Por Leandro Fleischer
Pocos días atrás tuve mi primer hijo. Y uno no puede dejar de pensar en la forma en la que le deberá explicar ciertas cosas a medida que vaya creciendo. ¿Qué le voy a decir cuando me pregunte de dónde viene? ¿Qué le voy a decir cuando le toque sufrir la muerte de alguna persona cercana a él? No sé. Pero de alguna manera lo haré, porque si bien todo ello es difícil de explicar, podemos afirmar que tiene explicación.
El problema surge cuando deba hablar con mi hijo sobre aquellas cosas que suceden y no les encuentro explicación alguna. Si contarle acerca de dónde venimos o hacia dónde vamos es complejo, hacerlo con ciertas situaciones que lamentablemente suceden en el país donde le tocó nacer, es imposible.
A mi hijo tengo pensado inculcarle el respeto por la vida del prójimo. Creo que nadie puede reprocharme eso. Quiero que aprenda a vivir dejando vivir a los demás. Quiero que se esfuerce para alcanzar sus objetivos por él mismo y no para satisfacer a nadie más que a él mismo, pero a su vez debe dejar a los demás intentar alcanzar los suyos.
Le enseñaré que él no se merece nada del prójimo porque sí, que tiene que ganárselo. Si bien en el sistema educativo actual me obligan a enviar a mi hijo a centros donde se les aplasta la creatividad a los niños, les quitan los incentivos para aprender y se los induce a perder su identidad como individuos independientes, mi idea es que pueda obtener esa libertad fuera del ámbito escolar y pasar el colegio como un pesado trámite para alcanzar la felicidad.
El gobierno me pone en un aprieto; por un lado le quiero enseñar a mi hijo que intente alcanzar sus objetivos emprendiendo en libertad, pero por el otro lado veo cómo el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires persigue a las autoridades de Uber, a los conductores que dependen de esa empresa y hasta a sus usuarios.
Les pido a los funcionarios entonces que me ayuden a explicarle a mi hijo por qué se criminaliza un emprendimiento tan moderno, el cual es elegido por la gente porque reduce los precios y mejora el servicio, a la vez que crea empleo. ¿Qué le digo? ¿Cómo hago para decirle que por un lado tiene la libertad de emprender, pero las autoridades mandan policías a detener al que lo hace? ¿Le digo que es porque los funcionarios no pueden manotear dinero de allí para mantener sus puestos, o que en realidad se debe al temor que le tienen a un grupo privilegiado que se comporta como la mafia? ¿O será por complicidad con el mencionado grupo? ¿Le digo eso? Es la única explicación que encuentro. No le quiero mentir.
Mientras el gobierno se encarga de perseguir a gente decente y productiva con nuestros propios recursos, mi hijo crecerá viendo grupos de personas que cortan calles sin que nadie los toque, hombres que vienen a chantajearnos cuando estacionamos nuestro automóvil en la vía pública sin que nadie les diga nada, policías que son más peligrosos que los ladrones, delincuentes robando y matando todos los días con un cheque en blanco para hacer lo que les plazca por el garantismo judicial y una sociedad temerosa y desarmada, políticos que se robaron lo que no pocos países quisieran tener de PIB que siguen viviendo en la opulencia, millones de funcionarios estatales que ganan fortunas por realizar tareas obsoletas, etc, etc, etc ¿Pero le tengo que decir a mi hijo que Uber es el problema?
Yo sigo tratando de anticiparme a las preguntas que mi hijo, de tan solo unos días de vida, pueda hacerme en el futuro. Y cuando veo que en todos los medios de comunicación se informa acerca de inocentes que mueren en manos de asaltantes como si se hablara del clima, pero se realizan debates infinitos cuando un inocente se defiende; como cuando se discute si la defensa fue durante el robo, si fue después, dónde tenía el arma, si su portación era legal, si tenía plata, si no la tenía, si bla bla bla; no puedo evitar pensar en que algún día tendré que explicarle a mi hijo sobre esta extraña situación.
¿Qué le digo entonces? ¿Que no se defienda porque el gobierno que monopoliza el servicio de seguridad, que de seguridad da poco y nada, lo obliga a no hacerlo? ¿Que quede a merced de una escoria armada con un revolver para que no lo criminalicen muchos periodistas? ¿O mejor que espere a que el ladrón se de cuenta que la portación de armas está prohibida?
Mientras se criminaliza a inocentes por trabajar o defenderse, aparentemente también se los persigue por ahorrar. Una vez terminado el nefasto kirchnerismo, uno creía que esa persecución cedería, pero no. Un presidente que vaya a saber por qué motivo muchos tachan de liberal, amenaza a la gente consciente y racional que ahorró en moneda extranjera depositando su dinero fuera de un país donde la incertidumbre económica es una mala costumbre, con quitarles la mitad de sus ahorros si no se adecuan a la “oportunidad” de blanquear que otorga el gobierno con el fin de apropiarse, en principio, de un 10 % del capital.
Le pido esta vez al presidente que le explique eso a mi hijo. Yo no puedo. Me niego a caer en una contradicción. Mi idea es inculcarle la cultura del ahorro para que pueda cubrirse en potenciales épocas de vacas flacas, o bien para reinvertir en el futuro. Esa es la forma en que se progresa. Lamentablemente, yo no encuentro explicación racional alguna para que una persona, por el simple hecho de tener poder, se lleve los ahorros de otra mediante el uso del chantaje. ¡Ah! Y encima espera que se le agradezca.
Quizás, después de todo, sí pueda explicarle de qué se trata esto del blanqueo, tomando de ejemplo una parte de la novela “La Rebelión de Atlas”, de Ayn Rand, una escritora que el presidente conoce muy bien, ya que también escribió “El Manantial”, el libro predilecto de Macri (o al menos eso afirmó).
Hank Rearden, uno de los principales personajes de esta maravilla literaria, es un empresario metalúrgico que se negó a negociar con el gobierno, y les dijo a los funcionarios que él no impediría que tomaran su metal por la fuerza, pero que jamás se los vendería como le exigían que lo hiciera. “¿Quieren mi metal?, vengan y tómenlo”, les dice el magnate a los burócratas en su propia cara. De esta manera, sin el disfraz del “bien social” que utilizan para justificar cualquier acción que realicen, queda expuesto lo que realmente es: un burdo saqueo.
Por este motivo, los funcionarios de la novela se incomodan, se niegan a hacerlo de esa manera, y comienzan a amenazarlo. Ellos buscaban el beneplácito del empresario, querían disimular de qué se trata todo esto en realidad.
Tal vez no pueda explicarle lo inexplicable a mi hijo, pero le diría que hiciera lo posible para que pudiera ver con sus propios ojos y demostrarle al resto de los individuos la verdadera naturaleza de lo que están haciendo con su creación, con sus ideas, con su esfuerzo, con su tiempo y con su libertad. Finalmente, serán los mismos burócratas, quienes sin intención, terminen explicándole lo inexplicable a mi primogénito.
Leandro Fleischer es argentino y columnista regular del periódico español Libertad Digital.