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El socialismo es la racionalización de la envidia

Guillermo Rodríguez González por Guillermo Rodríguez González
19 septiembre, 2016
en Columnistas, Destacado, Economía, Opinión, Política, Suramérica, Venezuela
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(Flickr) socialismo
El socialismo no se limita a manipular la envidia de sus seguidores, teoriza la legitimidad moral universal de la envidia como una falsificación de la justicia. (Flickr)

Nuestro mundo es el más libre y prospero que ha existido, miles de millones han sido arrancados de la miseria secular por modestos avances de la libertad en la producción y el comercio, mientras bajo regímenes de amplia libertad viven hoy más hombres que nunca en la historia, pero con escasas excepciones, en países desarrollados o atrasados, la mayor parte de los hombres se muestran ansiosos de entregar su libertad a cambio de igualdad y seguridad, aunque tienen abrumadora evidencia de que la única igualdad que obtendrían, de lograrlo, sería la de la miseria en la que lo único seguro es que se obligaría a venerar las cadenas de su propia esclavitud.

  • Lea más: Venezuela no es un país rico, y su decadencia empezó con el socialismo
  • Lea más: Hartos del socialismo, empresarios y talentos «huyen» de Uruguay

Y no es por ignorancia, conocen la realidad pero la niegan empeñados en el ideal igualitario del socialismo con una pasión viciosa que justifican ante sí mismos por creencias que, proclamándose racionalistas, modernas y científicas desde el siglo XIX, no son sino racionalizaciones de la más primitiva superstición. La pasión bajo cuyo imperio actúan quienes adhieren irracionalmente el socialismo no es otra que la envidia, de la que nacen resentimientos a los que se entregan con una negación tan firme como para engañarse a sí mismos sobre sus motivos. El socialismo no se limita a manipular la envidia de sus seguidores, teoriza la legitimidad moral universal de la envidia como una falsificación de la justicia.

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No hay ingenuidad ahí, algunos de sus mayores intelectuales admitieron abiertamente la envidia como pasión oculta tras la adherencia a políticas igualitarias, Bertrand Russell, uno de los más destacados intelectuales del socialismo británico explicó:

“La envidia es la base de la democracia. Heráclito dice que se debiera haber ahorcado a todos los ciudadanos de Éfeso por haber dicho: “No puede haber entre nosotros ninguno que sea el primero.” El sentimiento democrático de los Estado griegos, casi en su totalidad, debió de haber sido inspirado por esta pasión. Y lo mismo puede decirse de la democracia moderna. Es cierto que hay una teoría idealista según la cual la democracia es la mejor forma de gobierno, y yo, por mi parte, creo que la teoría es cierta. Pero no hay ninguna rama de política práctica en donde las teorías tengan fuerza suficiente para efectuar grandes cambios; cuando esto ocurre, las teorías que lo justifican son siempre el disfraz de la pasión. Y la pasión que ha reforzado las teorías democráticas es indiscutiblemente la pasión de la envidia”.

Ningún humano está libre de envidia, su base es tan instintiva que la compartimos con otros primates, es imposible no sentirla, pero es posible identificarla como un vicio moral, condenarla y someterla a control individual y social. La envidia es atávica, fue clave de la unidad de propósito de grupos humanos primitivos, con y por su condena y control, el hombre evolucionó de esos minúsculos grupos miserables a la sociedad a gran escala, en la que sin embargo conserva el atávico anhelo igualitarista como una superstición envidiosa para creer que cuando otro se destaca y supera al resto, algo le ha quitado injustamente.

Sostener que cualquiera que nos supera en resultados, o en habilidades nos habría robado, exige un mecanismo misterioso con que ese “robo” invisible pueda explicarse, fue fácil mientras prevaleció la creencia en la hechicería –un medio mágico que no requiere de explicación o evidencia– pero en culturas que han superado tal superstición, la legitimación de la envidia exige otras supersticiones que justifiquen al envidioso para acusar al envidiado de ser más, injustificadamente, a costa de quienes le envidian. Que la creencia en la teoría socialista sirva al envidioso contemporáneo al propósito que la creencia en la hechicería le servía en las culturas primitivas, explica al socialismo como racionalización supersticiosa y antisocial de un atavismo.

Quien actúa bajo la influencia de un poderoso sentimiento, tan poderoso que le denominamos pasión, no es libre, como no lo sería un enfermo mental, o quien actué bajo el efecto de ciertas drogas. Su juicio está bajo el influjo de una pasión que lo nubla y le impulsa a actuar de forma diferente a como actuaría libre de tal influencia, es una enfermedad moral, no sicológica o neuronal, y a eso le llamamos vicio. Vicio es lo que se sobrepone a la voluntad, la domina y la sustituye, aunque la voluntad puede dominar la pasión, el sentimiento y aún el instinto, cuando el vicio la supera, se impone la ausencia de voluntad para contralar una pulsión que se hace adicción, y la envidia es un vicio adictivo.

La mayoría de los vicios afectan exclusivamente al vicioso, o a su círculo más inmediato, algunos ni siquiera le impiden ser productivo y socialmente útil, pero la envidia es un vicio realmente antisocial pues quien ha caído en aquélla estará dispuesto a perseguir y soportar cualquier daño sobre su persona y sus bienes a cambio de disfrutar el mal ajeno, en tanto sea el mal de aquél o aquéllos que envidia.

Quienes han sucumbido a la pasión viciosa de envidiar han perdido su libertad interior y en ausencia de buen juicio se ven impulsados a actuar apasionadamente contra la libertad de los demás, e incluso de ellos mismos, en el orden social. ¿Qué puede satisfacer a la envidia que no sea destruir el bien envidiado? ¿Y qué sino la arbitrariedad totalitaria, otorgaría eso a millones de envidiosos? Como el envidioso no necesita tener él mismo el poder, sino que la arbitrariedad que defiende caiga sobre aquéllos que envidia, y para lograrlo soportará cualquier daño para sí mismo, cualquier cultura en que condena social de la envidia no impida que la mayoría rinda su libertad a ese vicio, verá destruida la libertad de todos y cada uno, paso a paso, en sociedades empobrecidas y finalmente sometidas al totalitarismo por los efectos de ese vicio en la legislación y el gobierno.

 

Etiquetas: envidiaSocialismo
Guillermo Rodríguez González

Guillermo Rodríguez González

Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencia Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, Venezuela.

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