Sorprende lo poco que conoce el común de los marxistas las raíces históricas de la religión que denominan “ciencia de la historia”. El marxismo se remonta al comunismo milenarista cristiano que emergió durante la reforma protestante. Pero esa agitación revolucionaria tiene raíces desde el siglo XII cuando el místico calabrés Joaquín del Fiore profetizó un segundo advenimiento que pondría fin a la historia y la propiedad, liberando las almas de sus cuerpos. Pasó la fecha sin advenimiento, pero el joaquinismo Influyó en muy equivocados rigoristas de la pobreza como virtud. El teólogo Amalrico de la Universidad de Paris se retractó forzosamente en 1206 y 1207 de doctrinas neojoaquinistas. Sus seguidores fueron perseguidos como herejes. Algunos se retractaron, otros terminaron en la hoguera.
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En el siglo XIV los Hermanos del Espíritu Libre agregaron a subterráneas tradiciones milenaristas la idea de una vanguardia que se elevaría a la condición de dioses vivientes antes del advenimiento. La absoluta obediencia a esos dirigentes sería tan sagrada como el colectivismo y la acción directa contra la propiedad. Pocos en número no tuvieron más impacto que bandidos. Pero legaron la idea de la vanguardia y ataques contra la propiedad y los propietarios a los más numerosos y mejor organizados taboritas. Un ala rigorista checa de los husitas, que proclamaban la urgencia del extermino de todos los no-creyentes para iniciar el reino de Dios con propiedad común de los bienes y las mujeres en Bohemia. Pretendían restablecer el comunismo primitivo que aseguraban habría sido la condición original de los checos. Y extenderlo al resto del mundo por la acción revolucionaria. La revolución mundial fue teorizada por comunistas del siglo XV.
Adelantando la teoría de Engels y las prácticas de Pol Pot en el genocidio de Kampuchea, los taboritas se proponían proscribir las ciudades, el dinero, el comercio y la familia. La revolución husita estalló en 1419 y sus comunistas hicieron la revolución dentro de la revolución. Establecieron su régimen en Usti rebautizándola Tabor. Colapsó y se refugiaron en una isla del rio Nezark, lanzando incursiones revolucionarias hasta que 400 soldados de Zizka aplastaron la belicosa comuna en 1421. El ejército taborita resurgió, pero fue aplastado por los husitas moderados en la batalla de Lipan en 1434. Tras aquello se verían reducidos a la clandestinidad, desde la que influenciaron entre checos y alemanes de Baviera y Bohemia. Y desde ahí sus doctrinas llegarían al anabaptismo en la reforma y con ello a la revolución de Münster. El milenarismo comunista de los anabaptistas inspiró a diversas sectas menores de la revolución inglesa, como los cavadores de Gerrar Winstanley, quien afirmaba que en Inglaterra había imperado el comunismo primitivo hasta la conquista normanda. Winstanley reinterpretó la antigua tradición dualista albigense afirmando que el credo de Dios era el comunismo y el del Diablo la propiedad.
La transcendental profecía que revelaba el triunfo final de los justos como agentes de la voluntad de Dios para inspirar la acción revolucionaria violenta, es de lo que carecieron los primeros comunistas seculares. Los que aparecen finalmente en una abortada revolución que no pasó de conspiración. Pero fue la conspiración de los iguales de Babeuf, la fallida revolución que aportó el primer manifiesto comunista, El manifiesto plebeyo, y luego El manifiesto de los Iguales de 1795. Inicio de una serie de manifiestos que alcanzaría su punto culminante con el Marx. El movimiento de Babeuf estuvo internamente dividido entre milenaristas cristianos como él mismo y ateos militantes dirigidos por Maréchal.
Pese a su fracaso, Babeuf es el transmisor de las tradiciones milenaristas al socialismo del siglo XVIII en adelante. Desde los tiempos de los taboritas, los comunistas revolucionarios manejaban la teoría partidista de la organización clandestina y la teoría militar de la guerra de guerrillas. Organizados por una elite de revolucionarios profesionales dirigidos por una jerarquía todopoderosa que acabaría con todas las jerarquías. De Babeuf a Maréchal aquellas teorías, costumbres y creencias pasaron a los comunistas ateos.
Aunque la conspiración de Babeuf llegó a sumar 17 mil parisinos antes de ser delatada y abortada en 1796, el más importante de todos sería Fillipo Giuseppe Maria Lodovico Buonarrot. Un aristócrata y revolucionario profesional. Formado en las filas de la conspiración dedicó toda su vida al activismo revolucionario por toda Europa. Ya a los 67 años publicó La conspiración por la igualdad de Babeuf, éxito editorial que sacó del olvido aquella conspiración. Con tal obra el obscuro conspirador se transformó en guía intelectual de la izquierda europea. Sus principales legados al socialismo fueron su teoría de una voluntad inmutable que dirigiese toda la fuerza de la nación contra enemigos internos. Y su convicción que el pueblo es incapaz de regenerarse por sí mismo o designar a la quienes puedan dirigir esa regeneración. Dos ideas establecidas sólidamente hasta nuestros días entre los socialistas revolucionarios.
De ahí en adelante el movimiento fue una alianza de socialistas cristianos de tradición milenarista y socialistas ateos radicales en la que tenemos de quiliastas como Jhon G. Barmbly –folclórico autoproclamado “Pontifarca de la Iglesia Comunista”– hasta ateos radicales como Theódore Dézamy. Dezamy fue primero en defender la ortodoxia ideológica y la disciplina político partidista del socialismo ateo “rigurosamente científico”.
También proclamaba a la revolución violenta y al socialismo, “racionales e inevitables”. Carecía de una teoría mítica en la que soportar tal inevitabilidad. Finalmente, en 1847 la alianza de la Liga de los Justos y el Comité de Correspondencia Comunista creo la Liga Comunista, cuyo manifiesto redactó Karl Marx. Marx logró la recuperación por el socialismo ateo de la religiosidad y la profecía milenarista del fin de los tiempos. Integró la larga tradición comunista del milenarismo cristiano en una nueva religión que proclamó científica. Entendiendo por ciencia la fe en el dogma de su escatología profética materialista. Al siglo siguiente las víctimas mortales de tal fe sumarían más de 100 millones.