“Esta generación de jóvenes me da pavor. Mantenidos durante años por el Estado, apenas descubren que tienen dos neuronas se van a trabajar o a estudiar a América o a Londres…”.
La frase está sacada del guión de La gran belleza, la estupenda película de Paolo Sorrentino, pero describe a la perfección el problema que enfrenta Italia con sus generaciones más jóvenes.
En 2014, más de 100.000 ciudadanos de la República transalpina hicieron las maletas y emigraron al extranjero. Un año después, en 2015, eran más de 107.000 los italianos que habían cambiado su país de residencia. Y, al contrario que en otros países europeos golpeados por la crisis, las cifras en 2016 y 2017 siguen mostrando una tendencia alcista.
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Echando la vista atrás, es fácil comprender por qué ha calado la desilusión en el país de la Ciudad Eterna. En 2007, el PIB italiano alcanzaba un tamaño de 1,6 billones de euros; diez años después, la producción anual sigue siendo idéntica. Semejante estancamiento se traduce en un empobrecimiento de los hogares. Según una encuesta elaborada por McKinsey, menos del 5 % de las familias italianas gana hoy más que hace una década.
Hasta ahora, la crisis no se había traducido en desequilibrios bancarios. Durante años, se han publicado numerosos informes que advertían del deterioro en los balances de las entidades financieras italianas, ligado al repunte de la morosidad. Pero, precisamente mientras el resto de la Eurozona lograba dejar atrás los fantasmas de las quiebras bancarias, en Italia ha ocurrido todo lo contrario y, a lo largo del último año, tres entidades financieras han sido intervenidas y “rescatadas” para evitar su quiebra.
Ante semejante panorama, no es de extrañar que el escenario político sea de auténtico lío. El gobierno está en manos de la izquierda, pero el Partido Democrático enfrenta una situación de lo más compleja. Su líder, Matteo Renzi, dejó el mando del gobierno a finales de 2016 tras la derrota del gobierno en un referéndum para cambiar la Constitución. Ahora, el ex primer ministro pretende recuperar el trono perdido, pero su liderazgo ha quedado tocado y el frágil Ejecutivo que le ha sucedido es un lastre para las expectativas electorales de la izquierda.
Por el flanco derecho, las recientes elecciones municipales certificaron la inmortalidad electoral de Silvio Berlusconi. El polémico y carismático empresario ya ha sido primer ministro en tres ocasiones, pero su carrera política parecía haber entrado ya en un periplo crepuscular. Sin embargo, las elecciones municipales celebradas recientemente han dado alas al centro-derecha, que resultó vencedor en más de quince capitales italianas. El reto que enfrenta Berlusconi es el de la fragmentación del electorado liberal-conservador, cuyo voto se reparte entre su partido, Forza Italia, y otras formaciones como Fratelli d’Italia, Alternativa Popular o la Liga Norte. Sin reunir todas esas fuerzas, es imposible que el empresario vuelva a liderar las encuestas. De momento, Berlusconi ya ha declarado al Corriere della Sera que trabajará para unir a todos los partidos de centro-derecha con un programa moderado y de acento liberal.
Y, por si la crisis de la izquierda y la fragmentación de la derecha no fuesen suficientes, alrededor de un tercio del electorado simpatiza con el Movimiento 5 Estrellas, una agrupación de corte populista y liderada por el cómico Beppe Grillo. Hace un año, su candidata a la alcaldía de Roma, Virginia Raggi, salió vencedora con un excelente resultado electoral. Hoy, la popularidad de Raggi está por los suelos y la Justicia le ha abierto una investigación por dos presuntos casos de corrupción. Pese al desgaste que esto supone para Grillo, el Movimiento 5 Estrellas sigue colocado a la cabeza de los sondeos, al calor de un discurso radical que aboga por abandonar la Eurozona, romper el acuerdo Schengen o nacionalizar la banca.
Poco a poco se han ido despejando muchas de las incógnitas políticas que se cernían hace un año sobre el Viejo Continente. En Portugal, el gobierno de António Costa ha apostado por mantener las políticas de austeridad. En España, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha conseguido apoyo parlamentario para aprobar los presupuestos y evitar la tercera elección general en menos de un año. En Grecia, la baja popularidad del primer ministro Alexis Tsipras ha confirmado que la aventura comunista está a punto de concluir. En Holanda, el auge de la ultraderecha que anticipaban los sondeos quedó mitigado por el sólido triunfo del liberal Mark Rutte. Y en Francia, opciones rupturistas como la ultraderechista Marine Le Pen o el comunista Jean Luc Mélenchon fueron derrotadas por el centrismo reformista del nuevo presidente, Emmanuel Macron.
Pero esa reducción del riesgo político que se observa en Europa choca con la senda que parecería estar siguiendo una Italia que cada vez enfrenta más dudas sobre el futuro de sus instituciones y su economía. Dentro de un año sabremos si el país transalpino empieza a enderezar el rumbo o se encierra en sus fantasmas. Esperemos, por el bien de Europa y de Occidente, que ocurra lo primero.