales funcionarios; hubo una alarmante intromisión del crimen organizado en el proceso, visible en los más de 130 candidatos y funcionarios asesinados en los ultimas meses; y en su segunda aparición de la noche del domingo, ante sus seguidores, López Obrador volvió a ser el candidato amenazante y derrochador que fue durante toda la campaña.
Los primeros resultados relativos al Congreso, dan a López Obrador una mayoría casi absoluta en las dos cámaras, algo que no ocurría para un partido en el poder en México desde 1994. López Obrador quedaría así, hasta en tanto no se conozcan este miércoles con precisión los resultados para el legislativo, con el poder casi absoluto para hacer y deshacer, sin muchas limitaciones, al menos durante la primera mitad del sexenio 2018-2024.
Y ni siquiera cabe esperar la emergencia de algún liderazgo de contraste dentro de su partido en el Congreso: Los futuros legisladores de MORENA llegarán a las cámaras porque fueron impuestos como candidatos por el propio López Obrador o, en su mayoría, por pura buena suerte ya que ganaron su candidatura mediante un sorteo (¡aunque parezca increíble!), mecanismo diseñado por López Obrador para evitar divisiones en el naciente partido.
En tal sentido, la victoria de López Obrador significa el arrasamiento del vigente sistema de partidos políticos en México, que desde 1988 giraba en torno a tres grandes formaciones: PRI, PAN (como principal opositor desde la centro derecha) y PRD (que aglutinaba a la centro izquierda), los que se coligaban con algunos partidos satélites u oportunistas.
Tras la elección de este domingo sólo queda un partido dominante: MORENA, el partido formado por López Obrador hace apenas cuatro años, junto a una larga serie de partidos secundarios y hasta marginales. La mayoría de los partidos tradicionales son, tras este domingo, fuerzas minoritarias, seriamente debilitadas y quizá camino a la extinción, con dificultades para competir de nuevo u oponerse exitosamente al futuro gobierno de López Obrador.
Al respecto, en el PAN seguramente habrá de librarse una larga lucha intestina por el poder, que al final quizá lo deje más dividido y disminuido. Pero es el único partido que por ahora, puede plantearse como el núcleo de una oposición real a López Obrador, como la principal minoría en el Congreso y tras haber arrebatado a MORENA algunas gubernaturas en disputa este domingo. Habrá que ver si Ricardo Anaya puede liderarlo, sin romperlo aún más, y llegar al 2024 con cierto capital político, como es su ambición explícita.
El PRI, el partido más antiguo de América Latina, que ha gobernado el país desde 1929, con sólo una pausa de 2000 al 2012, es decir, un partido de 89 años de existencia y 77 en el poder, se irá hasta un lejano quinto o sexto lugar en el Congreso, habiendo recibido la peor votación de toda su historia, incluso por debajo de su annus horribilis de 2006.
En los hechos, sufrirá probablemente un intenso reacomodo, sin un liderazgo visible: con un Peña Nieto al que se culpará de la derrota y de una oscura negociación con López Obrador, su manejo quedará al arbitrio de los gobernadores y de los muchos grupos corporativos que lo integran, y por ello, con escasa capacidad de oposición o negociación unificada con López Obrador. Quizá su horizonte sea así la lenta disgregación.
Finalmente, el PRD recibió la peor votación de toda su historia, a pesar de lo cual tendrá una significativa cuota de legisladores, gracias a su ventajoso convenio de coalición con el PAN. Pero en la realidad, es un partido que se dirige a su extinción o a su claudicación, si MORENA no lo engulle antes por las malas.
A sus 64 años, con más de 40 años de carrera política, con escasa experiencia administrativa, López Obrador será el presidente mexicano más poderoso de los últimos 25 años. Pero no hay claridad sobre cuál es el auténtico López Obrador que llegará al poder.
En estos cinco largos meses hasta su toma de posesión, veremos los primeros indicios del López Obrador real: si es un político sistémico con buenas intenciones de luchar contra la corrupción y la pobreza, o un político de izquierda conservadora, heredero del nacionalismo revolucionario del PRI (una especie de marxista a lo Groucho), o un socialista embozado, anti sistémico, proclive al chavismo venezolano (al que prometió no atacar e incluso proteger, a diferencia de Peña Nieto, en sus discursos del domingo), o simplemente un priista reciclado, anhelante de retornar a las épocas del autoritarismo presidencial mexicano y del partido casi único. Ya se verá cuál de todos los López Obrador que exhibió durante su campaña, será el que llegue a la Presidencia el próximo 1ero de Diciembre.
Y allí radica la derrota del país: Los electores mexicanos decidieron castigar (merecidamente) la corrupción e ineficacia de los partidos tradicionales votando por… alguien que no se sabe bien a bien quién es, que cambia su discurso conforme el auditorio al que se dirige, sin ninguna claridad sobre cómo cumplirá sus promesas, y sin siquiera tener seguridad sobre cuáles son esas promesas.
Ojalá el voto de protesta y castigo del elector este domingo no termine siendo un instrumento del peor auto castigo. Al final del día, la elección de este domingo fue, por su irracionalidad y multitud de equívocos y contradicciones, nuestro equivalente al Brexit o a la elección de Donald Trump.
Confiemos en que estos cinco meses moderen a López Obrador, y que éste sea, en realidad, el político tradicional, que sabe hacer asombrosos equilibrios sobre la delgada línea que media entre el pragmatismo y el cinismo.
Y que en él se cumpla el llamado teorema de Baglini: Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven. Porque de lo contrario, sus alternativas no son tranquilizadoras.