El tempranamente debilitado (y en plena reestructuración estratégica) socialismo del siglo XXI adoptó desde su orígenes en las últimas décadas del siglo XX un ecologismo neomalthusiano difícil de conciliar con el marxismo ortodoxo. En cierto sentido impuesto al socialismo por el desplome del modelo soviético, es un ecologismo dedicado a anunciarnos catástrofes que nunca ocurren.
Para evitar sus catástrofes fantasmas (que afirman serán el producto inevitable de la civilización capitalista ascendente) el común de esos ecologistas finalmente proponen la planificación y ejecución concertada de políticas de reducción forzosa y drástica de la población, la producción y el consumo. Es decir, la miseria planificada inspirada en el pasado más lejano como ideal de futuro.
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Sus soluciones a problemas fantasmas requerirían un gobierno de un carácter tan totalitario y cruel que se le conoce un único precedente. A pesar de que se estiman en más de 100 millones las víctimas mortales del socialismo del siglo XX; de sus obviamente planificadas hambrunas genocidas; del sufrimiento de cientos de millones de víctimas aleatorias bajo el socialismo soviético y chino; e incluso de los exterminios raciales planificados y ejecutados por el nacionalsocialismo alemán, en ninguno de esos casos el socialismo fue llevado realmente a sus últimas consecuencias.
Kampuchea democrática
El siglo con más socialismos en el poder no presentó sino un único ejemplo de genocidio tan espantoso y rápido de un gobierno sobre su propio pueblo como para servir de advertencia de las implicaciones finales de las neo-malthusianas teorías que hoy proponen un empobrecimiento intencional extremo mediante una economía centralmente planificada y severas medidas de planificación familiar forzosa centralmente impuestas por el Estado.
Fue la revolución encabezada por Pol Pot en Kampuchea Democrática (Camboya) la cual fue descrita por su ministro del Exterior Ieng Sary con indiscutible veracidad al decir que: “La revolución khmer no tiene precedente. Lo que tratamos de hacer nunca se había hecho antes en la historia” Y de la que se ha estimado que logró en apenas 44 meses de gobierno exterminar el 21 % de la población total del país y evacuar la totalidad de la población urbana, vaciando todas las ciudades.
Una de las primeras medidas fue abolir completamente el uso del dinero porque como explicaba el partido comunista camboyano oficialmente: “Si usamos dinero, caerá en manos de individuales. Si el dinero cae en manos de gente mala o enemigos, lo usarán para destruir a nuestros cuadros sobornándolos con esto o aquello. Ellos tienen dinero para manipular los sentimientos del pueblo. Entonces en un año, diez años, veinte años, nuestra limpia sociedad camboyana se volverá un Vietnam” al que consideraban poco socialista.
El desprecio por la vida
El costo de lo que estaba intentado y lo que ocurrió no estaba fuera de los cálculos del partido. Su plan económico cuatrienal de 1976 dice: “Debemos darle al pueblo un 50 menos del 100 % de sus necesidades materiales de 1977 en adelante” Esto representa una indiferencia tan tremenda sobre que las personas vivieran o murieran que es fácil entender las razones por las que el plan se guardó en secreto. Para completar el gran salto directo y sin escalas al socialismo (en la etapa del comunismo integral que en las profecías marxistas seguiría tras la dictadura del proletariado) el partido procedió a proscribir además del dinero, mercados, religión y propiedad privada de todo tipo. Permitiendo únicamente la posesión individual de alguna ropa y un mínimo de utensilios personales para comida e higiene.
Encuadraron la totalidad de la población en un sistema esclavista de gigantescas cooperativas con jornadas de trabajo de hasta 18 horas diarias, que se destacó por la cruel persecución y brutal discriminación de los antiguos habitantes de las ciudades en el paupérrimo sistema nuevas cooperativas.
Así se logro con gran rapidez y sin mayor esfuerzo el asesinato masivo y completamente aleatorio de millones de personas. La situación evolucionó como era previsible cuando el propio partido explicaba que su socialismo era superior al de sus vecinos: “Los chinos pagan un sueldo a los trabajadores del Estado, etc. Los sueldos llevan a la propiedad privada, porque cuando uno tiene dinero, tiene que ahorrar para comprar esto o aquello” Pero que en el caso de Camboya las cosas eran mucho mejores porque como explicaba el partido: “Ya hemos derribado a los capitalistas y clases feudales y continuamos atacándolos más. También estamos golpeando a la propiedad privada de la pequeña burguesía, los campesinos y los trabajadores. Evacuamos las ciudades, lo que es nuestra lucha de clases”
Una revolución ecologista profunda
Tal locura lógicamente condujo a que poco antes de la invasión vietnamita una alta dirigente explicará que: “Las condiciones eran muy raras. En Battambang, vi que obligaron a todos a ir a los arrozales. Los campos estaban muy lejos de las aldeas. La gente no tenía hogar y muchos estaban muy enfermos, Sé que según las directivas del primer ministro, ninguna persona anciana, mujer embarazada o lactante, o niño pequeño debía trabajar en el campo. Pero vi a todos en los arrozales, y al aire libre y el sol a plomo, muchos con diarrea y malaria” Así fue como se llevo el socialismo hasta sus últimas consecuencias a una velocidad inusitada. Los logros notables de reducir drásticamente el número de la población y el consumo de la misma, por parte del comunismo camboyano fueron garantizados a la velocidad y en los términos que en última instancia exige realmente la nueva teoría de síntesis del ecologismo revolucionario.
Kampuchea democrática estuvo más cerca que nadie de alcanzar el fin declarado del ecologismo profundo. Rudolf Bahro, filósofo fundador del movimiento Verde alemán plantea como objetivo de la nueva revolución la vida en comunidades socialistas de no más de 3.000 habitantes cada una, sin automóviles, computadores, aviones o forma alguna de tecnología moderna.
Lo que por supuesto implicaría vivir sin medicamentos, antibióticos, y cirugía moderna. O como lo plantea la organización ecologista EarthFirst en su lema “Volvamos al Pleistoceno”. Nadie puede negar que quien implementó en realidad los únicos medios capaces de materializar esos objetivos primitivistas del ecologismo más radical fue el camarada Pol Pot en Kampuchea Democrática.
De tener tiempo hubieran intentado alguna forma de industrialización limitada a lo militar y separada completamente del resto del país para dar viabilidad a un Estado relativamente moderno gobernando sobre una aislada sociedad reducida a la vida más primitiva. No lo tuvieron, pero lograron reducir población, consumo y atacar las bases mismas de la civilización como nadie antes o después, al menos hasta su derrota militar por su menos original vecino socialista del Vietnam.