Hace unos días, Donald Trump inició su campaña para la reelección presidencial en Orlando. A ojo de buen cubero, si hoy fueran las elecciones, creo que Trump arrasaría y tendría más que garantizado un segundo período de gobierno.
Muchos factores apuntalan su actual poderío político: la debilidad relativa de los demócratas y su corrimiento a la izquierda, el excepcionalmente buen desempeño de la economía estadounidense, la calma en las investigaciones en su contra, su relativo éxito, hasta ahora, en su pulso comercial con China y cierto protagonismo internacional. Adicionalmente, para ganarle, para vencer al inquilino en la Casa Blanca, con todos los recursos con los que tradicionalmente cuenta, los demócratas tendrían que reinventarse y mostrar una cara y un discurso atractivos, lo que por ahora no se ve por ningún lado.
Orlando mostró el futuro discurso electoral de Trump: nativista, excluyente, radical, centrado en unos cuantos temas divisivos que a él le vienen tan bien. Y mostró que México será el gran invitado del proceso electoral estadounidense: en términos migratorios, en aranceles, en críticas a la delincuencia, en el condicionamiento y los primeros pasos del hipotéticamente futuro T-MEC, en el narcotráfico y la violencia.
Por desgracia, muchos temas nuestros serán parte de la venidera agenda electoral de Estados Unidos incrementando nuestra vulnerabilidad en el peor momento. Trump golpeará a México en cuanto su estrategia electoral se lo exija y necesite fortalecer sus números y su base proselitista.
Estas serán las consecuencias de que el gobierno de López Obrador haya cedido ante Trump sin chistar en el tema migratorio , sin derecho al pataleo, y creyendo inocentemente que ceder ante él, pusilánimemente, nos garantizaría un permanente buen trato y su buena voluntad. Pero al contrario: Trump es un chantajista consuetudinario.
Vienen, por tanto, tiempos difíciles para México, en el peor momento posible. Tendremos un mayor ambiente anti-mexicano en Estados Unidos. Hay miles de nacionales deportados (en Estados Unidos hay 11 millones de mexicanos ilegales), además de los centroamericanos, y una economía débil y en trance de desplomarse. Los mercados se muestran nerviosos, pendientes cada mañana del humor con que se despierte Trump. Un gobierno con proyectos de inversión inviables, sin certeza jurídica, que desalienta a la inversión y tiene un discurso intolerante y autoritario. Esta es una situación comprometida del país, pues, gracias a una actuación irresponsable y desprolija del gobierno López Obrador, somos hoy un país que o recibe obedientemente instrucciones de Trump o bien, sufre las duras consecuencias de confrontarlo.
La economía mexicana va camino del desplome. Gracias a la reversión de las reformas estructurales del sexenio pasado, y un estilo de gobierno caprichoso y arbitrario, junto con una situación presupuestal frágil e imprudente, sujeta en muchos casos literalmente con alfileres. Hoy México está creciendo al 0.3 % anual y es posible una recesión en el futuro. Igualmente, los recursos públicos cada vez alcanzan menos y es posible un fuerte ajuste presupuestal en los próximos meses, ralentizando aún más a la economía. Además, México corre el riesgo de salir del grupo de países con grado de inversión, quedando, si esto sucede, a las puertas de una masiva fuga de capitales.
Como puede verse, como gobierno y como sociedad, no tenemos respuesta interna al desafío que nos representa Donald Trump. Ni hemos hecho un esfuerzo serio por mejorar nuestra imagen en Estados Unidos y crear nuevos aliados. Y solo nos quedará sufrirlo en silencio, con los dientes apretados, la mirada gacha, durante los venideros 17 meses, hasta volverlo a instalar en la Casa Blanca.