Por Anaís Chacón
“La mejor manera de ayudar a los pobres es reducir los impuestos y permitir que el ahorro, la inversión y la creación de empleos continúen sin obstáculos”. Murray Rothbard
Han transcurrido casi 200 años desde que la América española iniciara su proceso independentista del antiguo Imperio español. Desde entonces se han producido tímidos cambios en lo relacionado al concepto y la correlación entre los ciudadanos, el Estado y las instituciones públicas y privadas.
En Latinoamérica, no solo prevalece la herencia de la lengua y la cultura legadas por el Imperio Español, sino que también persiste una creencia, alrededor de la cual el Estado omnipresente y absolutista es el vehículo idóneo para que los ciudadanos puedan alcanzar plenamente sus libertades individuales, la prosperidad, el desarrollo y el crecimiento económico. Este pensamiento colectivo y latente en casi todas las excolonias españolas en América ha conducido a que esa errada idea sea un factor determinante al momento de que algún mesías político populista aparezca en escena, y sea el encargado de fomentar políticas públicas de corte subvencionista y paternalista, cuyo objeto final va a ser el de generar un sentimiento de desconfianza frente a otro ente o individuo que no sea el hiperestado, coartando así las capacidades del individuo para hacer negocios y generar riquezas.
El pasado mes de octubre, con las violentas protestas que tuvieron lugar en las ciudades de Quito y Guayaquil, Ecuador, pudimos observar el accionar de un hiperestado, aliado histórico de las elites estatistas acostumbradas a depender de las subvenciones del Estado. Eso sí, se disfrazaron bajo la máscara de ciertos “movimientos” indígenas que fueron quienes protagonizaron públicamente las revueltas, oponiéndose a las reformas económicas, particularmente a la subida de los precios del combustible que proponía el presidente Ecuador, Lenin Moreno.
Los analistas han determinado dos vertientes para dilucidar parte del origen de las manifestaciones: por un lado está presente la agenda de desestabilización de grupos políticos de izquierda orquestada por el Foro de São Paulo, y por otro lado se tiene a un hiperestado, cada vez más inútil y enviciado con el endeudamiento improductivo.
Ecuador, tras vivir una de las mayores crisis económicas y sociales de su historia en el año 2000, optó por dolarizar la economía, abandonando la moneda, el Sucre, y dando paso al dólar estadounidense. Esta medida fue tomada cuando la deuda alcanzó el 85 % del Producto Interno Bruto (PIB); ya para el período 2000-2009, la nación había logrado reducir el endeudamiento por debajo del 20 % del PIB. Es indudable que el efecto de la dolarización en el primer periodo trajo una mayor estabilidad económica al país, pero tras veinte años de dolarización y con un escenario internacional y regional muy diferente al de aquel entonces, se empiezan a notar síntomas negativos, tales como el fortalecimiento del dólar frente a otras monedas de la región, lo cual ha provocado a su vez que Ecuador haya perdido competitividad frente a otras economías de la región, como la de Colombia o Chile, que siguen con sus monedas locales, mucho más débiles.
Otro aspecto que ha ocasionado fragilidad en la economía ecuatoriana tiene que ver con el vicio por los “decretos y subsidios”: entre 2007 y 2017 Rafael Correa gobernó la nación andina e incrementó la deuda pública, entre otras cosas, con la subida de los salarios de los trabajadores, que fueron superiores al crecimiento de la productividad, lo cual terminó afectando la competitividad del país.
Correa gobernó bajo el paraguas de los altos precios del crudo; en julio 2008 el barril de petróleo había alcanzado los 131 dólares. Era la década de la izquierda despilfarradora y con muchos ingresos en Latinoamérica. Cuando terminó el boom de los precios de las materias primas, los ciudadanos y por ende el Hiperestado, acostumbrados al despilfarro, empezaron a sentir los embates de la gigantesca burbuja que explotaba frente a sus ojos.
Ya para el año 2019, y tras la resaca del post boom de precios de las materias primas, empezó a relucir la verdad y fue entonces cuando el presidente de Ecuador, Lenin Moreno, tuvo que acudir al FMI para solicitar un préstamo por 4 200 millones de dólares, y como era de esperarse, el FMI solicitó sus clásicas reformas estructurales con la finalidad de garantizar el pago de la deuda.
El hiperestado populista en Latinoamérica suele obviar ciertas realidades, y es que en la región la clase media es muy vulnerable, ya que el 63 % gana menos de 20 dólares al día, y al menos 150 millones de personas ganan entre 5 y 11 dólares al día. En tiempos del boom de las materias primas la pobreza no se notaba tanto, pero al terminar el frenetismo, la desnudez, y en algunos casos la penuria, coquetearon nuevamente con la región.
Una de las reformas más importantes que planteaba el ejecutivo en octubre era la eliminación del subsidio a la gasolina. Esta fue una de las medidas que más escozor ocasionó no solo en los ciudadanos de a pie sino también en los sectores que se han acostumbrado a vivir del subsidio que controla el capitalismo de Estado, a tal punto que el presidente Lenin Moreno reculó en sus propuestas de reformas económicas. A la fecha los ciudadanos y los expertos en la materia todavía no saben si Moreno lo hizo con la finalidad de salvaguardar su periodo presidencial del caos promovido por el Foro de São Paulo y por las acostumbradas elites estatistas subsidiadas de Ecuador, o si simplemente retrocedió para no perjudicar a esos ciudadanos empobrecidos que apenas logran ganar entre 5 y 11 dólares al día.
Lo que sí sabemos con exactitud es que determinadas reformas han avanzado. El pasado día 20 de diciembre, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, se reunió con el Ministro de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana de Ecuador, José Valencia, y en dicho encuentro Pompeo felicitó a Ecuador por los pasos importantes en materia de reformas económicas que se están adelantando y que permitirán crear prosperidad a largo plazo.
Pero, ¿será que los ciudadanos y los políticos tendrán la suficiente paciencia para ver llegar su prosperidad en el transcurso de la próxima década? De ser así, quizá los ciudadanos dejen de pagar de una vez por todas los desmanes del hiperestado.
Anaís Chacón es internacionalista venezolana, con maestría en Diplomacia y Relaciones Internacionales de la Escuela Diplomática de España y analista internacional en temas UE-LATAM. Actualmente reside en Madrid. Sigue a Anaís en Twitter @Anais_Ch