Chiloé es una isla al Sur de Chile, que fue declarada patrimonio de la Humanidad por su particular arquitectura y la abundancia de sus iglesias cristianas construidas rústicamente.
Hoy por hoy, esta isla, cuya población se dedica a la pesca, sufre los embates tanto de la naturaleza con el fenómeno de la marea roja, que produce el varamiento de muchas especies de mariscos y peces que, antes aptas para el consumo humano, ahora se vuelven incomestibles.
Los estudios aún están determinando si esto es producto exclusivamente de los cambios climáticos o si existe acción humana detrás del desastre. Sin embargo esto se vuelve irrelevante para el análisis final, ya que lo que es importante hacer es considerar la reacción de los habitantes de la isla.
Con barricadas, bloqueos de caminos y el subsecuente desabastecimiento, los Chilotes enfrentan a un Gobierno que ha estado creando desde hace mucho antes de estar en el poder, una cultura de la exigencia y los derechos sociales que cada vez se vuelve más implacable.
El esquema ideado por Antonio Gramsci ha traspasado las fronteras políticas hasta el punto de permear a los clásicos liberales de derecha en Chile. Ahora están dispuestos a proponer una contrapropuesta al proyecto constituyente, con una fórmula para crear en el país el “Estado solidario”. Un “Estado solidario”, se puede entender, suple las demandas de aquellos grupos de interés que constantemente llenan las calles.
El Estado solidario es poco creíble, ya que el Estado existe como órgano que debe favorecer los intereses comunes, y no para proveer materialmente o jurídicamente para beneficiar a grupos de interés. El Estado no tiene por qué ser solidario, ya que esta es una condición que los individuos deciden adoptar a nivel individual y no existen decisiones colectivas de este tipo que deban ser regidas por el Estado; la generosidad es una decisión personal que un Estado puede promocionar e incentivar, pero no ejecutar desde las arcas del estado.
La situación en Chiloé se ve agravada por las exigencias de los locales que demandan del Gobierno una solución al desastre ambiental que se generó. Las propuestas del Gobierno, ya son casi una “respuesta por reflejo” de esta administración: otra vez consiste en depositar en las cuentas bancarias de todos los pescadores un bono que permita sortear la crisis hasta que se encuentre una solución a la veda obligada en la pesca.
Antes de que se llegue a un acuerdo, los pescadores chilotes demandaron que el Gobierno les depositó el equivalente a US$700, pero el reclamo de los dirigentes gremiales era una bonificación mucho más grande: se llegó a hablar de un bono de US$1.500
Las propuestas de diversificar la industria, motivar la solidaridad a través de los medios, generar mejores rutas de emprendimiento, eximir a las personas de impuestos hasta al menos solucionar la crisis, brillaron por su ausencia; y como es típico en la izquierda chilena, solo se dedican a negociar con quienes causan más desmanes, enseñando a la ciudadanía que dañar la propiedad pública y dificultar la vida a los compatriotas es la forma más eficiente para negociar con el Gobierno.
El Gobierno anterior, liderado por Sebastián Piñera, sufrió los embates de una izquierda dura que jugaba con el discurso social a diario y motivaba vociferante la movilización social, la explosión de las calles con demandas sociales a fin de hacer de Chile un país ingobernable para la coalición de derecha que se enfocaba mucho más en la gestión que en la ideología.
Con sus múltiples defectos, dicho Gobierno resolvió mejor los problemas, comparado con la gestión actual, que ahora sufre la irremediable consecuencia de azuzar a la población para demandar derechos sociales que solo dependen de las arcas del estado que se llenan a costa de las personas que sí producen riqueza.
Cuando la sociedad es condicionada a exigir soluciones externas, clientelistas y asistencialistas a sus problemas, lo lógico es esperar que estas demandas sociales se agudicen con el tiempo y se vuelvan más radicales.
Años atrás era imposible pensar que los tranquilos habitantes de la Isla de Chiloé reaccionaran con la intransigencia, violencia e intolerancia con que lo han hecho. Exigiendo soluciones materiales a eventos de los que no tenemos la seguridad de que sean responsabilidad de la acción humana.
Cuando existían distintas catástrofes, Chile siempre contó con la solidaridad voluntaria de un país que se auto cataloga como generoso. Con cada terremoto, aluvión, erupción volcánica, tsunami, etc., siempre se vio un desfile de alimentos, suplementos, vestuario, menaje, circulando por todo Chile hasta llegar a quienes serían beneficiarios de dicha generosidad, atenuando los efectos de las catástrofes hasta que las personas pudieran establecerse otra vez sobre sus propios pies.
Muchas veces se crearon organizaciones privadas, de ciudadanos que con el deseo de ayudar, lograron diversificar la industria en el lugar donde ocurrieron las tragedias y la gente encontró en las más difíciles circunstancias nuevas áreas de negocio y empleo que le permitieron planificarse a largo plazo, restaurar lo perdido y aún mejorarlo.
Hoy, el cambio de mentalidad orquestado por la izquierda, parece estar pasándole la cuenta a los actuales gobernantes, ya que la gente ha reemplazado la autonomía, la confianza en el otro y la sinergia, por el asistencialismo. Ha capturado la solidaridad para el Estado y, bajo estas circunstancias, ¿por qué debería cualquier chileno preocuparse de sus compatriotas que sufren una crisis ambiental si es rol del Estado mitigar las pérdidas y suplir las necesidades?
Ahora es cuando la izquierda sufre en carne propia el discurso que implantó en la sociedad. Ahora, el peor momento ya que las arcas del Estado no están llenas, debido a la inmensa ineptitud de la administración Bachelet, que irresponsablemente ha distribuido la riqueza acumulada de Chile a grupos de interés.
La izquierda cosecha de su discurso populista y Chiloé es la evidencia de que el “Estado solidario” no es más que un totalitarismo del clientelismo. Está condenado a fracasar porque acaba con el instinto de los individuos de ayudar a otros.
Cada crisis en Chile, de hoy en más, será enfrentada con desmanes, exigencias cada vez más estratosféricas y el Estado será cada vez más incapaz de cumplir. La bestia de los derechos sociales jamás se sacia.