Es innegable que los más altos valores de la civilización occidental tienen entre sus fuentes históricas la religión cristiana. Da cuenta de su ventaja evolutiva que dichos valores sean compartidos tanto por fieles de otras religiones como por ateos. La civilización occidental desarrolló saludable repugnancia por la violencia para imponerse sobre la razón en nombre de la fe. No siempre fue así. La fe impuesta por la fuerza atrajo a pensadores ortodoxos y heréticos en la cristiandad. Pero de lo antiguo y vigente de la idea de libertad y tolerancia fue muestra notable que ante poderosas corrientes anticristianas –más que anticlericales– hoy notorias en occidente, quien antes de Francisco estuvo a la cabeza de la Iglesia católica se transformase circunstancialmente en personificación momentánea de la civilización occidental misma.
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Blanco del odio de los enemigos internos y exteriores de occidente. El Papa Benedicto XVI dijo sobre la imposición de la fe por medio de la violencia, verdades indiscutibles cuando fue invitado a dictar una magistral conferencia en una universidad de la cual fue profesor por muchos años. Que existe una poderosa tradición en el pensamiento teológico y filosófico occidental, en la que se entiende que Dios se nos revela a través de la razón y que dicha tradición enlaza en occidente al pensamiento teológico cristiano con la filosofía griega clásica. En esa tradición, el ilustre catedrático, filosofo y teólogo entonces papa de la Iglesia católica romana, disertó sobre el rechazo teológico a la violencia como medio para diseminar la fe. Para quien fe tenga, Benedicto XVI rechazó la violencia para imponer la verdad.
¿Se utilizó la violencia como medio para imponer la fe católica en el pasado; violencia instigada o refrendada por la misma Iglesia cuyo papa entonces dijo que es contrario a la doctrina cristiana? Pues sí. Pero Juan Pablo II admitió y condenó dichos errores de la Iglesia católica. Del pasado lejano, en cruzadas, inquisición y conquista. Y omisiones del pasado reciente sobre genocidios criminales. Como cabeza de la Iglesia católica, Benedicto XVI tenía autoridad moral para afirmar que la violencia es inadmisible como medio para propagar la fe.
¿Qué dijo en contra de la violencia religiosa para que la respuesta de quienes ofendidos se sintieron pasara por la quema de iglesias, el asesinato y las amenazas terroristas del fundamentalismo musulmán, justificado por políticos e intelectuales de lo más granado de la izquierda Europea?
Lo que dijo me ha fascinado y servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre este tema:
“Me acordé de todo esto cuando recientemente leí la parte editada por el profesor Theodore Khoury (Münster) del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo, tal vez durante el invierno del 1391 en Ankara, mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y la verdad de ambos. Fue probablemente el mismo emperador quien anotó, durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402, este diálogo […] Quisiera tocar en esta conferencia un solo argumento -más que nada marginal en la estructura del diálogo- que, en el contexto del tema “fe y razón”
En el séptimo coloquio (controversia) editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la “yihad” (guerra santa). Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: “Ninguna constricción en las cosas de la fe”. Es una de las suras del periodo inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa.
Sin detenerse en los particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el “Libro” y los “incrédulos”, de manera sorprendentemente brusca se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.
El emperador explica así minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo.
Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar a una persona de muerte…”.
La afirmación decisiva en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. El editor, Theodore Khoury, comenta que para el emperador, como buen bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es evidente. Para la doctrina musulmana, en cambio, Dios es absolutamente trascendente. Cita una obra del conocido islamista francés R. Arnaldez, quien revela que Ibh Hazn llega a decir que Dios no estaría condicionado ni siquiera por su misma palabra y que nada lo obligaría a revelarnos la verdad. Si fuese su voluntad, el hombre debería practicar incluso la idolatría.
Intento imaginar al Papa Francisco representar así los más altos valores de la civilización occidental ante sus enemigos internos y externos. No puedo. Y francamente me apena que sea absolutamente inimaginable.