El marxismo “cultural” de la Escuela de Frankfurt es la macabra combinación de materialismo dialectico y psicoanálisis. La más influyente rama del neomarxismo que inició Gramsci con teorías de hegemonía del “nuevo sentido común” impuesto por la infiltración del intelectual orgánico. Frankfurt multiplica al “sujeto histórico” de la revolución –el proletariado había desaparecido en sociedades avanzadas– dentro de sociedades capitalistas avanzadas a manera de los “muchos Viet Nam” del carnicero de La Cabaña. Inconfesada adopción marxista de mucho de lo que a los socialistas suecos les hizo abjurar de esa ortodoxia, buscando el totalitario objetivo socialista por otros medios.
Es conocida la influencia del marxismo “cultural” en las universidades de élite de EE.UU. –a la vista los efectos en los reblandecidos cerebros de sus fanáticos cachorros de chekista– Menos conocido es que lo facilitó la previa influencia en EE.UU. de ideas provenientes de lo más radical del socialismo sueco. Un socialismo “bueno” cuyo “humanismo” incluyó eugenesia y racismo como políticas de Estado hasta finales de los años 70 del siglo XX. Y cuyo mito fue –y sigue siendo– idealizado por aspirantes a ingenieros sociales del todo el mundo. Suecia no es una economía socialista, y nunca lo fue realmente. Ni en los términos de sus radicales socialdemócratas. Pero sí fue un intento de implantación progresiva e indirecta del totalitarismo socialista mediante la hegemonía cultural y material del Estado.
Paralelo al proceso soviético. En la segunda década del siglo XX el partido socialista sueco abjura del marxismo ortodoxo y propone su revolucionaria versión del británico socialismo Fabiano. Erradicar al capitalismo paulatinamente y sin expropiar medios de producción. En lugar de controlar violentamente la oferta como los soviéticos, condicionar el consumo planificando centralmente la demanda desde el Estado. Los capitalistas producirían única y exclusivamente lo que las autoridades planearan, en tanto los ciudadanos demandaran única y exclusivamente lo que los planificadores socialistas indicaran. Y para ello la ingeniería social –antes que en la producción– debía infiltrase en todos los aspectos de la vida privada. Empezando por educación y cultura.
Padre y madre de este socialismo cultural no marxista –a veces indistinguible del neomarxismo de Frankfurt– fueron Gunnar y Alva Myrdal, sus más influyentes intelectuales del primer tercio del siglo XX en adelante. La influencia del modelo sueco en EE.UU. –de donde se extiende al resto del mundo– empieza con el periodista Marquis Childs. Quien en los 30 del pasado siglo escribió varios libros sobre Suecia. En el más vendido, Sweden: The Middle Way, de 1936 afirmó que el modelo sueco combinaba lo mejor del capitalismo con lo mejor del socialismo. La influencia de su visión del modelo sueco fue enorme en unos EE.UU. en los que el radical progresismo de Roosevelt adelantaba su propio socialismo indirecto con el New Deal.
En el libro Är svensken människa? de 2006 Lars Trägårdh y Henrik Berggren defienden el fallido experimento del socialismo de la demanda –y la redistibución– Y personalmente no he encontrado críticos del modelo que explicaran tan claramente sus peligrosos mecanismos de control social como esos dos propagandistas del mismo. El sistema de bienestar sueco se orientó al individuo únicamente para promover la ruptura de lazos familiares –y sociales cercanos– explican Trägårdh y Berggren, porque los intelectuales del otro socialismo consideraban a la familia una institución jerárquica que impedía la libertad –entendiendo libertad como sinónimo de poder– por lo que las restricciones de la dependencia familiar –y en general la dependencia interpersonal– debían ser superadas por prestaciones garantizadas del Estado del Bienestar.
Mientras el totalitarismo soviético se reflejó en la distópica novela de Orwell, 1984. Control social totalitario, policía política, represión y propaganda en medio de la miseria y el cinismo. La sutil –y fallida, no lo olvidemos– aspiración totalitaria de los radicales intelectuales nórdicos se refleja en la de Huxley, Un mundo feliz. No llegaron realmente a lo que aspiraban. El control social, aunque extenso y poderoso, no fue sustituto suficiente de la represión. En ausencia de una policía política y con independencia de poderes –con rechazo mayoritario a decrecientes frutos y crecientes costes del modelo– la democracia que lo entronizó, lo destronó. Entre tanto, el 60% o más de los suecos han mantenido a lo largo de las generaciones que vivieron el modelo –contra los sutiles pero intensos esfuerzos de la ingeniería social– sus sólidos lazos de interdependencia familiar y social.
Pero no hay otro lugar en el mundo en que un individualismo tan radical como el de la espiritual promesa trascendente de salvación cristiana tuviese ese infernal espejo material. La radical dependencia material y moral individual del Estado desde la inmanente promesa de “salvación” y “libertad” de toda atadura familiar –y social– de interdependencia. A su manera tan peculiar los socialistas suecos intentaron ser más radicalmente socialistas que los soviéticos. Su ingeniería social –contemporánea de la soviética– en competencia con la marxista tampoco fue capaz de crear un hombre nuevo. Pero lo intentó. Con menos violencia que los soviéticos. No sin tragedias. Cerca del 40% de la población perdió tanto de interdependencia humana –como “ganó” en dependencia material y moral del Estado– Demasiados viven principalmente en soledad como resultado. Son víctimas ocultas de la fallida –y en gran parte superada– sutil ingeniería social del socialismo “bueno”. También lo fueron niños arrancados de sus familias y personas forzosamente esterilizadas por políticas eugenésicas. Finalmente reconocidas como criminal racismo de Estado bajo la socialdemocracia sueca, por los gobiernos conservadores que la sucedieron.
El socialismo sueco cayó como ascendió. En elecciones. Fracasó en construir el socialismo por los medios indirectos que propuso. Porque toda planificación central del orden social es inviable por cualquier medio diferente al completo primitivismo colectivista con todas sus consecuencias. Fue relativamente benigno en comparación al genocida socialismo marxista de los soviéticos y sus émulos. Pero en su momento, fue mucho más socialista, y como tal más cruel y obscuro de lo que se suele creer.