La situación política de Chile es interesante. La política pareció perder su sentido dialogante, su misma razón de ser, que es lograr lo difícil, aunar posiciones en pro de la sana gobernabilidad, lograr que el país avance por la vía de los acuerdos que permitan que la mayor parte de los proyectos de las personas sean posibles dentro de un marco de libertad. Esto hace loable a los gobiernos de transición que pudieron crecer y gobernar en un clima de política hostil y de visión maniquea.
La libertad ha ido perdiendo terreno y se ha vuelto popular la intervención de un poder central en la vida de las personas para resolver aquel desagradable mal que para algunos es la desigualdad, como si ese fuese el problema y no la pobreza.
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Aquí entra un conocido eslogan que los que buscan un mundo más justo, una sociedad más inclusiva si se quiere decir, utilizan con mucha soltura y propiedad. Este es el de la “igualdad de oportunidades” que parece sonar mejor que la igualdad a secas porque muchos parecen estar notando que es impracticable, pero cuando se agrega la palabra “oportunidad” la gente tiende a asumirlo como menos invasivo, más justo o equitativo.
Si descomponemos esta idea y la entendemos como lo que realmente es, nos daremos cuenta que no existe ningún tipo de igualdad, fuera a la igualdad ante la ley, que no provoque un intervencionismo arbitrario en la libertad de las personas que puede incluso llegar a ser opresivo.
En primer lugar hay que entender que el éxito o la felicidad, no la puede definir el Estado ni un tercero sino la persona misma, pues para un ejecutivo podría definirse como una promoción en su trabajo, mientras que para una ama de casa el éxito es mantener a su familia feliz y lograr que sus hijos coman verduras con agrado, pues todos definimos nuestros grandes y pequeños éxitos de manera individual y la felicidad significa algo distinto para todos. El punto es que No todos aspiramos a lo mismo, pero sí hay una base común es que la mayoría desea que sus necesidades básicas estén aseguradas.
En todo este asunto, podríamos acordar que lo que las personas parecen desear cuando expresan que quieren igualdad de oportunidades es más bien que exista movilidad social y que esta sea dinámica y constante, pero su discurso ha sido articulado por terceros que no entendiendo que la libertad es la mejor herramienta de movilidad, atan el eslogan al Estado como el gran igualador.
Lamentablemente este eslogan ha hecho que algunos vean la vida bajo el modelo de libre mercado como una carrera a correr en la que todos compiten y unos llegan primero que otros, pues han partido de una base distinta, o con ventajas, como si fuera un juego de suma cero donde para que alguien gane, otro pierde. La solución que plantean para que los resultados de esa carrera sean justos, es que todos partan de la misma base.
Si acordamos en eso y todos aceptan ese trato, lo primero es redistribuir arbitrariamente desde arriba para generar esa igualdad en la partida, pero irremediablemente dada esa cosa detestable para algunos llamada individualidad, algunos irán más rápido que otros, otros se quedarán estancados porque no desean correr y otros irán a paso moderado porque así es la vida, no todos somos iguales y no todos aprovechamos las “oportunidades” de manera igual. Entonces si aceptamos que pese a eso, los resultados de dicha carrera son justos, debería ser justo también transferir las ventajas adquiridas a quien la persona disponga, pero eso generaría otra vez desigualdad en la próxima partida generacional, ¿o no? Entonces para volver a generar esa igualdad de oportunidades, hay que volver a intervenir y eso significará otra vez despojar a los aventajados de sus ventajas y dejarlos a nivel de los que avanzaron menos, porque en el mundo real, no hay recursos para igualar hacia arriba, así que en el mejor de los casos se igualará hacia un punto medio para partir nuevamente y llegar a las mismas diferencias de antes.
El problema de la desigualdad persistirá y eso hay que asumirlo. La manera de enfrentar el rezago de algunos no es prevenir a los que corren más rápido o como algunos dirían “bajarlos de los patines” sino que es reducir el poder que coarta a las personas de buscar su propio progreso al mínimo. Generalmente este poder es el Estado. La libertad requiere que las personas asuman las buenas y malas consecuencias de sus decisiones, mensaje que obviamente no es popular y no gana votos, pero si quieres ayudar a los más necesitados, la sociedad civil, en conjunto con el Estado pueden cooperar focalizando los recursos existentes y reduciendo la operación política que es lo que en Chile falla. No asignar recursos por clase, sino por casos, pues los instrumentos para identificarlos están.
La mejor herramienta para producir movilidad social y permitir que aquellos que no tienen ventajas de base puedan avanzar, es reducir el gasto público, es decir, cortar la tendencia a convertir al estado en una agencia empleadora, reducir su poder de control económico para que no tenga autoridad de beneficiar solo a los grandes “empresaurios” sino que permita que se genere un marco de libre competencia que nos asegure crecimiento y con el ese arrastre hacia arriba incluso para los que menos tienen
Permitir la iniciativa privada o de la sociedad civil en temas como la educación, salud e infraestructura es vital, pues todos estos temas se vuelven a través de la libre competencia, más accesibles a la gente y esto lo han demostrado todos los países ricos que se forjaron a sí mismos sin colonialismos (salvo excepciones).
El asistencialismo no es igualdad de oportunidades, sino reducción de espacios para avanzar. La libertad en cambio SÍ puede Mejorar y aumentar las oportunidades, finalmente ese es el eslogan que se ha perdido y bajo el cual ningún político de hoy parece querer estar.