El voto a opciones políticas de corte populista ha alcanzado, de media, el 35 % en los países desarrollados. Esto significa que los actuales niveles de respaldo electoral a estos partidos y candidatos antisistema han alcanzado los niveles más altos desde la década de 1930.
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Así lo afirma un documento de Bridgewater suscrito, entre otros, por el célebre inversor Ray Dalio. Y así queda reflejado en la siguiente gráfica, que muestra el auge, la caída y el resurgimiento del populismo en los países desarrollados:
Según la casa financiera, “el rol del populismo a la hora de marcar la agenda económica va a ser más relevante que el de los bancos centrales o las grandes decisiones de política fiscal. Además, también va a dejar huella en las relaciones internacionales. Por tanto, merece la pena estudiar este fenómeno con perspectiva de largo plazo”.
El informe define cuatro elementos que dan pie al auge del populismo:
- Falta de oportunidades económicas.
- Percepción de amenazas culturales por parte de otros grupos sociales, especialmente los inmigrantes.
- Hartazgo con las élites dirigentes que han venido copando el poder político.
- Falta de efectividad de las políticas públicas.
El malestar que generan estos puntos impulsa la candidatura de liderazgos carismáticos que se caracterizan por alimentar la confrontación en vez de la colaboración y la inclusión. Es un error pensar que el fenómeno se restringe a los países en vías de desarrollo. Al fin y al cabo, el populismo es hoy un problema para naciones como Venezuela o Filipinas, pero también está marcando un antes y un después en Alemania, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Italia, España, entre otros.
¿Qué va a suponer la irrupción de estos nuevos actores políticos? Según Bridgewater, el discurso económico se va a ver contaminado por una retórica nacionalista cada vez más fuerte, lo que irremediablemente nos lleva hacia un aumento del proteccionismo. Se produce, por tanto, una curiosa pinza que sirve para unir a los populistas de extrema derecha y extrema izquierda, convertidos ahora en aliados contra la globalización.
¿Servirá de algo toda la arquitectura institucional en torno a la que descansa el actual orden de relaciones comerciales? ¿Serán suficientes los tratados para evitar un repliegue de la globalización? ¿Darán la batalla los partidos moderados de derecha e izquierda, defendiendo la apertura como fuente de progreso y desarrollo? Lo que está claro es que la historia no está escrita y sería equivocado pensar que tenemos la respuesta a estas preguntas. Por nuestro bien, eso sí, esperemos que triunfen las voces liberales.