Chile vive una crisis social y política tan aguda como no se veía desde el presidente Salvador Allende, gobierno en el cuál, dado las políticas socialistas y populistas del mandatario, Chile se sumergió en las profundidades de la miseria y colapsó.
Los dichos del expresidente Ricardo Lagos, donde afirma que la crisis institucional de Chile da para esperar lo que sea y que quizás no se aguante un año y medio más, no hacen más que agudizar la sensación de caos creada por la administración populista de Michelle Bachelet. Sus palabras exactas fueron: “Esta es la peor crisis política e institucional que ha tenido Chile”
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Personas cercanas al gobierno establecen que la presidenta se encuentra inmóvil, silente, incapaz de tomar ninguna decisión. Reuniones con la mirada perdida hacia un horizonte que nadie sabe cómo luce en la mente de la mandataria, mientras sus ministros intentan informarle sobre el desempeño general del país. Frente al caos y las demandas populares que pueden o no tener fundamentos racionales, la respuesta presidencial es la ausencia y la obsecuencia.
La gran crisis a la que Ricardo Lagos hace referencia es aquella en la que una nación muestra los síntomas de la enfermedad del populismo, donde se elaboran reformas que prometen felicidad pero que congelan el crecimiento y la inversión, se hacen promesas demagógicas que le dan a entender a la ciudadanía que la vida gratuita solo depende de la voluntad política y no de la generación de riqueza en un país y luego al enfrentar la realidad, el incumplimiento de estas promesas pasa la cuenta primero en popularidad, y finalmente en gobernabilidad.
La crisis también se agudiza cuando las autoridades carecen de la lógica y las competencias necesarias para sus cargos y resuelven todo a través de la ideología. Cuando los ministerios están inundados de personajes que solo desean aprovechar el momento y el lugar para despostar al animal estatal lo más posible antes de que el poder se acabe, en vez de hacer gestión.
El caos social se magnifica cuando las respuestas del gobierno son la inercia y la abstención. Los partidos oficialistas se dan cuenta de que podrían perder el poder y se desesperan y cada vez ofrecen discursos más contradictorios que no permiten obtener de ello un liderazgo sino un escenario de mayor confusión frente a los problemas que enfrenta el país.
En estos momentos Chile sufre una aguda acefalía política; el crecimiento económico se desplomó, la certeza jurídica ya no existe, la percepción de justicia es mínima, todo esto causa una frustración civil intensa derivando en que los ciudadanos tomen la justicia por sus propias manos. Se ha sentado precedente de que los desórdenes públicos conceden favores políticos, esto inspira a cientos de miles a desfilar por las calles exigiendo cada uno su pedazo del Estado sin consideración por la realidad adversa que atraviesa el país. Mientras tanto, la presidenta sigue inmóvil.
Los ministros que no existen cada vez son más. El ministerio del interior no está ocupado por alguien que pueda ver la situación y tomar cartas en el asunto, sino que fue tomado por un hombre transformado por la ideología Bachelet. Es un convertido, los que suelen ser siempre más papistas que el papa, y por lo tanto es un hombre de la presidenta y no del país. Si ella no se mueve, él tampoco. Mario Fernández no tiene capacidad de acción en el ministerio del interior como para proveer liderazgo cuando este se esfuma desde la presidencia.
El ministerio de Justicia no existe, la crisis que este tiene en cuanto a los niños fallecidos que estaban a cargo del estado a través del SENAME (Servicio Nacional del Menor), más las diferencias en las pensiones de gendarmería dando cuenta del alto grado de corrupción dentro del organismo donde la ministra mandaba a contratar funcionarios sin mérito alguno, pagando amistades y favores políticos y jubilándolos con astronómicas pensiones mientras que el común de los gendarmes obtiene pensiones medias y bajas, ha desatado un escándalo que invalida toda la gestión de la ministra Javiera Blanco y agudiza la percepción de caos en el país siendo esta ministra la que históricamente peor evaluada ha sido.
En educación la ministra Adriana Delpiano corre hostigada tras los gritos de los estudiantes y no tras lo que haría de Chile un país con educación de calidad. Se justifica por el no cumplimiento de la gratuidad, promesa demagógica de la campaña Bachelet, y no logra tomar decisiones que impacten la calidad. Hace malabares para no sucumbir ante los vociferantes estudiantes que egoístamente solo piensan en su bolsillo y no en la calidad ni en las prioridades del país. Les han lavado el cerebro para creer que lo merecen todo sin esfuerzo alguno y que todo lo que se les antoje es un derecho y entre estos niños debe flotar la ministra que con total inepcia juega a chapotear en una piscina de malas decisiones.
La ministra del trabajo Ximena Rincón ha perdido todo su margen de error; los estudios muestran una sustancial alza en el desempleo y ella solo culpa al mercado internacional. Su falta de autocrítica y su ideologización radical hacen que la ciudadanía se revele contra su imagen.
El ministro de economía, Rodrigo Valdés, está solo contra el mundo tratando de imponer la cordura en la administración de recursos fiscales ante una presidenta que lo deja luchar en soledad contra los requerimientos intransigentes de los grupos de interés y los populistas partidos políticos de izquierda.
En Chile no hay liderazgo. La fórmula de la presidenta de visitar lugares vulnerables vistiendo su delantal blanco ya está gastada y sobre utilizada, ya no funciona, el carisma ya no basta, ha llegado al punto en que irrita; Chile clama por liderazgos responsables, moderados pero serios que sean capaces de trazar una ruta y seguirla, que no prometan el cielo sino que en nuestra humanidad que muy poco de divina tiene, aseguren un orden mínimo y que las cosas funcionen dentro de los márgenes que una nación desarrollada necesita.
Hoy por hoy, en Chile no existe la presidencia, se le agotaron las ideas, lo cual podría ser bueno ya que está demostrado que las que tenía eran pésimas, pero con las ideas se fue el liderazgo. En Chile, el sillón presidencial está vacío y frente a eso, solo es posible esperar llegar lo más enteros posibles a las elecciones del 2017.
La ausencia de liderazgo no le hace bien a Chile y este se perdió cuando comenzaron las reformas que hicieron del país uno dependiente de su Estado y no de sus personas. Un verdadero liderazgo potencia a la gente en la creación de riqueza y la coexistencia armónica proveyendo márgenes claros para que esta ocurra y otorgando justicia pertinente y oportuna junto a libertades civiles propias. No se trata de controlar al pueblo sino de permitirle surgir con trabarlo, de proveer la estructura para que esto ocurra y proteger esa libertad. Desde 2014, Chile tiene su trono vacío. Chile no tiene líder. Solo los ciudadanos pueden cambiar esta situación.