En el canto I de La Odisea, Atenea, tras obtener de Zeus el regreso a Ítaca del héroe, declara “Yo misma iré a las tierras de Ítaca” y leemos tras eso “Tal diciendo ligose a los pies las hermosas sandalias”. La divina Atenea calzó su sandalia porque los aqueos la imaginaban en su olímpica morada descalza, con un único par de sandalias. Sus “ricos” reyes y guerreros calzaban un único par de sandalias, el común iba descalzo. La edad del bronce fue tan pobre que pobres imaginó a sus dioses.
La pobreza es el estado natural del hombre. Nadie es naturalmente rico. Es tonto o malintencionado inquirir causas de la pobreza. La existencia misma la ocasiona. El hombre llega al mundo como el más débil e indefenso de los animales. Pero es el único capaz de crear riqueza. Los miserables grupos de cazadores y recolectores que no superaban la envidia del igualitarismo colectivista primitivo, jamás habrían alcanzado la diferenciación, el intercambio, y la riqueza, sin nuevas nociones morales que hicieron más exitosos en la selección adaptativa a quienes las adoptaron, creando la primera riqueza.
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Hay desigualdad de riqueza como resultado de infinitas diferencias. Que unos sean trabajadores y otros flojos, unos talentosos y otros torpes, unos generosos y otros avaros, unos inteligentes y otros estúpidos; más incluso, que unos prefieran unas cosas y otros, otras. Que los talentos de unos y otros sean distintos y distantes. Uno ambiciona el poder sobre la riqueza, a otro le importa más el prestigio que la comodidad. Uno produce arte, excelso o insulso, sin importar como otros lo valoren. Otro investiga por el saber mismo. Hay quien descubre y produce para gustos y preferencias de muchos otros. Pero todos dependen de una sociedad rica. Somos y queremos ser desiguales en todo. No hay diversidad sin desigualdad.
¿Cómo produce riqueza un individuo? Depende de las instituciones –costumbres institucionalizadas en moral y derecho– que prevalezcan en la sociedad en que viva. Mientras más próximas a la primitiva moral envidiosa, más pobre será esa sociedad, y la vía a la relativa riqueza pasará por la violencia y el engaño criminal y/o político. La gran pregunta es qué hace sociedades ricas, pacíficas y diversas. Pues un conjunto institucionalizado de valores morales contrarios al primitivo igualitarismo envidioso.
Respeto a la diferencia, la propiedad y la riqueza adquirida en libre y voluntario intercambio. Premio al descubrimiento, talento y esfuerzo productivos, habilidad comercial y capacidad de especular lo que otros desearán. Admiración por quien sin violencia destaca en aquello que prefiere. Desprecio al igualitarismo envidioso, el robo y el engaño. La pobreza en un mundo en que la riqueza es posible, únicamente existe en sociedades que ante el talento revelado gritan envidiosas ¡brujería, quémenlo! O lo que es igual, proclaman falaces teorías de la explotación, desde Marx a Ralls y Piketty. Riqueza y paz son producto de lo contrario.
Suiza es el mejor ejemplo que conozco. El índice de Libertad Económica del Instituto Fraser, uno de los que intenta comparar en qué grado son libres y voluntarios los intercambios y en qué medida las instituciones de mercado prevalecen o no en cada economía, compara el tamaño del Estado, seguridad de la propiedad privada, calidad de la moneda, libre comercio externo y regulaciones. A despecho del resentido odio por el derecho de propiedad prevaleciente entre influyentes intelectuales, sacerdotes, políticos y artistas en gran parte del mundo actual, comparar tales esfuerzos por medir la libertad económica con los que buscan medir libertades civiles, muestra clara correlación estadística. De suyo la estadística no prueba causalidad, pero señala aplicabilidad en la teoría que sí la explica. Donde prevalecen derechos de propiedad y libre mercado, prevalecen en mayor grado libertades civiles y políticas, caen los niveles de corrupción y evolucionan sociedades más pacificas y diversas.
En el índice citado, Suiza permanece desde 1970 entre las siete economías más libres del mundo. Tras Suiza, pero con significativa libertad económica está Suecia. Los socialistas del mundo admiran su Estado del bienestar y su estratosférica carga fiscal. Eso lo desmontaron hace tiempo los suecos ante la pérdida de competitividad que ocasionó, lo ignoran tan voluntariosamente como la inexistencia de pobreza real en una Suiza sin Estado del bienestar, impuestos altos ni gasto gubernamental elevado.
El Índice de Competitividad Tributaria de la Tax Foundation consideró a Suiza cuarto régimen tributario más competitivo en la OCDE. Su impuesto corporativo de 21,2% es mayor al de Irlanda, pero menor al de casi todo el mundo desarrollado. Tienen impuesto bajo al consumo y un impuesto sobre la renta relativamente uniforme que exonera las ganancias de capital. Con gasto fiscal relativamente bajo y fácil de financiar, sin seguridad social financieramente inviable, y con rechazo mayoritario en las urnas al igualitarismo redistributivo de renta universal, medicina socializada y mayores impuestos a la riqueza, podrían reducir cualquier impuesto de ser necesario.
Suiza tiene un enorme y competitivo sector exportador y en los últimos 100 años el franco suizo se ha apreciado un 1% anual ante al dólar. Mantener moneda fuerte no debilita la competitividad externa a largo plazo en una economía libre. En Venezuela destruir la moneda fuerte logró lo contrario. Suiza está entre los países con mayor cantidad de armas legales en manos privadas y con menores índices de criminalidad y muertes por armas de fuego. La banca, algo mayor al resto de Europa occidental, está muy lejos de ser el principal sector de su economía, salvo en mentes enfermizas que para no admitir que las instituciones libres solucionan la pobreza, no eliminando sino capitalizando la interdependencia de las desigualdades horizontales y verticales, crean y creen teorías conspirativas absurdas. Instituciones como las suizas nos elevan de la natural pobreza a la riqueza que hace posible la diversidad y la libertad humana. Adoptarlas es la única forma de salir de la pobreza, combatirlas es la mejor forma de hundirse en la miseria.