Los nuevos enemigos de la libertad

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Hasta aquí, un resumen de las ideas esgrimidas por Almas Veganas. Como es previsible, la burla ha sido la respuesta casi unánime, en buena medida por lo ingenuo y caricaturesco de sus argumentos. En tal sentido, ese colectivo tal vez sea solo, en una primera impresión, la expresión concreta e infantil del ánimo millennial que se ofende de todo y contra todos, y que fabrica argumentos superficiales y finalmente mentirosos, ya sea por flojera o falta de información.

Esto ha arrojado a Almas Veganas y a sus integrantes a la rápida (y fugaz) notoriedad que dan las redes sociales. Quizás, en ese sentido, han cumplido su objetivo de difusión inmediata y masiva.

Pero vale la pena detenerse un poco en sus ideas. En principio, habría que decir que a diferencia de lo que ellas piensan, en la vida de las gallinas o de cualquier animal irracional, en la naturaleza en general, simplemente no existe un criterio valorativo que permita distinguir lo justo de lo injusto. La naturaleza ignora uno y otro: el bien y el mal. En ella, no existe un hipotético derecho natural al “no violarás” ni a ninguna otra prohibición. Al contrario: lo típico y genuino en la naturaleza es que los animales actúen bajo su solo impulso y necesidad, e incluso, que se aniquilen entre sí. Hay especies que solo matando podrían sobrevivir. Es a lo que hacia referencia Leonard Peikoff al hablar de “la vida que sobrevive al alimentarse de la vida”. 

En tal sentido, los hipotéticos “bien” o “mal” en la naturaleza son conceptos extraños, específica y estrictamente humanos, en cuanto expresiones utilitarias que hacen posible la cooperación social para la división del trabajo. Así, los seres humanos decretamos las normas morales, lo mismo que las leyes civiles, con el propósito de conseguir objetivos específicos. Al trasladarlas al comportamiento animal, abusivamente antropomorfizamos lo que nos rodea y les concedemos, imaginariamente, necesidades, pensamientos y derechos que no tienen. En realidad, los animales no “piensan” ni actúan así.

En cambio, según el colectivo, hay gallos que “violan” gallinas, suponiendo que las gallinas serían seres capaces de prestar algún tipo de consentimiento sexual, pero que, al contrario, mantienen relaciones por una imposición cultural, no guiadas por un simple instinto. Creen implícitamente, en el mismo sentido, que los gallos serían capaces de un discernimiento que les permitiría pedir permiso, aunque no lo hacen por pura maldad o condicionamiento social o cultural.

Estas ideas, en principio, vuelven triviales temas atroces como la violación o los campos de concentración. Proyectan, además, sobre los animales las propias ideas. Así, no es cierto que los gallos violen, los leones asesinen o que los perros o gatos sean malos. Simplemente todo comportamiento suyo es ajeno a cualquier valoración: su proceder animal es amoral, sin ningún tipo de valoración fuera de la mera supervivencia. Al respecto, no debemos olvidar que los humanos son los únicos seres que tienen lo que Ayn Rand llamó una conciencia conceptual y la habilidad de razonar y desarrollar un sistema moral y, por lo tanto, de poseer derechos y responsabilidades. En cambio, estos movimientos atribuyen toda la vileza al ser humano, y exigen someterse a los  “derechos” imaginarios de otras especies, privándose del derecho a la vida. Es el “altruismo enloquecido” denunciado por Peikoff. 

No obstante, lo peor es que tales ideas apelan al resentimiento y a las peores emociones, dejando de lado la razón, la ciencia, el humanismo y los valores de la Ilustración que nos permiten descubrir ideas mejores y soluciones para los problemas. Movimientos como Almas Veganas (y la multitud de movimientos afines) han descubierto que la mentira y su exageración es la fuerza más poderosa del mundo. Así, son capaces de atribuir pensamientos, emociones y finalidades a animales, movilizando la conmiseración desprevenida, mientras son incapaces de poner un mínimo de atención sobre, por ejemplo, mujeres y homosexuales perseguidos y masacrados en los países árabes por sus regímenes teocráticos. En realidad, tales movimientos son indistinguibles del más puro totalitarismo.

Pero su objetivo último, tras su acometida contra la razón, la ciencia y el humanismo, es la libertad humana: intimar o simplemente prohibir a las personas tales o cuales consumos significa, en los hechos y en última instancia, aumentar el control estatal sobre las personas y la economía, algo contrario a la libertad. Primero, porque no puede haber acuerdo sobre un consumo limitativo y permanente en una sociedad libre. Como tal, la limitación y la consiguiente planificación en la toma de decisiones personales y económicas deben trasladarse a una pequeña élite, acompañándose de la centralización del poder. Enseguida, mientras las libertades se limitan y la economía se deteriora, los nuevos regímenes se vuelven más y más autoritarios, y deben silenciar a sus disidentes y críticos –mediante la coerción estatal, perpetuándose en el poder–. Es simplemente la puesta en práctica del guion bosquejado por Friedrich A. Hayek en Camino de Servidumbre hace ya 75 años.

Así que cuando escuchemos los propósitos e ideas de tales movimientos, no debemos engañarnos atribuyéndoles una ingenuidad o un infantilismo que no tienen. En realidad, van contra ti y tus libertades. Son los nuevos (y viejos conocidos) enemigos de la libertad.

Victor H. Becerra

Victor H. Becerra

Victor H. Becerra es secretario general de México Libertario. Ha contribuido a la formación y el desarrollo de múltiples organizaciones liberales en América Latina. Síguelo en @victorhbecerra y en su blog personal: Caminando por América Latina

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