Recorrer los restos oxidados de los inevitablemente fallidos y abandonados proyectos industriales o agrícolas soviéticos, es constatar la inviabilidad del socialismo, ahí se desperdició insensatamente capital y trabajo ocasionando miseria y destrucción material y moral; además de contaminación y daños ambientales irrecuperables a una escala inimaginable. El socialismo es el sistema económico más destructivo para el medio ambiente que ha conocido la humanidad, pese a lo que presumía y presume de ecologista.
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No es raro que el socialismo del siglo XXI incorpore en su dogma las tesis políticas del ecologismo politizado del siglo anterior. De hecho, es parte de su estrategia el colonizar causas con orígenes propios y potencial movilizador –del ecologismo y el indigenismo al feminismo–, transformándolas en satélites ideológicos y peones políticos. De hecho, ya el marxismo soviético había adelantado el camino infiltrando y manipulando causas como el ecologismo y el pacifismo antinuclear.
El Kremlin tuvo entre sus más efectivos tontos útiles al ecologismo político. Un ecologismo que por esa vía resultó cómplice de la destrucción medioambiental más terrible de la historia, la que produjo la inviable planificación central socialistas cuando fracasó en su pretensión de competir con economías de mercado mediante el gigantesco desperdicio de recursos.
Digamos que fue un ecologismo tuerto, sin ojo izquierdo no veía la salvaje destrucción del medioambiente que practicaban las economías socialistas, algo de lo que todavía hoy muy poco se habla. No se pudo ocultar Chernobil, pero pocos han oído del desastre ecológico del Mar Aral. Tal vez el mayor desastre ecológico ocasionado por la acción del hombre en el siglo XX. Un caso de destrucción ambiental intencionada de los planificadores socialistas soviéticos tan admirados abiertamente por los adalides del movimiento ecologista occidental.
La historia del desastre la podemos iniciar explicando que para el año de 1960 el Mar Aral, alimentado por los ríos Amu Daria y Syr Daria, cubría una superficie de algo más de 66.400 kilómetros cuadrados. Tan extenso mar interior permitió el desarrollo de una industria pesquera en la que se ocupaban alrededor de 60.000 personas. La abundancia de agua también permitía el desarrollo de la agricultura en la zona, con las limitaciones y complicaciones propias de la ineficaz economía socialista soviética.
Para mediados del siglo pasado, bajo el Gobierno del Premier Nikita Kruschev los altos cuadros del aparato de planificadores económicos soviéticos centraron su devastadora atención en la zona de la cuenca del Mar Aral, entre las Repúblicas Soviética de Kazajstán y Uzbekistán. Planearon ambiciosas metas de producción de algodón mediante proyectos que se iniciaron con la construcción de un gigantesco canal de 500 kilómetros de longitud, el cual acaparó un tercio del caudal del Amu Daria. Un primer paso de lo que llegaría a ser una extensa red canales de riego en tierras desérticas de en una zona de 7.600.000 hectáreas ubicadas entre Uzbekistán y Turkmenistán.
Los objetivos de producción de algodón consumieron mucha más agua de la que se podía restar del caudal de los ríos Amu Daria y Syr Daria sin comprometer la que requería el Mar Aral para compensar la natural evaporación, lo que causó que se empezaran a secarse y salinizarse, dejando, en poco tiempo, a los pueblos pesqueros a kilómetros de una costa que se retiraba mientras los peces se extinguían por la salinización del cada vez más pequeño lago. Eventualmente, la topografía de un mar interior que se evaporaba rápidamente condujo a la separación en varios lagos muy salobres.
La tragedia ecológica y social de la cuenca, producto de lo insostenible de tan extenso proyecto agrícola sin agua suficiente para alimentar al mismo tiempo al Aral, empeoró cuando las tierras irrigadas sufrieron de un proceso de salinización producto de los errores técnicos del tipo que resulta común entre los planificadores centrales de los períodos del llamado “desarrollo intensivo” del socialismo soviético. En pocas palabras, un derroche arrollador de insumos en proyectos de escasísima eficiencia que ni siquiera lograban cumplir los objetivos de los planes quinquenales, a menos que asumieran costos materiales, humanos y ambientales insostenibles en el tiempo.
En este caso la FAO, cuya burocracia puede ser señalada de cualquier cosa, menos de poca simpatía con el socialismo en cualquiera de sus versiones, reportó cómo los principales errores de técnica agrícola del proyecto soviético acabaron con el Mar Aral:
1. Utilización de canales de riego sin recubrimiento que producen desperdicio y filtración de sales en el agua subterránea.
2. Falta de sistemas de drenaje para eliminar el agua residual y las sustancias químicas de los campos.
3. Los campos anegados también salinizan las aguas subterráneas y producen escurrimientos de sales.
4. Descarga de corrientes saturadas de minerales y plaguicidas en los ríos principales.
Y no produjeron algodón en las cantidades planificadas, los daños ambientales llegaron a afectar parte de esos mismos cultivos, y la destrucción del Aral, prevista por los planificadores soviéticos que lo consideraban un “error de la naturaleza”, dejó en su lugar contaminadas planicies de desiertos salados desde la que lo vertido regresaba en forma de tormentas de polvo y sal.
La destrucción del Mar Aral fue producto de la indiferencia por el medio ambiente de un Estado socialista que se ocupó del financiar y controlar buena parte del activismo político ecologista occidental. Así el Mar Aral sufrió uno de los mayores desastres ecológicos del siglo XX, pero no estuvo entre los temas de los comprometidos grupos ecologistas occidentales. Aunque conociendo los planes quinquenales, la tasa de evaporación del Aral, y lo que ocurre al dejar expuesto tal tipo de suelo, era fácil predecir la magnitud del desastre.